Salir de nosotros mismos
No obstante, las tradiciones religiosas no se han perdido. La devoción de millones de fieles sigue manifestándose en actos litúrgicos y procesiones que recrean la pasión, muerte y resurrección de Cristo. Para muchas personas es verdaderamente un período propicio para invocar el bien y la verdad.
Sí, ha cambiado la concepción de la Semana Santa. En algunas cosas para bien, como en haber dejado atrás la pulsión tenebrosa y punitiva de las celebraciones, que se enmarcaban en un prohibicionismo medieval que llenaba de temores absurdos a los creyentes, con la amenaza de que cualquier acto o pensamiento era pecado mortal.
La Semana Mayor de los católicos corría el riesgo de limitarse a vistosas manifestaciones públicas, en calles e iglesias, donde la adoración a las figuras de las procesiones primaba sobre las hondas reflexiones que despiertan los Evangelios.
Hoy, para bien, la vivencia religiosa apunta a objetivos más trascendentales de la espiritualidad humana.
El jueves y viernes, llamados Santos, son días festivos en los países de tradición cristiana. Así, en buena parte de América Latina, en España e Italia. En nuestro país, que si bien constitucionalmente es aconfesional y respetuoso de la laicidad, considera muchas de las celebraciones católicas como parte de la cultura nacional.
¿Qué puede decírsele, entonces, a quien no practica ninguna religión y la consagración como días festivos de una conmemoración religiosa no le dice nada?
Pues se le puede decir, sin violentar sus opciones de vida o sus convicciones íntimas, que los espacios de reflexión ofrecidos en esta época no lo vinculan forzosamente con una práctica religiosa, pero sí le invitan a formularse un compromiso con principios universales de conducta, que son perfectamente asumibles -y razonables- desde una ética civil, laica.
Ayer no más, en su primera audiencia pública general -la tradicional de los miércoles en el Vaticano- dijo el Papa Francisco: «Vivir la Semana Santa quiere decir aprender a salir de nosotros mismos, ir al encuentro de los otros, ir a la periferia, ser los primeros en movernos hacia nuestros hermanos, sobre todo hacia los que están más lejos, aquellos que están olvidados, aquellos que necesitan comprensión, consuelo y ayuda».
Un católico siente que ese mensaje le llega al alma. Como también le llegará al agnóstico o al ateo. Es un mensaje universal de generosidad, predicable en cualquier parte, bajo cualquier culto.
Estos días deberían servir para hacer un diálogo consigo mismo. Trascender su propia circunstancia, salir de su egoísmo y pensar su vida en términos de todos.
El Colombiano/Editorial