Me sacan muerto…
El Once Caldas tiene hoy la clasificación en el bolsillo y no puede permitir que se la lleven. Necesita razones convincentes para demostrar que la lucha sostenida en los últimos partidos para recuperar la confianza, tiene bases sólidas. Que la forma en que fabrico su candidatura a las finales, arrollando a los rivales, no es un espejismo. El Once, tan acostumbrado al denuesto y al elogio, al desplome y a los altares, aclamado y rechazado, tiene una cita el domingo con la gloria… o el infierno.
De aquel equipo desteñido, depresivo, que anduvo entre indecisiones, al actual, hay un amplio margen. Los partidos se han hecho atractivos, con el añadido del triunfo.
Está obligado el Once a marcar territorios frente la crisis galopante del futbol en el eje cafetero. A sacar la cara por la comarca. A mostrar los dientes porque, como están las cosas, el punto no basta.
El partido obliga a romperse el pecho, así deban archivarse manuales estéticos en la propuesta. No se admite ni la debilidad de carácter ni los miedos, desplazados por una inclaudicable mentalidad ganadora.
El Once no es un manual de virtudes. Demostrado esta. Pero al amparo de su esfuerzo y del esmero en la corrección de sus defectos, puede llegar al objetivo.
Hay sensaciones… hay vibra… hay nervio.
Si el blanco gana, pasa, sin importar ajustes y desajustes de la tabla, por parte de quienes llegan de atrás. El juego incierto de los resultados permite milagros y pocas certezas. A ello no debe llegar el Once Caldas porque, hasta el pitazo final, depende de sí mismo.
“Me sacan muerto”, hablando de sacrificio, era la proclama de tantos astros, hoy en la memoria, que hicieron historia en la última década de ensueño, para el Once Caldas. A copiar su ejemplo.