Urge reformarlos
Fueron más espectáculo televisivo que otra cosa, programas en los cuales se limitó el tiempo en forma exagerada y en los que parecía más importante el moderador que los participantes.
En el de Caracol, por ejemplo, sólo faltó que quien lo orientó sacara como en el fútbol tarjetas amarillas y rojas, y que el episodio terminara con la expulsión del amonestado.
El dupolio que maneja de manera tan lamentable la televisión colombiana tiene en estos llamados debates una mina, pues los atiborran de publicidad como si se tratara de cualquier reality o telenovela de moda, en una clara falta de respeto por los temas que se tratan, por quienes los desarrollan y sobre todo con los ciudadanos.
IMPOSIBLE
Casi todo el mundo se queja de que los candidatos no plantearon programas, propuestas o tesis de alguna significación que al final de cuentas motivaran a los electores para ir a las urnas.
Eso puede ser cierto en algún grado, pero vale la pena preguntar ¿ qué argumentos que convenzan pueden expresarse en el limitado espacio de cuarenta segundos, rodeados los personajes por unas a unas luces enceguecedoras y con la presión del tiempo y de saber que tienen al frente millones de televidentes ?
Ni el candidato tiene tal capacidad y tampoco el receptor del mensaje, el votante raso, que se supone tiene menos capacidad de discernimiento para asimilar y evaluar lo que se le dice.
Por respeto a los aspirantes a la presidencia y a los ciudadanos, debería pensarse hacia el futuro en verdaderos debates con contenido y argumentación, con réplicas y complementos, y no en avaros espacios donde primen la comercialización y el espectáculo secundario de moderadores convertidos en estrellas de medio pelo.
ABSTENCIONISMO
Alarmante la enorme abstención registrada en el exterior por parte de los colombianos que hace tiempo abandonaron el territorio en busca de mejores oportunidades.
Según los datos al 87% de ellos les importó un carajo ir a votar a los consulados, no obstante lo fácil que era la tarea y los cuatro días de tiempo que tenían para hacerla.
Dicen que en Nueva York residen algo más de ciento diez mil colombianos, pero valdría la pena investigar cuántos de ellos tuvieron que salir de manera precipitada de Colombia por amenazas o por físico miedo a perecer de hambre en este inequitativo país.
A esos ciudadanos no puede exigírseles que pongan el más mínimo interés en unos comicios que poco les representan y en nada les van a mejorar la situación apretada en que viven, para superar la cual solo el trabajo diario y el esfuerzo permanente ayudan.
Muchos de ellos tratados como parias en su propia patria, carecen en consecuencia de estímulo alguno para refrendar con su voto un sistema que en su momento no los tuvo en cuenta.
GUERRA O PAZ
Se ha vuelto cantinela plantear el dilema de guerra o paz, que no por repetitivo deja de ser la principal disyuntiva que tienen los colombianos en la actual coyuntura.
Guerra o paz, así tratado el dilema en forma simple, nadie duda en escoger la segunda y evitar que Colombia siga desangrándose sin remedio como ha venido haciéndolo en los últimos cincuenta años.
Pero detrás de esa simple alternativa hay algo que invita a pensar si no habrá otros intereses más mezquinos pero menos patrióticos, que mueven en determinado momento inclinan la balanza hacia el lado más oscuro y menos deseable.
Se trata de los $27 billones de pesos mal contados que el país invierte anualmente en la guerra, porque esa es la cifra que en el presupuesto nacional se destina a lo que generalmente se designa como defensa.
En una nación tramposa como Colombia, donde el todo vale y el afán de lucro es una constante, no importa como éste se consiga, $27 billones de pesos dan como se dice coloquialmente “para dar y convidar”.
De ahí que a muchos de pronto no les interese un país en paz, donde semejante cantidad de recursos pueda orientarse a campos como la salud, la educación, la agricultura, la infraestructura y la vivienda de tipo social, entre otros.
“Mordidas”, comisiones, pagos de recompensas a manos invisibles, adquisiciones a precios por encima de lo normal y otras lindezas por el estilo, dejarían de tener vigencia para algunos a quienes la paz no les reportaría dividendos.
Por lo anterior muchos prefieren, no el dilema guerra o paz, sino otro que diga, la paz o mi enriquecimiento, y no crean que El Campanario está muy lejos de la realidad.