28 de marzo de 2024

¿Dónde quedó el milagro económico de Brasil?

18 de julio de 2013
18 de julio de 2013

albeiro valencia llano

Sin embargo las gigantescas  jornadas de protesta están mostrando que la preocupación del Partido de los Trabajadores fue apalancar el capitalismo brasileño con su política de privatización del petróleo, puertos, aeropuertos y carreteras, al tiempo que se desmonta el sistema de salud y de educación y avanza la corrupción.

Las primeras protestas se iniciaron cuando en Sao Pulo anunciaron el aumento del pasaje del transporte público y el movimiento social Pase Libre invitó a las manifestaciones del 6 de junio. Siete días después estallaron protestas populares en más de 100 ciudades de este gigantesco país, y las manifestaciones fueron creciendo a pesar de la Copa Confederaciones 2013 que se estaba jugando en su territorio. Pero es difícil entender este fenómeno en una poderosa nación que en la última década ha logrado grandes
transformaciones económicas y sociales, bajo la dirección del entonces presidente Lula da Silva: se descubrieron grandes reservas de petróleo y gas, se fortaleció el mercado interno, mejoró la infraestructura, bajó la deuda externa, aumentó el salario mínimo, se impulsó la educación pública, millones de brasileños salieron de la línea de pobreza y creció la clase media.

El país empezó a jugar en las grandes ligas y alcanzó reconocimiento internacional; el Banco Mundial lo catalogó como la séptima economía más grande del mundo, pero al mismo tiempo la clasificó como una de las peores por distribución del ingreso. Es uno de los grandes receptores de inversión extranjera, con 66.600 millones de dólares en 2011; mientras tanto se enriquecen los empresarios y banqueros. Aunque en 10 años salieron de la pobreza 40 millones de personas mantiene los mismos problemas de los países del tercer mundo, como el clientelismo político y la corrupción. En este ambiente se despertó la clase media insatisfecha.

Se levantó el pueblo insatisfecho

Desde finales de marzo se impulsaron varias manifestaciones de protesta para rechazar el aumento de 20 centavos en el costo del transporte público; en el mes de mayo hubo nuevas jornadas en varias ciudades, entre ellas Natal y Goiás. Pero el fenómeno creció como espuma; el 17 de junio más de 250 mil personas salieron a protestar, en las 12 ciudades más importantes, no sólo contra el aumento de los pasajes y la calidad del transporte público sino contra la violencia policial, por el estado de la salud, de la educación pública y por los gigantescos recursos comprometidos para la Copa Brasil 2014. Las autoridades veían con asombro la capacidad de convocatoria a través de las redes sociales, pues llegaban a los puntos de encuentro miles de estudiantes, trabajadores de la salud, educadores, grupos feministas, religiosos, anarquistas y punks, quienes protestaban con pancartas, afiches y banderas, frente a los estadios de fútbol donde se jugaban los partidos de la Copa Confederaciones. Las consignas favoritas eran: “Más pan y menos circo”, “No quiero copa ni estadio de millón, quiero más dinero para salud y educación”.

El detonante fue el aumento de las tarifas del transporte, pero luego centenares de miles de personas indignadas se tomaron las calles de las grandes ciudades para pedir mejores servicios estatales, freno a la inflación y rechazo a la corrupción de las instituciones. Ante la protesta desbordada las administraciones locales de Recife, Portoalegre y Cuiabá redujeron las tarifas; pero el pueblo pedía más.

Las raíces de la indignación

Se dice que la explosión popular tardó en aparecer debido a las ilusiones creadas en estos diez años por los gobiernos considerados de izquierda. En el fondo está el difícil momento económico que atraviesa el país; mientras en 2010 el crecimiento fue de 7,5%, hoy es de 2,4%, con una inflación del 6%. El otro azote es la corrupción, metida hasta los tuétanos en todas las instituciones del gobierno y en el mismo Congreso de la República. A todo lo anterior se le suma el problema coyuntural por la pasada Copa Confederaciones y el Mundial de Fútbol del 2014. El pueblo está descontento con la FIFA porque antepone sus intereses a los de los brasileños. Los costos del fútbol son impresionantes: 15 mil millones de dólares vale la inversión para la Copa Confederaciones y el próximo mundial; 3.500 millones de dólares se destinarán para la construcción de 12 estadios; 4.300 millones de dólares serán invertidos en mejorar la movilidad urbana; a esto se le agrega la construcción de 21 nuevas terminales aeroportuarias y 5 portuarias.

La gente entiende que el fútbol es un negocio multimillonario que se aprovecha de la pasión y hace parte del sistema del capitalismo salvaje. Y los símbolos trabajan para retroalimentarlo, como sucede con el rey Pelé quien días atrás hizo un llamado al pueblo de Brasil para que apoyara a su selección en la Copa Confederaciones, en lugar de protestar por la crisis económica que sufre el país. Al respecto dijo otro exfutbolista, el diputado Romario, que Pelé es un ignorante que no tiene conciencia de lo que estaba pasando. En Brasil el pueblo se atrevió a manifestarse contra los estadios y contra lo más sagrado para esta nación que es el fútbol, esto significa que el enfermo no está grave sino gravísimo.

Las lecciones de Brasil

En los últimos días las encuestas muestran una caída de la gestión de la presidenta Dilma Rousseff quien bajó del 57% al 30%; por esta razón los sectores que lideran el movimiento de protesta, Pase Libre y los grupos de estudiantes universitarios (ANEL) están pensando en una revocatoria de su mandato. Pero la misma Rousseff puso el dedo en la llaga y afirmó que “las calles nos están diciendo que el país quiere servicios públicos de calidad, quiere mecanismos más eficientes de combate a la corrupción que aseguren el buen uso del dinero público”; y el 2 de julio pidió al Congreso que convoque un plebiscito para una reforma política. De este modo piensa combatir las raíces del descontento “escuchando las voces de la calle”.

¿Cuáles son las lecciones de los indignados de Brasil? Que los partidos tradicionales se envejecieron, se trasformaron en empresas para comprar o captar votos y no defienden los intereses de los electores; el poder los corrompió y son incapaces de cautivar a los jóvenes. Mientras tanto las redes sociales se convirtieron en el ambiente natural y político de la juventud; hoy en Brasil los indignados ya suman un millón de personas, vencieron el miedo y se apoderaron de las calles. El pueblo sabe que el capital extranjero trajo crecimiento económico pero generó nuevos problemas como la inflación, la carestía y la burbuja inmobiliaria. Cuando un país se convierte en potencia mundial y entra al exclusivo club de los grandes, el pueblo espera que mejoren sus condiciones de vida, en caso contrario llega la frustración y estalla la protesta.

Seguramente la clase dirigente colombiana está tomando nota de lo que ocurre en Brasil, pues tenemos mucho en común: corrupción, envejecimiento de los partidos tradicionales, pobre calidad de los servicios públicos, clientelismo de los partidos, pauperización de los pobres, empobrecimiento de las capas medias y exagerado enriquecimiento de los más ricos. Una chispa y la conexión de las redes sociales, podrían despertar a los inconformes colombianos; pero en nuestro país reina el miedo, por causas que todos conocemos.