Descanso ecológico
Estoy disfrutando este paraíso lleno de calma y sosiego, con un panorama insuperable, aquí el viento reposa, para regresar con sus aromas de caña, café y guayaba a la ciudad.
Al despuntar el sol las mariposas azules, las abejas y los multicolores chupaflores, madrugan a iniciar su tarea de búsqueda de alimento y las encallecidas manos de mi madre salen a recoger los productos de la huerta, símbolo de respeto y cuidado hacia el ecosistema.
Los campesinos madrugan a llevar sus productos agrícolas al pueblo y no han perdido su hermosa costumbre de dejar a su paso el saludo de los buenos días y al regreso en la tarde se les atiende con una buena taza de café, de agua de panela con limón o de guarapo de caña, para calmar la sed del caminante. Qué lindo todo esto y qué pereza regresar a la zozobra citadina.
Este paraíso, Togüí, es el que defendemos, para poder sentarse en el pasto a contemplar sus montañas, pensando que si no nos oponemos a la explotación de Sílice, muy pronto solo serán arrumes de arena, mientras el café y los frutales se mueren, nuestros cañaduzales se mecen al vaivén de la incertidumbre del precio de la panela y nuestros árboles caen ante la ferocidad de sus compradores y la indiferencia de las autoridades.
Tiene razón el reconocido naturalista británico David Attenborough quien considera que los humanos somos «una plaga» para el planeta e insta a controlar el crecimiento de la población y a producir alimentos para que ésta sobreviva.
Se espera que la población mundial pase de 7.000 a 9.000 millones en el 2050 y hacer más ecológica la economía, es el único modo de acogerlos en el planeta o la prosperidad de las futuras generaciones podría verse amenazada. Me despido con este verso de Delia Arjona:
El viento llevará mi semilla en verso,
florecerá y entrarán en razones,
Para que no exista el bosque talado
Y brote la esperanza en los corazones.
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