Entre copa y copa
Esta singular unidad investigativa de domicilio desconocido se ha tomado el trabajo de marcar todas y cada una de las etapas de una borrachera monumental en la que sólo hemos incurrido yo, tú, él, nosotros, vosotros y ellos.
El enervante ciclo tiene invariablemente el siguiente desarrollo: Copeo leve o lenta empinada de codo con maní. Copeo fuerte, rapidito, sin maní. Exaltación de la amistad y el parentesco que incluye en el menú mutuas gracias y virtudes; el consabido “yo te quiero como a un hermano” o el “antes me caías mal, pero ahora te quiero más que a un hijo bobo”.
Tras los cantos alegóricos y los bailes regionales, viene la auto-presentación con desconocidos o sea prendida con el simpático subido o en todo su furor que responde con amplias sonrisas cuando se le dice que es toda una cajita de música.
Al regreso del baño, llamadas telefónicas reveladoras a las ex esposas o ex novias o ex amantes, sin que falte el trillado y mentiroso: »No puedo dejar de pensar en ti».
En la etapa posterior aparece lo que estos genios llaman “La Revelación de la verdadera personalidad” que incluye en riguroso orden a los siguientes especímenes que rinden culto al dios Baco: El depresivo; el adulador; el simpatías y el cuenta-chistes con un repertorio tan flojo y trillado que parece tomado del paisa de “La Luciérnaga”.
También vienen en caravana los superdotados que se saben de memoria las capitales de todos los países del mundo; los políglotas capaces de dar los buenos días en 35 idiomas y los trotamundos que han viajado por los cinco continentes
Otros efectos de los consabidos lamparazos: Degradación del idioma. Insultos al Santa Madre Iglesia. Alabanzas al Papa Francisco. Aplausos para José Peckerman. Denuestos para “Sachi” Escobar, el DT del Once Caldas. Madrazos a granel para la clase política. Autosuficiencia moral y económica con las infaltables frases de cajón: “Entiendo todo perfectamente”, “Tranquilos que yo pago”, “Frescos que yo manejo”. “Estoy bien,…más fresco que una lechuga”.
De ñapa: Transmisión de la culpabilidad con las cacareadas disculpas, según las cuales, “algo le echaron al jugo ese… o “es el hielo, algo le pusieron”. Repentina pérdida del equilibrio que incluye, desde luego, caída libre o resbalones. Caída del sistema que comprende enlagunada del tamaño de una piscina olímpica. Devolución del maní. O sea el equivalente a la vomitada de rigor que incluye el abrazo al ídolo de porcelana (o sea la taza del inodoro). Taquicardia y delirio de persecución. Amnesia, pérdida de valor moral y juramentos posteriores, además de las aterradas preguntas para el guayabo:
¿Que me le declaré a quién?, ¿Que besé a quién? ¿Que me acosté con quién? ¿Que se la dediqué a quién?… no me acuerdo de nada. Y la promesa imposible del día guayabo catedralicio: ¡No vuelvo a beber!
La apostilla: En ritmo de porro, lo estampó en el pentagrama nacional el maestro Don Lucho Bermúdez y lo cantó en su bella voz Doña Matilde Díaz:”Borrachera, borrachera, borrachera, tú eres muy fea… borrachera, borrachera, borrachera, tú eres la causa de mi pelea”…