El triunfo del escepticismo
Independientemente de los resultados de la jornada electoral del día de ayer, mediante la que se eligió al nuevo gobernador de Caldas, hoy estamos, ni más ni menos, frente al triunfo indiscutible del escepticismo. Las cifras no mienten.
Los ciudadanos tenían alternativas concretas para expresar su simpatía o rechazo alrededor de las propuestas programáticas de los aspirantes, de cara a la escogencia del administrador de los propósitos colectivos de la comarca.
Tres caldenses sometieron sus nombres al escrutinio de los electores; de manera individual, sin considerar la condición o naturaleza de sus alianzas, se trataba de buenos ciudadanos exentos de los antecedentes que suelen verse dentro del mundillo oscuro de la actividad partidista contemporánea. Así, entonces, ellos compitieron en franca lid por el favor popular en el marco de una campaña que resultó tan fugaz como discreta y desangelada. Además, la gente también tenía la opción de expresar su inconformidad con todos los candidatos votando en blanco, una posibilidad que, pese a ser legítima, resulta incomprensible en su utilidad y alcances para la población habilitada, en teoría, para votar. La baraja estaba completa para participar.
No obstante, la abstención continúa siendo el factor dominante en los eventos de-mocráticos de los últimos tiempos. Recuérdese la elección de Petro en Bogotá, que fue ungido alcalde con un precario 30% de los sufragios, lo que en nuestro caso nos lleva también a pensar que tenemos un gobernador elegido por un bajo porcentaje de votos, circunstancia que no le resta legitimidad pero sí pone de manifiesto el escepticismo y desinterés de una gran mayoría.
Las razones de la apatía generalizada en el ámbito del constituyente primario –como le dicen los académicos a los parroquianos ‘carne de urna’– deben buscarse en un sinnúmero de causas que inciden dramáticamente en el desgano creciente del ciudadano para el ejercicio de su derecho –¿obligación?– a tomar decisiones colectivas. Dentro de los factores sobresalientes en el contexto político y social que ahuyentan al ciudadano de las actividades de participación democrática, debe hacerse una mención especial a la Registraduría Nacional del Estado Civil como responsable de la coordinación de los procesos electorales.
En efecto, una de las obligaciones del Estado a través de sus organismos especializados en los diferentes frentes de la administración es instruir, capacitar, orientar, informar, divulgar y promover entre los asociados los diferentes mecanismos de participación ciudadana. Al respecto, la Registraduría olvida cumplir con el principio elemental de la publicidad, porque no educa ni motiva; se limita a un rol mecánico de conteo de votos y registro de resultados de los diversos certámenes a su cargo, sin que se ocupe previa y oportunamente de generar conocimiento y comprensión alrededor de los mismos. No persuade, solo cuenta, y decir no es comunicar.
Ahora bien, con muy raras excepciones, la ausencia de programas con ideología y conte-nido social hace que el ciudadano común y co-rriente vea en la actividad proselitista un lejano juego de intriga y poder, en el que las fuerzas se miden en la capacidad de desprestigiar y destruir al opositor. Es tan insalvable la mediocridad de algunos dirigentes de ahora, que se refugian en la virulencia verbal como único argumento para ganar adeptos: son habilidosos con la retórica sectaria y calumniosa. Así las cosas, se ha llegado a la cosificación de la política transformando la democracia en un remedo o artilugio que se usa para formalizar las ambiciones individuales y colmar la ansiedad burocrática y presupuestal.
Mientras persistan los vicios, la corrup-ción y el oportunismo en el orden político na-cional, regional, local, rural y urbano, será im-probable derrotar el escepticismo. Es de sentido común y de lógica elemental que mientras no haya credibilidad y respuesta oportuna, responsable y respetuosa a los sueños y necesidades comunes, es imposible despertar entusiasmo y convocar masivamente la voluntad de las gentes.
Ahora sí entendemos por qué los colom-bianos desencantados de los asuntos públicos y de gobierno se refugian en el fútbol y se engolo-sinan con la farándula.