“Las dos décadas perdidas del Quindío”
Algo hicimos mal, algo hacemos mal
Armando Rodríguez Jaramillo, agrólogo quindiano de la Universidad Jorge Tadeo Lozano, es columnista de La Crónica del Quindío y miembro de la Academia de Historia del Quindío y ha pertenecido a diferentes entidades vinculadas al desarrollo de la región. Es un dirigente activo y visionario, no solo muy enterado de la vida de su comarca, sino preocupado por su pobre desarrollo en los últimos tiempos, que él denomina “las dos décadas perdidas”.
Ha sido, entre otras posiciones, director de la Fundación para el Desarrollo del Quindío, director del Comité Intergremial, secretario de Planeación Departamental en dos oportunidades, gerente de Empresas Públicas de Armenia, y ha asesorado a distintas organizaciones gubernamentales y privadas. También ha tenido figuración en el sector docente.
Esta trayectoria lo capacita para hacer, con altura y de manera crítica y constructiva, los juicios que formula en el ensayo que ha titulado “Algo hicimos mal, algo hacemos mal”, un documento que pone a consideración de sus paisanos con miras a reflexionar sobre los errores del pasado, a fin de buscar correctivos para el futuro. Ojalá para el futuro inmediato, ya que la postración económica y social a que ha llegado el Quindío reclama un cambio urgente de rumbo, si se aspira a que la región, que en sus inicios administrativos fue considerada como “el departamento piloto de Colombia”, reconquiste su nombradía como tierra productiva, laboriosa y progresista que ha dejado perder.
Por Armando Rodríguez Jaramillo1
1. INTRODUCCIÓN
Al ver el boletín del DANE sobre los PIB departamentales de 20112, el que el Quindío no salió bien librado, queda la sensación que se necesita de una profunda de reflexión sobre la forma en la administramos este Departamento. El evidente deterioro económico, y si se quiere retroceso, debe servir para concientizarnos de que algo hicimos mal y que algo seguimos haciendo mal, y que más vale darnos cuenta de ello para empezar a enderezar el rumbo.
Somos un pueblo relativamente joven al que se le agotaron los argumentos para entender por qué no avanza y que por alguna característica sociológica crea excusas o inventa pretextos para evita responsabilidades y justificar sus derrotas o modestos de éxitos.
A partir de la segunda y tercera década del siglo pasado, la provincia del Quindío vivió una buena época que se caracterizó por el crecimiento del cultivo del café, la construcción de la carretera Ibagué y Calarcá por el alto de La Línea y la llegada del ferrocarril del Pacífico procedente de Buenaventura por Zarzal y del ferrocarril de Caldas que unió a Armenia con Pereira y Manizales por Montenegro, Quimbaya y Alcalá. Esto hizo que Armenia se transformara en un centro de trilla y exportación de café, en un moderado enclave industrial y comercial3, y en una incipiente plataforma logística de carga que a la postre generó empresas, riqueza y bienestar.
Pero superada la primera mitad del siglo XX vinieron años de retroceso económico con el cierre de algunas empresas y la reubicación de otras que luego tuvieron renombre nacional en ciudades como Bogotá y Medellín. Entonces empezamos a buscar pretextos para justificar esa pérdida de empresas: se le echó la culpa al alto costo y mala calidad de los servicios públicos, en especial al de la energía eléctrica; se habló de los onerosos impuestos municipales; se responsabilizó del atraso al centralismo manizaleño; se dijo que comerciantes e industriales emigraron por la devastación del 9 de abril de 1948 y que otros empresarios urbanos y rurales lo hicieron por la violencia política. En fin, siempre hubo a quién, o a qué, señalar por los reveses socioeconómicos, siempre se halló en un tercero el responsable de nuestros males.
Pero vinieron las efervescencias cívicas con el movimiento separatista del Quindío y con euforia nos creímos dueños del mundo. Tuvimos muchas cosas de qué ufanarnos: el aeropuerto el Edén, el club de fútbol Atlético Quindío, la sede de la VIII Brigada del Ejército, la Diócesis de Armenia, la Corporación Autónoma Regional del Quindío, el Comité Departamental de Cafeteros y la Universidad del Quindío. Sin asimilarlo el Quindío se convirtió en Departamento y Armenia en capital, y se construyeron vías rurales, acueductos, electrificación, escuelas y centros de salud que mejoraron la calidad de vida de la población. La caficultura se expandió al punto que todo lo daba el café, todo era café, todo olía a café, y Colombia nos vio como una de las más prósperas regiones del país, sino la mejor. Ideamos un escudo departamental que predicaba a los cuatro vientos la existencia de un territorio “joven, rico y poderoso” y nos apertrechamos en la relativa comodidad que ofrecía el café como principal producto de exportación del país.
Los buenos años de las décadas del sesenta y setenta hicieron olvidar el impacto que tuvo el cierre y la migración de empresas y no vimos en su verdadera dimensión el declive de los ferrocarriles y la muerte lenta de la estación de Armenia, y con ello la decadencia de la ciudad como centro de trilla y exportación del grano por Buenaventura. La abundancia económica por las llamadas bonanzas cafeteras, como aquella del final de los años setenta, trajo una dinámica urbana y comercial nunca vista. Se aumentó el poder adquisitivo de la población, crecieron las captaciones del sistema financiero, se disparó la construcción y la demanda de bienes de consumo, y poco a poco se especializó la economía hasta llegar a depender de forma casi exclusiva del café.
En medio de este bienestar y con un Comité Departamental de Cafeteros que asumía la inversión social y en infraestructura que el Estado no hacía, era fácil gobernar y hacer política, pues las demandas de la población eran pocas. Entonces, sin mucho esfuerzo, prosperaron los cacicazgos políticos.
Pero vino la ruptura del Pacto Internacional del Café en 1989 y con ello los precios del grano en las bolsas internacionales cayeron a sus mínimos históricos. El poder adquisitivo de la población disminuyó, el desempleo aumentó, la economía se desaceleró, se sustituyó el café por otros cultivos y ganadería, y todo cambió para siempre.
En los noventa sobrevino una transición política al salir de escena la generación de dirigentes que protagonizaron la creación del Departamento y que ostentaron el poder político-administrativo por cerca de tres décadas. Esta transición no se dio porque hayan emergido nuevos liderazgos, se dio por la muerte biológica o política de caciques y gamonales. A la sazón llegó una camada de neo-políticos que, salvo algunas excepciones, no se lograron consolidar como líderes y con frecuencia se vieron comprometidos en casos de corrupción como nunca antes viera la región. Este deterioro político se agravó con la desnaturalización de los partidos y la aparición de mercenarios de la militancia partidista sin ideología ni concepción de lo público, unos y otros pasaron con facilidad de partido en partido, de movimiento en movimiento en cada elección, al vaivén de las conveniencias personales y de grupo.
A este desbarajuste político le siguió la decadencia del civismo, y lo que antes fue el crisol en el que se fundó la cultura ciudadana y el motor de las grandes obras sociales y de las transformaciones urbanas, empezó a erosionarse y se extraviaron los principios y los valores de la civilidad.
La respuesta ante la adversidad inesperada que llegó con la crisis del café, fue la diversificación de la economía: se sustituyó café por otros cultivos, se promovió la agroindustria y la actividad agropecuaria, se fomentó la guadua y su transformación, se pensó en la industria manufacturera y se inventó el turismo rural en las fincas cafeteras. También se empezó a hablar de proyectos como el embalse sobre el río Navarco, Cenexpo, el puerto seco y zona franca.
Los nuevos usos del suelo rural fomentados por el turismo y las urbanizaciones hicieron que los precios de la tierra se elevaran y las actividades agropecuarias empezaron a ceder ante la presión de los negocios inmobiliarios. En consecuencia, se fraccionó la propiedad rural y en el paisaje quindiano aparecieron alojamientos y hoteles rurales, parques temáticos, centros de recreación y condominios campestres entre otras muchas intervenciones.
Pero como nada reemplazó al café, nuevamente volvimos a escarbar para encontrar responsables de la nueva crisis. Otra vez hablamos de los altos impuestos y la mala calidad de los servicios públicos; renegamos del café afirmando que por culpa de la llamada mentalidad cafetera no nos industrializamos y pusimos en la picota pública al producto que nos dio bienestar; dijimos que carecíamos de mentalidad empresarial y que lo único que un cafetero añoraba luego de una buena cosecha era comprarle la finca al vecino, cambiar de carro y salir de viaje; nos calificamos de egoístas y de incapaces de asociarnos, de envidiosos, de ponerle zancadilla a todo aquel que tratara de sobresalir, al punto de llegar a decir que: “perro no come perro, pero quindiano come quindiano”.
Parte de la culpa se le atribuyó a políticos y gobernantes mientras nos obstinábamos en reelegirlos. Se exigió la ayuda del gobierno nacional reclamándole por la supuesta deuda que el país tenía con el Quindío por los años en los que la caficultura había sido el motor de la economía. Nos comparamos con los vecinos del Eje Cafetero diciendo que ellos sabían dejar sus diferencias a un lado al momento de pedir para su región, que tenían visión empresarial y que su dirigencia sabía aprovechar cuando ocupaban altos cargos en el gobierno.
Con el menoscabo que produjo el narcotráfico que contaminó la política, el sistema financiero y la economía, dejando secuelas profundas en la sociedad y una cultura de enriquecimiento rápido; con aumentos generalizados de la delincuencia común; con cuadrillas guerrilleras merodeando los municipios de cordillera; con brotes de milicias urbanas y presencia de bandas de atracadores; con la pérdida evidente del civismo y con una preocupante anarquía y corrupción política, llegó el final del siglo XX con la peor tragedia urbana que ha tenido Colombia: el terremoto del 25 de enero de 1999.
El nuevo siglo nos sorprendió sacudiéndonos el polvo de la tragedia para sobreponernos a la destrucción y al caos. El Fondo para la Reconstrucción del Eje Cafetero –FOREC, introdujo y empoderó a varias organizaciones no gubernamentales en Armenia y el Quindío que por lo general vinieron a proponer y a imponer su modelo de reconstrucción de territorio, pasando por encima de la institucionalidad local y dejando improntas foráneas en nuestras ciudades con algunos éxitos y muchos desaciertos.
Pero como casi todas las ONG en mención eran foráneas y no conocían ni aprendieron a valorar nuestra cultura e idiosincrasia, y como se limitaron a cumplir compromisos contractuales con el FOREC, su articulación con lo quindiano fue precaria como precarios fueron sus resultados en lo atinente a la recuperación del tejido social y en la reactivación del aparato productivo. Es decir, privilegiaron la reconstrucción de infraestructura sobre los aspectos sociales y se olvidaron de apoyar a los empresarios para que se recuperara la economía local. Fue así como la Ley Quimbaya, que pretendía atraer inversión, se convirtió en una oportunidad perdida.
Después del terremoto no hay mucho que decir. El tiempo se paró o transcurrió con lentitud y la región entró en hibernación. Los partidos políticos perdieron su rumbo y sus ideologías se volvieron cada vez más escasas, el civismo se extravió, los gobernantes de turno con frecuencia gobernaron para ellos y sus grupos, la economía perdió dinámica, la dirigencia se silenció pese a algunos inconformes y permitimos que algunos avivatos hicieran de las suyas mientras se desquebrajaba la calidad de vida.
2. LAS DÉCADAS PERDIDAS
De la situación social y económica del Eje Cafetero dio cuenta el Informe Regional de Desarrollo Humano –IRDH- 2004, publicado por el PNUD denominado “Un pacto por la región. De la crisis cafetera a una oportunidad de desarrollo regional”. El IRDH dijo entonces, refiriéndose al Quindío, que: “Esta región del país se caracterizó por muchos años por sus altos indicadores en cuanto a condiciones de vida frente al resto de la nación, hasta el punto que cuando se discutió la inclusión del mandato de las transferencias en la Constituyente de 1991, los cálculos que realizaron las autoridades económicas del momento tenían como referencia las condiciones de vida del Quindío4” (PNUD, 2004, p. 21).
En otro de sus apartes, sobre el deterioro de las condiciones de vida en el Eje Cafetero, el informe dijo:
“La caída en los precios del café sumada al retroceso de otras actividades por cuenta de la crisis de demanda interna, ocasionó la contracción del PIB de los municipios y departamentos de la región a finales de los años noventa. Esta situación generó la eliminación de fuentes de trabajo y el deterioro de los ingresos familiares, ante lo cual algunos miembros de los hogares –en particular, mujeres, amas de casa– presionaron el mercado laboral. El aumento de la oferta laboral combinado con una insuficiente generación de empleos, elevó las tasas de desocupación, de subempleo y de informalidad. En consecuencia el ingreso real de las familias cayó y los niveles de pobreza aumentaron. Ante la caída del ingreso, los hogares debieron reducir, entre otros, sus gastos de educación y alimentación, lo que ha comprometido su capital humano” ((PNUD, 2004, p. 21-22).
El PNUD, ante el diagnóstico que realizó, describe la realidad encontrada como una contradicción regional y la llama paradoja del desarrollo:
“Pareciera pues que el Eje Cafetero vive hoy lo que se podría llamar la paradoja del desarrollo: las altas condiciones de vida que lograron sus habitantes como consecuencia del progreso y el crecimiento en el pasado, no son sostenibles en la actualidad porque la economía cafetera está severamente afectada y porque los bajos indicadores de necesidades básicas insatisfechas (NBI) y altos de condiciones de vida son insostenibles mientras muchos habitantes de la región padezcan desempleo y hambre. Entre otras palabras, resulta paradójico que los habitantes de la región posean altas coberturas de servicios públicos esenciales pero al mismo tiempo las gentes tengan menores oportunidades de empleo e ingreso. Dichos indicadores además, marginan a la región de la posibilidad de acceder a recursos nacionales o internacionales” (PNUD, 2004, p. 22).
El IRDH de 2004 sugiere la existencia de una década perdida en términos de las tres características que promueve el desarrollo humano: tener una larga vida y saludable (índice de longevidad o esperanza de vida), poseer conocimientos (índice de logro educativo) y poder acceder a los recursos necesarios para lograr un nivel de vida decente (índice del PIB per cápita). Esta afirmación se sustenta con los indicadores de desarrollo humano entre 1993 y 2002 que muestran que no hubo variación para Risaralda y Caldas, pero que en el caso del Quindío, claramente el índice de desarrollo humano -IDH- de 2002 era inferior al que se tenía nueve años atrás.
Pero el PNUD no sólo documentó el deterioro que presentaba el IDH, sino que propuso un “pacto regional por el desarrollo humano” con el propósito de suscitar compromisos, concesos y concertaciones entre los gobiernos locales y la sociedad civil para generar más y mejores oportunidades para los habitantes de la región y así avanzar en el desarrollo humano. El punto de partida era el cumplimiento de las metas del milenio y propuso, a su vez, un Pacto Regional definido por las siguientes políticas:
- Recuperar una senda del crecimiento económico: Reconversión productiva de la economía cafetera, reducción de costos de producción y aumento de la rentabilidad, diferenciación de la calidad del café, mejor aprovechamiento de los recursos naturales, integración regional y competitividad, promoción de sectores promisorios.
- Audaz política educativa: Universalización de la educación primaria, reducción de las inequidades en el acceso y la calidad de la educación, valoración de la educación, despolitización de la educación pública y autonomía escolar, mejoramiento de las prácticas pedagógicas, evaluación de los resultados educativos, fortalecimiento de la educación técnica y tecnológica, educación y cultura, mejoramiento de la cobertura y calidad de la educación superior.
- Diseñar y poner en marcha protección social y seguridad alimentaria:
El informe dijo lo que ya intuíamos pero que no teníamos documentado: que el desarrollo humano se había deteriorado ostensiblemente con la crisis del café. Las alarmas encendidas por el PNUD propiciaron algunos debates, pero el ulular de sirenas duró unas semanas. Si bien la propuesta de un Pacto Regional hubiera podido servir no solo para reorientar el plan de desarrollo departamental del periodo 2004 – 2007 sino como referente de los planes siguientes, este fue ignorado por los gobernantes y quedó como un documento histórico que pocos consultan.
Pero no hace falta otro informe similar para darnos cuenta que las condiciones de calidad de vida en el Quindío no mejoran, pues solo basta con mirar algunas de las estadísticas que el DANE publica para tener una idea general de la situación socioeconómica actual:
En 2011 la variación porcentual del PIB del Quindío fue de 0,9% mientras que en Colombia fue de 5,9% y en Risaralda y Caldas del 5,1% y 3,7% respectivamente. Es decir, que el PIB nacional creció en 2011 cinco veces más de lo que lo hizo el del Quindío y a su vez los de Caldas y Risaralda lo hicieron entre tres y cuatro veces más. Este crecimiento evidencia el rezago del Departamento en el escenario regional y nacional.
En 2011 el PIB del Quindío representó el 0,7% del PIB nacional, confirmando el bajo peso que tiene en el total de la economía.
En el PIB per cápita, el Quindío ocupó en 2011 el puesto 20, llegando al 61,6% del PIB per cápita nacional, lo que muestra el modesto poder adquisitivo de los quindianos.
* El Quindío ocupó en 2011 el primer puesto en desempleo a nivel nacional con una tasa de 17,7%.
Para el trimestre móvil agosto – octubre de 2012 la tasa de desempleo en Armenia fue de 15,6% ocupando el segundo puesto en desempleo entre las principales ciudades de país. En los últimos años el desempleo no ha cedido y Armenia ha estado de forma sistemática en los primeros lugares llegando a superar el 18%.
* La tasa de analfabetismo en el Quindío en 2010 fue de 6,1%5 (urbana 5,5% y rural 10,5%). Sin considerar la calidad de la educación, estas cifras son lamentables e inadmisibles en la sociedad actual.
* Las Exportaciones no tradicionales6 cayeron un 73% en tres años, pasando de US$35,5 millones en 2009, a US$15,4 millones en 2010 y a US$9,6 millones en 2011(Caldas US$ 353 millones y Risaralda US$ 199 millones), tendencia que continua en 2012 al registrarse un total de US$3,2 millones7 al término del tercer trimestre.
En comercio exterior somos dependientes del café, producto que a octubre de 2012 marcaba el 97,9% de las exportaciones totales del Quindío8. Esto indica que se redujeron al mínimo las exportaciones de otros bienes y servicios y que nos estamos especializando en producir para el mercado nacional.
* La incidencia de la pobreza y la incidencia de la pobreza extrema en el Quindío, si bien disminuyeron entre 2002 y 2011, los porcentajes son mayores a los que presentan Risaralda y Caldas, lo que sugiere que estos departamentos están siendo más exitosos en la lucha por la disminución de la pobreza.
* El Coeficiente de Gini9, que mide la desigualdad de ingresos en un país o región, aumentó en el Quindío entre 2002 y 2011, lo que se interpreta como una mayor concentración del ingreso, situación que contrasta con lo que sucede en Risaralda, departamento en el que la reducción del coeficiente de Gini es sustancial. Nótese que en 2002 el Quindío tenía el menor coeficiente en el Eje Cafetero.
Las cifras citadas nos ponen frente a la obligación de preguntarnos qué pasa y ante la necesidad de reflexionar y actuar. Al recordar lo que fuimos en el pasado reciente y al observar lo recursos que tiene el Quindío, no es fácil aceptar el deterioro socioeconómico actual. Entonces: ¿Qué pasó con ése Quindío, que por sus condiciones de vida frente al resto de la nación sirvió como referente para los cálculos que hicieron las autoridades económicas cuando se discutió la inclusión del mandato de las transferencias en la Constituyente de 1991? ¿Dónde quedó ése Quindío que el país reconocía como el modelo de bienestar? ¿Qué fue de ése Quindío, que orgulloso y altanero, se jactaba de ser café y nada más?
Opinar en retrospectiva es más sencillo que construir futuro, pues lo primero se basa en la interpretación de sucesos que no se pueden cambiar y en especulaciones de lo que pudo haber sido y no fue, y lo segundo requiere de visión, de gran esfuerzo colectivo, de mucha disciplina, de no poca perseverancia y de acuerdos sociales y políticos sobre lo que se quiere como futuro. Sin embargo, mirar el pasado es la oportunidad para reconocer los errores y valorar las oportunidades perdidas, es aprender lecciones y madurar como sociedad.
El IRDH – 2004 nos puso frente a lo que sucedía al final del siglo XX, nos dijo sin contemplaciones que la calidad de vida iba en descenso y que estábamos ante una paradoja del desarrollo al señalar que las altas condiciones de vida que lograron los habitantes como consecuencia del progreso y el crecimiento del pasado, eran insostenibles mientras en la región muchos padecieran desempleo y hambre. Ante esta situación, el informe llamó a los años 90 la década perdida en términos de desarrollo.
El propósito del PNUD no era decir que estábamos estancados o retrocediendo en calidad de vida, la intención era proponer un Pacto Regional como en efecto lo hizo. Pero lo penoso no fue saber que íbamos en retroceso, lo lamentable fue no haber hecho nada para remediarlo, lo deplorable fue no adoptar las recomendaciones del Pacto Regional, lo inadmisible fue no haber actuado cuando la información disponible nos decía que las condiciones socioeconómicas se deterioraban de forma acelerada.
Y para muestra un ejemplo: una de las tres políticas del Pacto Regional fue la de transformar y mejorar la educación, sobre lo cual poco hicimos. Ahora el DANE, en relación a la educación y su incidencia en la pobreza monetaria en el Quindío10 en 2011, señala que “En el caso de la pobreza por nivel educativo del jefe de hogar, se tiene que la tasa de incidencia de la pobreza es mayor mientras menor sea el nivel educativo del jefe del hogar al que pertenecen.” Esta relación directa entre educación y pobreza quedó plasmada en el siguiente párrafo del documento:
“En 2011, el 50,8% de las personas que pertenecían a un hogar cuyo jefe tenía una educación hasta básica primaria o menor eran pobres, cuando el jefe de hogar era bachiller o técnico este porcentaje se reduce a un 38,9% y 9,9% respectivamente, por último si el jefe de hogar tiene estudios universitarios o de postgrado este porcentaje es menor, llegando a un 6,7%.”
Al leer las estadísticas sobre PIB, desempleo, exportaciones, analfabetismo, incidencia de pobreza y coeficiente de Gini, se evidencia que el deterioro en el IDH reportado en 2004 siguió su curso en el Quindío, lo que nos pone ante el dramático escenario de estar, ya no ante una década perdida, sino frente a dos décadas perdidas (la última del siglo XX y la primera del XXI), hecho que sugiere la necesidad inaplazable de emprender un esfuerzo gigantesco si queremos revertir el retroceso y retomar la senda del progreso.
3. EL PUNTO DE PARTIDA
El proceso de recuperación se debe hacer con optimismo y no con la sensación de hallarnos en un camino sin salida, pues esto sería como entrar en el oscuro túnel del no futuro, del territorio fallido, de la sociedad inviable. Es más fácil no hacer, criticar y destruir que imaginar opciones y construir futuros plausibles, pues esto supone estar conscientes de las cosas que hicimos mal, de las que seguimos haciendo mal, de lo que necesitamos enmendar y, sobre todo, de lo que deseamos ser.
Lo primero que hay entender es que mientras acumulamos dos décadas perdidas nadie nos esperó, por el contrario, otras regiones y el mundo continuaron con su propia dinámica y muchos crecieron y progresaron, lo que sugiere que no solo nos estancamos sino que nos cogieron ventaja.
Lo segundo es que el café dejó por siempre su huella en el Quindío, al punto que la UNESCO reconoció el Paisaje Cultural Cafetero como patrimonio de la humanidad.
Lo tercero es que el café trajo prosperidad y riqueza, propició comunidades urbanas y ciudades con tendencia a la conurbación, impulsó la construcción de carreteras, puestos de salud, escuelas y servicios públicos rurales, desarrolló la agroindustria de la trilla, permitió la acumulación de capitales, mejoró la seguridad en el campo y muchas otras cosas. Pero la crisis de la caficultura nos hizo dar cuenta que la prosperidad de las décadas pasadas tenía sus limitaciones, que la distribución del ingreso no fue tan equitativa como se pensó, que la inversión de los excedentes de capital en otros negocios no se dio, que los procesos de inclusión social fueron tímidos, que no hubo proyecto de modernidad e innovación, que no se consolidó un modelo de civilidad, de comportamiento social y de orden moral de amplia aceptación, que no se tenía cultura política para enfrentar las nuevas realidades.
En conclusión, no estábamos preparados para que colapsaran las estructuras políticas y sociales sobre las que habíamos construido nuestro bienestar, carecíamos de propuestas para enfrentar la crisis y no tuvimos capacidad de reacción. Estas dos décadas perdidas trajeron problemas que los gobernantes, partidos políticos, dirigentes gremiales y cívicos, y la sociedad en general no supimos resolver. Esta tesis no debe interpretarse como un juicio de responsabilidades, sino como la aceptación de una incapacidad que estamos en la obligación a superar.
4. LOS DERROCHES DE PLANIFICACIÓN
Una revisión a los esfuerzos de planificación realizados en el Quindío desde el “Plan de Desarrollo Agrícola Integrado de la cuenca del Quindío 1990 – 2005” realizado por la CRQ y la Agencia de Cooperación Internacional del Japón -JICA- en 1987 hasta el Plan de Desarrollo Departamental 2012 – 2015 “Gobierno firme por un Quindío más humano”, permite afirmar que la planeación ha sido un instrumento de uso recurrente en la región.
Han sido algo así como dos décadas de intensa planificación, en las que además de los planes mencionados, sobresalen otros como: el Plan de Desarrollo del gobierno de Mario Gómez Ramírez (1992-1994) que fue un trabajo colectivo orientado por el CIDER de la universidad de Los Andes; el Plan Quindío 2020 que se caracterizó por ser el más grande proceso de planeación participativa emprendido; dos planes de desarrollo turísticos, uno de ellos con el ostentoso eslogan: “Quindío, destino turístico del nuevo milenio; el Plan de Ordenamiento y manejo de la cuenca del río La Vieja, proceso conjunto entre la CRQ y las corporaciones autónomas regionales de Risaralda (CARDER) y Valle del Cauca (CVC); el Plan de la Ecorregión del Eje Cafetero, otro esfuerzo subregional de Caldas, Risaralda, Valle del Cauca y Tolima; el Plan Exportador; la Agenda Interna de Productividad y Competitividad; el Plan Regional de Competitividad y el Plan Estratégico Regional de Ciencia, Tecnología e Innovación.
A esta cartera de planificación se suman los planes que deben formular alcaldes y gobernadores para su período constitucional11. En consecuencia, se han formulado los planes de desarrollo correspondientes a los periodos de gobiernos 1995–1997, 1998–2000, 2000–2003, 2004–2007, 2008–2011 y 2012–2015, siendo en total seis planes de desarrollo departamentales y setenta y dos planes de desarrollo municipales12. Adicional a esto, están los planes de ordenamiento territorial de los once municipios diferentes a Armenia y dos POT elaborados para la capital de acuerdo a la Ley 388 de 1997.
Sin tener en cuenta otros ejercicios de planeación, los nombrados suman 102 planes que en las últimas dos décadas han propendido por el desarrollo del Departamento, las mismas dos décadas perdidas en las que el Quindío se estancó o retrocedió. Esta coincidencia nos remite a la tesis expuesta por el PNUD en el IRDH 2004 respecto a que la región se enfrentaba a una paradoja del desarrollo, ¿o de qué otra forma se podría llamar a esta permanente formulación de planes de desarrollo que en la práctica no producen resultados reales ni tangibles?
Un plan de desarrollo tiene el propósito de construir un futuro que mejore el presente con base en las experiencias del pasado, si esto no se logra, no se justifica el tiempo ni los recursos empleados en su formulación y ejecución. Entonces sería bueno saber si los más de un centenar de planes fallaron por una equivocada visión de futuro, por una deficiente formulación, por falta de continuidad de lo que se traía con lo que se iniciaba, por inconsistencias entre lo propuesto y los recursos disponibles, por incoherencia entre los objetivos planteados y las acciones ejecutadas, por inviabilidad económica y técnica de los proyectos, por un manejo ineficiente de los recursos o por desviación de los recursos disponibles hacia prioridades políticas ajenas al desarrollo.
Responder a estos interrogantes requería un monumental esfuerzo de investigación que estaría por fuera del alcance de este ensayo; pero lo que sí es posible afirmar es que nos equivocamos en la forma de pensar el territorio, que no tuvimos respuestas a las demandas socioeconómicas que produjo la crisis del café y que la planificación parece que se hizo sobre un palimpsesto13 en el que borramos lo hecho para reescribir lo que queríamos hacer o repetir, en un continuo iniciar sin concluir para volver a empezar.
Así las cosas, algo hicimos mal con esta loca y ojalá que no perversa planificación. Es cierto que nos podemos equivocar, pero hay que tener mucho cuidado porque sólo hay una vida para intentar salir adelante. Cuando la dirigencia de una región yerra de forma reiterada por dos décadas consecutivas en la administración del territorio, algo no funciona, algo anda mal, y los obstáculos que impiden el progreso, lejos de ser coyunturales, se tornan estructurales, y las brechas del desarrollo con otras regiones aumentan. Como el problema no está en no hacer cosas nuevas, sino en continuar haciendo las que no sirven, entonces me pregunto cada vez que se formula un nuevo plan de desarrollo: ¿será que algo va a cambiar o será que algo se está perpetuando?
Los biólogos Bonnet y Darwin expusieron la teoría de la evolución de las especies señalando que los organismos vivos se deben adaptar14 al medio donde viven o desaparecer, teoría que se puede aplicar al hombre como organismo que vive en un medio natural modificado por él y en un medio social y económico que creó. Con base en esta teoría, es claro que la crisis del café y los determinantes del mundo moderno produjeron un cambio al que no hemos sido capaces de adaptarnos como sociedad, lo que pone en grave riesgo de funcionamiento a este delicado sistema social, económico y ambiental que tenemos.
La forma de relacionarnos con el medio ambiente y la armazón que soportó los sistemas económicos y sociales ya no funcionan como antes. Y entre más rápido nos demos cuenta que esas estructuras están dañadas y que no pueden ser reparadas ni regresadas a su estado original, más pronto empezaremos a caminar por la senda de la recuperación socioeconómica. No es factible pensar en un futuro que hipotecamos al bienestar del pasado. ¡No!, hay que tener la capacidad y el arrojo de adaptarnos a las nuevas realidades jugando con las reglas con las que gira el mundo.
De seguir como vamos, corremos el riesgo de parecernos a las ballenas que sin percatarse se suicidan en masa. Entre las hipótesis que manejan los científicos para explicar estos suicidios colectivos, está la de las lesiones en el sistema de eco localización de estos mamíferos que emiten sonidos en frecuencia inaudibles para los seres humanos y que podría compararse al sonido de un submarino. Este fenómeno se fundamenta en el principio de que en las manadas existe el instinto de seguir a sus líderes, que generalmente es un ejemplar mayor que dirige al grupo en busca de alimento. En ocasiones estos líderes pierden la orientación y terminan por dirigir a la manada a una muerte segura sin que las ballenas se den cuentan que van a estrellarse contra las rocas o a quedar varadas en una playa, pese a los esfuerzos de marinos y guardacostas por intentarlas llevarlas nuevamente a mar abierto.
La sabia naturaleza nos pone entonces a pensar en el sentido de orientación de líderes y dirigentes, en la forma en que el pueblo en mana les sigue cuando todo indica que van a encallar y en la razón por la cual no ponemos atención a entidades que como el PNUD intentan mostrarnos otros puertos ante el peligro que se avecina.
Viene entonces la necesidad de potenciar el recurso de la resilencia, entendida como la capacidad de afrontar la adversidad saliendo fortalecido y alcanzando un estado de excelencia profesional y personal. Si bien el término se aplica en la sicología a las personas, también puede ser aplicado a las sociedades que están ante situaciones de adversidad. Si se asume que “la resilencia es un proceso dinámico que tiene por resultado la adaptación positiva en contextos de gran adversidad15” o que es la “habilidad para resurgir de la adversidad, adaptarse, recuperarse y acceder a una vida significativa y productiva16”, estaríamos ante la posibilidad de apropiarnos de un gran recurso, pero esto requiere entereza, disciplina y actitud de cambio.
5. UN ANCLA AL PASADO
El bienestar y la abundancia que produjo el café tuvieron manifestaciones similares a la llamada “enfermedad holandesa17”. De alguna forma la región se inundó de gran cantidad de circulante debido a los altos precios internacionales del café, lo que propició crecimiento del poder adquisitivo de la población que demandó bienes de consumo que la región no producía, aumentando sus precios y estimulando su importación. Entonces muchos se dedicaron a comercializar bienes y servicios para satisfacer la creciente demanda, por lo que la economía solo se benefició de la exportación de un commodity18 como el café y del comercio de productos de consumo el mercado local, sin preocuparnos en invertir en bienes de capital y sin darnos cuenta que aquí no se quedaron las grandes ganancias.
La excesiva especialización económica, a pesar de los beneficios que trajo el café, terminó por distorsionar la economía en su conjunto desamparando otros sectores productivos, lo que dejó a la población que estuvo al margen del sector privilegiado en condiciones de subsistencia.
Transcurridas dos décadas de crisis cafetera, una buena parte de los cultivadores, dirigentes sectoriales y gremio cafetero siguen reclamando el estatus quo que tuvieron, por eso es usual que reclamen precios de sustentación, subsidios a los insumos, refinanciación de deudas y devaluación de la moneda, al tiempo que le pasan cuenta de cobro al Gobierno por los tiempos en los que la caficultura fue el motor de la economía. En pocas palabras, añoran y exigen el retorno al bienestar del pasado sin mirar que el mundo cambio y, lo que es peor, sin querer cambiar.
Por su parte el país hizo la tarea que en el Quindío no hicimos, cual fue la de superar la dependencia del café apoyando otros sectores de la economía. Hoy el mercado externo del grano no es determinante en las exportaciones colombianas.
6. LA NECESIDAD DE UNA RUPTURA
Los desafíos que enfrenta el Quindío en lo social, económico, ambiental político e institucional se ven agravados por la magnitud de los cambios que se han dado, cambios que se expresan en la urbanización de la población, la globalización de la economía y los tratados de libre comercio, la informática y las telecomunicaciones, la ciencia, tecnología e innovación, la competitividad y productividad empresarial, la sostenibilidad ambiental del desarrollo, los nuevos modelos educativos, las autonomías locales, la democracia y participación ciudadana, y los principios de equidad y oportunidad para la realización humana.
No es necesario llegar a lo profundo de la crisis para reaccionar, aún estamos a tiempo de reorientar el camino. Pero no se puede pretender enfrentar los retos del siglo XXI con habilidades del siglo XX. Es imperativo e impostergable empezar a actuar, no hay justificación alguna para seguir enfrascados en retóricas sin fin y en las distracciones que genera la política.
El futuro de la población no está exclusivamente en manos de los gobernantes; sin embargo, el atraso que tenemos en buena parte se debe a los malos gobiernos. Se dejó de pensar en el progreso por dedicar buena parte de las energías a una política insulsa llamada politiquería y a un sistema que pone gobernantes que miden sus logros en porcentaje de conversos y no en términos de generación de ingresos y calidad de vida.
Las cosas en un territorio no vienen empaquetadas en ciclos de cuatro años como lo quieren hacer ver la mayoría de los mandatarios que desechan lo que hicieron sus predecesores y sólo apoyan lo que pueden hacer durante su periodo. Es menester romper este perverso ciclo para mirar horizontes de trabajo de diez o más años.
El Quindío siempre hará parte de la región del Eje Cafetero y jamás volverá a ser un departamento rural19. En el mundo moderno las ciudades son el motor de la innovación lo que nos señala la necesidad de promover un modelo sostenible de desarrollo urbano compatible con el campo, con gente habilidosa y creativa para hacer de ésta una región exitosa.
La única forma que un territorio de pequeña extensión puede competir es con creatividad y conocimiento, para lo cual es esencial que se dé una verdadera revolución estudiantil, que se emprendan procesos de cambio y que se apoye de forma decidida a los innovadores y científicos. El Quindío no tiene otro camino distinto para superar las dos décadas perdidas que avanzar hacia una sociedad del conocimiento y hacia una economía del conocimiento, solo así es posible recuperarnos y sobrevivir en un mundo altamente competitivo, de lo contrario, dediquémonos a producir y vender commoditys tratando de rearmar las estructuras productivas de antes, abramos esta tierra a la explotación de oro y de otros minerales, entreguemos en comodato este departamento, ofrezcámoslo en arriendo o pidamos anexión a territorios vecinos.
Pero como estamos en una carrera contra el reloj, pues dos décadas perdidas es mucho tiempo y la brecha con otros territorios se agranda, es relevante comprender que los recursos más escasos que tenemos son el tiempo y la gente. Y digo la gente, porque dos décadas malogradas para un departamento concluyen en una generación perdida.
No queda otro camino que empoderar a la sociedad para que se apropie del cambio. La transformación empieza cuando nos damos cuenta que somos capaces de salir adelante. El cambio se hace con la elección de buenos gobiernos, con una dirigencia comprometida con el bien común, con una buena educación, con la apropiación de la ciencia y la tecnología, con una cultura de la innovación, con una economía capaz de retener a jóvenes profesionales, con atracción de inversión nacional e internacional, con ecosistemas sanos y productivos, con una mejor redistribución del ingreso, creando y aplicando estrategias de inclusión social, y sobre todo, se logra cuando se le ofrece a los habitantes oportunidades para su desarrollo con equidad.
Hemos dañado parte de nuestras estructuras sociales, económicas, ambientales, políticas e institucionales. Algo hicimos mal y algo hacemos mal para que estemos estancados. Podemos continuar estáticos, lamentándonos, añorando y exigiendo que nos devuelvan el pasado, haciendo más de lo que no ha funcionado, reeligiendo el mismo modelo de hacer política que reproduce la misma forma perversa de administrar lo público, o decidirnos como sociedad a ensayar nuevos caminos y construir mundos diferentes.
Los verdaderos líderes tienen que tener claridad de hacia dónde dirigir a su pueblo. No es concebible que hayamos ignorado organizaciones como la JICA que propuso un nuevo modelo de desarrollo que anticipaba la crisis que se veía venir y como el PNUD que mostró una década perdida en términos de desarrollo humano proponiéndonos un Pacto Regional. Con haber leído sus informes y aplicar sus propuestas seguramente hubiésemos evitado el alto costo socioeconómico que estamos pagando.
Es imperdonable el no haber actuado con decisión cuando periódicamente el DANE mostraba que el desempleo y la informalidad laboral aumentaban, que el PIB se estancaba o crecía lentamente, que las exportaciones descendían, que el cultivo de café disminuía, que no atraíamos inversión, que la juventud emigraba buscando oportunidades, que no lográbamos una efectiva disminución de la pobreza y que la distribución del ingreso se concentraba en unos pocos.
Sólo con caminar por ciudades y veredas hubiéramos detectado el deterioro socioeconómico de los quindianos. Sin embargo, cuando lo hicimos fue para dar discursos en busca de votos y para ofrecer lo que no necesitaban las comunidades; no para escuchar a la gente, no para conocer de su pobreza y angustias, no para entender lo que estaba sucediendo.
Estamos próximos a llegar al cincuentenario como departamento. Cuando el Quindío se independizó era la región más prospera del Viejo Caldas, ahora es la de mayor empobrecimiento y deterioro en la calidad de vida del Eje Cafetero. Esta esta realidad no se puede cambiar ni revertir con la misma forma de pensar y de actuar que la produjo.
Hay que ser osados como sociedad, hay que idear y crear formas atrevidas de hacer futuro. Hay que proponer esquemas de ruptura para desintegrar los círculos viciosos que atrapan a la región en el subdesarrollo, atrayendo inversión y creando empresas, formulando instrumentos de cambio para salir del atraso tecnológico, sugiriendo agendas alternativas de políticas públicas para generar una nueva institucionalidad con dialogo entre gobernantes, fomentando la equidad y la distribución del ingreso, pues no es aceptable que el Quindío, con los recursos que tiene, presente un desempeño discreto, por no decir que mediocre, muy por debajo de su verdadero potencial.
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1 Agrólogo de la Universidad Jorge Tadeo Lozano. Director de la Fundación para el Desarrollo del Quindío. Director del Comité Intergremial. Secretario de Planeación Departamental (en dos oportunidades). Rector de la Universidad Empresarial Alexander von Humboldt. Gerente de Empresas Públicas de Armenia. Gerente de Centro Aguas. Asesor en ordenamiento territorial y planificación en entidades como: Corporación Autónoma Regional del Quindío, Cámara de Comercio de Armenia, Municipio de Armenia, Gobernación del Quindío y FDQ. Docente: Sena y Escuela de Administración y Mercadotecnia del Quindío y Universidad La Gran Colombia. Gerente de la Comisión Regional de Competitividad. Miembro de la Academia de Historia del Quindío. Columnista del diario La Crónica
2 DANE. Cuentas Departamentales – Base 2005- Resultados año 2011pr. Boletín de prensa, 11 de octubre 2012. 18 p.
3 Las trilladoras La María, Colombia, Colón, La Peral, La Amelia, Rosita; las industrias Vicente Giraldo conocido como VIGIG (talleres de fundición y de mecánica, fabricación de arietes, zarandas, despulpadoras, picadoras de caña, fabricante de velas y jabones (jabón Lavadora y Caspidozan Vigig, etc.), Gaseosas Quindío, Vinos Continental, Baldosas El Diamante, Fécula La Robustina, Almacenes El Lobo, Leonisa, Trianón, Postobón y Maizena
4 El resaltado es del autor
5 Plan Nacional de Desarrollo 2010 – 2014 “Prosperidad para Todos”
6 Sin café
7 Bando de la República. Boletín Económico Regional Eje Cafetero – Caldas, Risaralda y Quindío. II y III trimestre 2012.
8 Ministerio de Comercio, Industria y Turismo. Perfil económico del Quindío. Octubre de 2012.
9 El Coeficiente de Gini es una medida de la desigualdad y normalmente se utiliza para medir la desigualdad en los ingresos, dentro de un país. El coeficiente es un número entre 0 y 1, en donde 0 se corresponde con la perfecta igualdad
(todos tienen los mismos ingresos) y donde el valor 1 se corresponde con la perfecta desigualdad (una persona tiene todos los ingresos y los demás ninguno).
10 DANE. Quindío. Pobreza monetaria 2011. Boletín de prensa. 02 de enero de 2013. 13 p.
11 Ley 152 de 1994 o Ley Orgánica del Plan de Desarrollo
12 El cálculo corresponde a un plan de desarrollo municipal por cada uno de los 12 municipios que conforman el departamento del Quindío lo que arroja 72 planes de desarrollo formulados en los seis periodos de alcaldes desde 1995
13 Se llama palimpsesto al manuscrito que todavía conserva huellas de otra escritura anterior en la misma superficie, pero borrada expresamente para dar lugar a la que ahora existe. Esta fue una práctica frecuente en el siglo VII con el propósito de economizar papiro egipcio ante las dificultades de había para su comercio y la gran demanda para la escritura de textos.
14 La adaptación es un proceso mediante el cual una población se adecúa mejor a su hábitat y también el cambio en la estructura o en el funcionamiento de un organismo que lo hace más adecuado a su entorno. La adaptación puede causar ya sea la ganancia de una nueva característica o la pérdida de una función ancestral y se produce a través de la modificación gradual de las estructuras existentes. Durante la adaptación, algunas estructuras pueden perder su función original y convertirse en estructuras vestigiales. Estas estructuras pueden carecer de funcionalidad en una especie actual, sin embargo, pueden haber tenido una clara función en la especie ancestral o en otras especies estrechamente relacionadas.
15 Luthar (200)
16 ICCB, Institute on Child Resilience and Family (1994)
17 La enfermedad holandesa o mal holandés es el nombre general que se le asigna a las consecuencias dañinas provocadas por un aumento significativo en los ingresos de un país. El término surge en los sesenta cuando las riquezas de los Países Bajos aumentaron considerablemente a consecuencia del descubrimiento de grandes yacimientos de gas natural en el Mar del Norte. Como resultado del incremento de ingresos la moneda neerlandesa se apreció perjudicando la competitividad de las exportaciones no petroleras del país. De ahí el nombre de este fenómeno, que si bien no se relaciona con el descubrimiento de algún recurso natural, puede ser el resultado de cualquier hecho que genere grandes entradas de divisas.
18 Se refiere a productos genéricos, básicos y sin mayor diferenciación entre sus variedades. Son materias primas a granel, productos cuyo valor viene dado por el derecho del propietario a comerciar con ellos, no por el derecho a usarlos (por ejemplo en trigo que al comercializarlo se basa en una calidad mínima estándar sin hacer diferencia en donde fue producido. Como ejemplo también está el carbón y el petróleo). En el caso del café, este lo vendemos de forma genérica sin transformación ni valor agregado, con poca diferenciación.
19 Según el DANE el 87% de la población quindiana vive en las cabeceras municipales