La leucemia y yo
El 6 de noviembre de 2013 Jorge Consuegra escribió para varios medios de comunicación del país una valiente nota sobre la mortal enfermedad que empezaba a maltratarlo, la leucemia. Reproducimos esta crónica con motivo de su fallecimiento, ocurrido ayer en Bogotá.
Obviamente no podía ser una buena noticia, pero jamás me imaginé que cuando el médico de turno vio la orden, me hizo seguir hasta un módulo especial en urgencias, inició un breve interrogatorio y me dijo: “Lo que usted tiene es Leucemia Mieloide Aguda y debe quedarse inmediatamente hospitalizado”…
Hasta ahí no sentí, como la mayoría de los diagnosticados con la enfermedad, ni dolor, ni drama, si que menos pánico; no sé qué me sucedió, pero lo tomé con tremenda calma, ni siquiera me angustié cuando pensé en el momento en que mi esposa y mi hija recibieran la noticia. Calma, calma, calma, no dejaba de repetirme mentalmente, todo saldrá bien y empezó en mi desde ese instante un trabajo netamente mental y lo iba a seguir hasta el final, no me iba a dejar derrotar, sin conocer antes qué había pasado, cómo iban a transcurrir los siguientes días. Afortunadamente no empezaron las preguntas inquietas de la mayoría de los testimonios que a diario oía o leía de los enfermos: ¿Por qué yo? ¿Por qué no otra persona? ¿Qué error cometí? ¿Algún castigo?
Ese mismo día me enviaron a una habitación y al siguiente llegó el doctor Guillermo Enrique Quintero acompañado de otros colegas quienes me explicaron detalladamente qué era mi leucemia, cómo iban a actuar, cuántos días podría durar el proceso, cuáles serían mis reacciones, qué iba a ocurrir con mi cuerpo, la caída del cabello, muy seguramente pérdida de peso y por ende debilidad y otras complicaciones que ellos, ese equipo de especialistas iba a estar atento a solucionar.
La LMA es en pocas palabras y según la hematóloga Córdoba que arriba menciono, es un tumor de las células de la sangre encargadas de defendernos de la infecciones, que pierden su función y se multiplican de una forma rápida y descontrolada, haciendo que se sea susceptible a las infecciones, y al crecer impiden que se produzcan glóbulos rojos y plaquetas, lo que conlleva a anemia y riesgo de sangrado (…) y eso era lo que iban a tratar de acabar los facultativos y empezó el tratamiento con largas jornadas de quimioterapia, algunas muy fuertes que me pusieron a pensar largamente, pues veía cómo y muy lentamente, gota a gota, las bolsas trataban casi asmáticamente de desocuparse, pero era tan lenta la operación que creía que jamás se iba a acabar.
Al cabo de los días llegó una siquiatra quien me hizo algunas preguntas sobre mi estado de ánimo y le respondía que a pesar de lo que estaba sintiendo en el cuerpo, el ánimo seguía arriba, con buen humor y sin ningún atisbo de angustia o de drama por el proceso, infortunadamente dos o tres semanas después y estando con las defensas completamente bajas, se presentó una celulitis perianal, una infección bacteriana del tejido que se encuentra inmediatamente por debajo de la piel, y que me produjo preocupantes dolores e incomodidad especialmente al hacer las respectivas deposiciones y el baño diarios, pero ni así bajé la guardia ya que los médicos decían que esto iba a ser pasajero y que tuviera un poco paciencia, palabra que aún he tenido en el alma como una cruz de ceniza. Y aunque hubo algún tipo de preocupación por parte del equipo médico por el lugar de la celulitis y sin contar con las suficientes defensas, iniciaron un tratamiento agresivo de antibióticos que estuvieron revisando las veinticuatro horas del día, milimétricamente, sin dejar un solo segundo de descanso hasta que poco a poco fue desapareciendo la celulitis.
Pero, infortunadamente, otro par de semanas después presenté una complicación pulmonar que, al igual que la celulitis, empezó a ser controlada en forma inmediata, aunque ahí sentí algo de preocupación porque la respiración empezó a ser dificultosa que disminuyó ante más antibióticos y una buena dosis de oxígeno a lo largo de los días.
Gracias a Dios los días fueron pasando hasta completar 57 cuando recibí la extraordinaria noticia que iba a ser dado de alta. No lo podía creer, pues aunque el doctor Quintero aseguraba que ya estaba pasando el peligro de las células malignas, nos correspondía, pero en forma ambulatoria, seguir con más quimioterapias cada 27 días y así fui cumpliendo disciplinadamente a lo largo de los siguientes meses.
Y digo gracias a Dios, porque inicialmente creí que todo lo que me había estado sucediendo había sido producto de la casualidad o las coincidencias, como la de ir a las consultas con la hematóloga, como la de estar su consultorio justo frente a la clínica Santa Fe, como tener una cita de trabajo con estudiantes de la Facultad de Periodismo del Externado de Colombia y al no acudir, con la puntualidad de siempre, empezaron a llamar y me dijeron que allá tenían parientes cercanos de alta jerarquía en la clínica lo que ayudó en acelerar mi atención; coincidencias, como la del doctor Quintero a quien había conocido años atrás en el matrimonio de un amigo médico y se convirtió en mi médico de cabecera y así muchas más casualidades que las entendí, sin lugar a dudas en la mano de Dios que quería ayudarme en sortear este obstáculo en mi vida…
Obviamente he de agradecer al equipo médico de la Santa Fe quienes no fueron los galenos cumpliendo con su deber, sino que se convirtieron en verdaderos amigos con quienes y diariamente, hacía uso del humor para hacer más llevaderos los días; y las enfermeras jefes y auxiliares quienes me ayudaron en cada inconveniente que se me presentaba, ya fuera en pleno día en altas horas de las madrugada.
Cuando el doctor Quintero me dijo que estaba libre de la leucemia, supe que Dios había oído mis oraciones y empecé una nueva vida “pero le recomiendo –me dijo- hacerse el Transplante de Médula Ósea para evitar cualquier recaída, tarde o temprano o…nunca, pero es mejor no exponernos”. Me extendió una orden y de inmediato acudí a mi EPS Compensar en donde elevé la solicitud ante Tatiana Aguirre, de Servicios Hospitalarios, quien hizo lo posible y lo imposible por buscar la autorización, a pesar de los inconvenientes presentados de “esta tarde”, “mañana por la mañana”, “no ha llegado la orden”…
Cuando ya tuve la orden en las manos que era como un cheque en blanco, acudí a una funcionaria de la clínica Marly, Adriana Lucía Villegas, un verdadero ángel de Dios, quien con una sonrisa de oreja a oreja me calmó los nervios que llevaba ante una nueva hospitalización; me dio todo tipo de instrucciones y me remitió a donde la doctora Virginia Abello para contarme todo el proceso del transplante para culminar con una charla detallada con el doctor Javier Figueroa quien explicó qué podía suceder a lo largo de los días con este procedimiento.
Y de nuevo la mano de Dios: mis dos hermanos menores se hicieron las pruebas de sangre para ver si eran compatibles y el penúltimo resultó 100%, asunto que no se presentas en todos los casos por la casi imposibilidad de hallar donante con este porcentaje y por eso muchas veces toca recurrir a otro tipo de donantes, muchos de ellos foráneos que han sido voluntarios a lo largo y anche del mundo como acto solidario con otros seres humanos.
Y otra “diosaluadidad”, casualidad con Dios: cuando iba a empezar el procedimiento de transplante ¡Oh sorpresa!, una de las médicas del equipo era la doctora Iris Córdoba, la que me había diagnosticado la leucemia y el reencuentro fue realmente emocionante…
Bajo la dirección del doctor Pedraza, con el apoyo de sus colegas Esguerra, Carmen y Manuel Rosales, Mendieta, Virginia Abello y Figueroa, entre otros, se me hizo el transplante y a lo largo de las 24 horas sin descanso, estuvieron monitoreando la evolución del procedimiento. Y junto al equipo de enfermeras y auxiliares, siempre tan deferentes, salí adelante, pero siempre con una actitud absolutamente positiva, sin perder el humor, a pesar de haber bajado varios kilos y disminuido las energías que había acumulado a lo largo de los días.
Yo derroté la leucemia y volviendo a ser un volcán en erupción en esta profesión que me fascina, el periodismo y esperando con ansias regresar a las aulas de clases para enseñar un poco más el oficio más hermoso del mundo…
Lo que ha salvado a Manuel González el extraordinario jugador de Millonarios y lo que me salvó a mí, ha sido el optimismo, el apoyo de la familia y allegados, los amigos incondicionales, el rosario interminable de mensajes que inunda “el muro”, los 144 caracteres del Twitter. Sí es posible derrotar la enfermedad siempre y cuando la mente esté dispuesta a ofrecer resistencia a la misma.