El cierre del Carlo Magno
Formar hombres es la primera de todas las utilidades públicas en la sociedad, dice Rousseau en el prefacio de El Emilio. Por eso, cerrar una escuela es privar a muchos hombres de su formación. El cierre del colegio Carlo Magno es un duro golpe a la educación del Quindío, porque era el único de su género en la región. No hubo jamás en el Quindío un establecimiento público donde mejor se manejara la tolerancia y el respeto por el otro. Tuvo Eliécer Castaño Marín, un pedagogo por vocación, la fortuna de crear un colegio para que todos aquellos muchachos de Armenia que eran rechazados, estigmatizados y discriminados en otros establecimientos educativos, públicos o privados, tuvieran un espacio de diálogo, de tolerancia, de aprendizaje del respeto, de formación como ciudadanos de bien, más allá de las propias disciplinas científicas.
Mucho antes de que lo trajera la Constitución Política Colombiana, Eliécer Castaño ya aplicaba aquello del libre desarrollo de la personalidad del niño y el adolescente. Mucho antes de la Constitución, en el Carlo Magno se aplicaban los principios de libertad, respeto y responsabilidad como elementos pedagógicos de la formación del joven.
Conocimos de muchos casos de adolescentes que fueron expulsados de sus colegios porque se negaron a hacer el aseo de los corredores o los baños, o porque preferían el pelo largo, o la minifalda, o porque se ‘metían’ un porro de marihuana, o simplemente porque no rendían académicamente. Muchos motivos por los que la educación formal oficial o privada institucional decide expulsar a estudiantes que están llenos de otra vocación, o son víctimas de un problema familiar o social, o están ensimismados en un yo interior que les muestra las externalidades de forma diferente.
Eliécer Castaño lo comprendió muy bien, y por eso abrió el Carlo Magno, como un refugio de los muchachos, y como una muy buena alternativa de los padres de familia. La pedagogía en la formación de buenos seres humanos, su compromiso de ‘enderezar’ las ‘ovejas descarriadas’ de la juventud y la sociedad, por decirlo de una manera burda, lo puso como un verdadero apóstol de la educación en el Quindío.
Conocemos hoy muchos de los bachilleres del Carlo Magno que habían sido expulsados de otras instituciones, y que de no ser por la oportunidad pedagógica que les ofreció Eliécer Castaño se hubieran perdido en el rechazo, estigmatizados por una educación que no siempre comprende los problemas del niño y el adolescente. “Comenzad pues por estudiar mejor a tus alumnos, seguramente no los conocéis”, les recomienda Rousseau a los lectores de su libro, El Emilio, que seguramente leyó con mucho detalle el rector del Carlo Magno, y puso en práctica.
Lamentamos el cierre del colegio y la difícil situación por la que atraviesa su rector, e invocamos a la dirigencia pública y privada, a inversionistas, a exalumnos, a profesores jubilados a rescatar esta alternativa educativa, de las pocas que existen en el Quindío dentro de los cánones de la tolerancia, la libertad y la comprensión del niño y el adolescente, antes que nada.
Hacemos votos para que el Carlo Magno renazca, para bien de la sociedad del Quindío.
Crónica del Quindío/Editorial