Un Procurador extremo
De tal tono son sus declaraciones que le han merecido descalificaciones de tan importantes hombres públicos como lo hizo el expresidente chileno Eduardo Frei, ponente en el Congreso Nacional de las Cajas de Compensación Familiar, Asocajas, que acaba de realizar con éxito nuestra Comfamiliar. Allí el ilustre conferencista dio a entender que nuestro procurador parecía vivir en otro siglo.
Rayos y centellas le han llovido a quien tiene por tarea vigilar el comportamiento de los funcionarios públicos en Colombia, por su férrea oposición al matrimonio entre personas del mismo sexo, debate que hoy se da en la mayoría de los países democráticos del mundo y derecho que se viene abriendo paso en una y otra latitud.
La decisión sobre la formalización de una unión que de hecho se viene dando desde tiempos inmemoriales, es un privilegio y un derecho entre adultos sobre el cual no debería darse debate alguno; es de elemental razón aceptar el ejercicio de una libertad de pensamiento y de acción que en nada afecta a terceros.
Otra cosa bien distinta es la manera como esa formalización puede traer consigo derechos que pueden llegar a afectar los espacios de individuos no involucrados como es el evidente que se da cuando se habla de la adopción de menores por parte de estas nuevas uniones. Si bien es privilegio de los adultos vivir como les plazca, de otro lado también existen los derechos de los menores que, en el caso de la adopción por parte de estas uniones, se verán vulnerados dada su incapacidad de opinar sobre el hogar en el cual quisieran crecer, el modelo de familia para su desarrollo personal.
Respetamos el derecho a profesar un credo religioso, unas ideas políticas, una forma de vivir siempre y cuando no vulneren los espacios de los demás. No podemos criticar al doctor Ordóñez por su apego al credo de su elección y por lo tanto no comulgamos con quienes lo crucifican por camandulero o rezandero. Pero con la misma moneda no aceptamos las descalificaciones que dicta el mismo Procurador a quienes no comparten su manera de ver el mundo.
Aplaudimos su valor civil al poner de manifiesto las desviaciones a las que ha llegado nuestro sistema judicial permeado por la ideología de un lado o por el afán de lucro en otro extremo y su defensa de los derechos de los que no tienen voz, pero rechazamos sus extremos en los otros campos. En síntesis solo somos intolerantes con los intolerantes.
La Tarde/Editorial