La noche trágica en el Club El Nogal*
Para recibirnos ya estaban allí Octavio Amaya Galarza, el anfitrión, la “cumpleañera” María Helena Reyna de Amaya y su hija Estefanía, quienes con su proverbial amabilidad saludaron a todos y cada uno de sus amigos. Octavio, generoso y cordial como el que más, quería festejar a su señora con una fiesta semisorpresa. La pequeña Estefanía con una preciosa sonrisa que le iluminó su moreno rostro y sus “brakets” adolescentes no pudo guardar el secreto y nos contó con picardía manifiesta que el detalle que había preparado su padre era la intervención de un conjunto de ballet clásico integrado por jovencitas cuya edad frisa entre los 8 y los 16 años.
El grupo de amigos, cuya empatía la constituye el hecho de que somos asiduos de los conciertos de Las clásicas del amor que dirigen Alberto Upegui y Carmiña Gallo, se completó con la llegada del Abogado Carlos Buriticá y Stella, del exministro Jaime Niño y Lucía, de los industriales Bernardo Mojica y María Eugenia, Víctor Moscoso y Cecilia, el Abogado Luis Felipe Jaramillo y Gladys y el Arquitecto Manuel Castro y Gloria Mercedes. La anterior nominación la hacemos para precisar que, salvo Octavio, ninguno de nosotros es socio de “El Nogal” y que por consiguiente no somos representantes de la presunta oligarquía colombiana.
Allí estábamos, porque el Club ha sido desde su fundación centro de encuentro social, de pluriclasista presencia de quienes de una u otra manera representamos al común de los ciudadanos que asisten a reuniones, conferencias, exposiciones, eventos sociales y culturales, merced a que sus puertas se abren para toda clase de civilizadas manifestaciones.
A las 8:05, el golpe dinamitero nos arrojó al suelo. Vidrios, lámparas, espejos con su ruido ensordecedor, nos hizo comprender la realidad. El pánico nos invadió y fue el caos. Octavio se puso al frente pidiendo tranquilidad y prudencia. Permanecer en el piso, apagar celulares y tratar de conservar la calma. Hasta que aparecieron en la oscuridad, con débiles luces, varios empleados de “El Nogal”. Algunos lograron ser evacuados hacia la carrera séptima. A nosotros nos condujeron en un tiempo que nos pareció eterno, a las escaleras que conducen al Hotel sobre la carrera quinta por inacabable túnel, negro como boca de lobo, donde nos dimos cuenta de que seguíamos vivos y que el humo asfixiante del incendio de los pisos bajos no nos había paralizado la respiración.
Hacia las 8:30, los de la fiesta de cumpleaños del octavo piso, estábamos a salvo, con la cara renegrida y el alma acongojada pero e ilesos. Incluso las niñas del ballet, cuyos patéticos llantos y las invocaciones desvalidas a sus padres nos perseguirán quien sabe hasta cuando.
Después, los reencuentros alegres, las oraciones, los noticieros y los periódicos que nos hicieron comprender la magnitud de la catástrofe. Y la reflexión sobre lo que oímos declarar a una joven mujer, integrante del Cuerpo de Bomberos de Bogotá, quien con lágrimas imprecaba a aquellos, que como monstruos, eran capaces de producir semejante holocausto, conscientemente, superando los estragos de los fenómenos naturales como las avalanchas, los incendios, los terremotos, y en cuyas almas deben solazarse los espíritus del mal apenas aparece el sol y continúan sus execrables existencias.
Reconocimiento eterno a los empleados del Club El Nogal, que nos sacaron del infierno. Al Ejército, a la Policía, a anónimas gentes que nos tendieron su mano con el agua vivificante que nos reanimó y sacó de la noche oscura, del miedo y del terror. Ellos nos reconciliaron con el hombre que a veces es lobo para el hombre, pero que sobre todo, seguirá creyendo en la bondad, en la entrega de su corazón a los valores nobles, en la esperanza del imperio de la Paz.
Sobre el cadáver de las victimas sólo nos queda reafirmar que la vida es lo único que tenemos. Y que a quienes han atentado contra ella ojalá algún día les llegue nuestro perdón, aun cuando va a ser difícil. ¡Hosanna a Dios en los cielos y en la tierra a los hombres de Paz y de buena voluntad!
* Esta crónica fue publicada el 16 de febrero del 2003 en el diario La Patria de la ciudad de Manizales, Colombia.
Autor: Augusto León Restrepo R. Ex Director de La Patria
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