28 de marzo de 2024

Un respaldo a la libre expresión

22 de enero de 2013

La historia de este documento se remonta a 1994, cuando, a instancias de la SIP, en el castillo de Chapultepec (México), líderes políticos, escritores, académicos, abogados constitucionalistas y directores de medios de comunicación del hemisferio se reunieron para redactar 10 principios rectores que deberían servir como marco de la libertad de prensa en el continente.

Una vez promulgado, hace ya casi 20 años, el decálogo ha sido suscrito por numerosos mandatarios y personalidades del área. Lo han hecho convencidos de la importancia de un periodismo sin ataduras, como garantía de la viabilidad de cualquier democracia. Al mismo tiempo, la declaración ha sido una herramienta que ha permitido modificar leyes y acabar con protecciones especiales que eran un obstáculo para el desempeño del oficio.

Y así como los postulados que garantizan un ejercicio libre de la profesión siguen siendo los mismos, sin importar los cambios sociales, económicos o tecnológicos, las amenazas cambian con frecuencia su ropaje de acuerdo con el contexto y la época.
En Colombia, no obstante los avances -entre ellos, el que el año pasado no se hayan registrado asesinatos de comunicadores, cuando hace una década dicha cifra fue de 10-, el panorama dista todavía de ser óptimo. Y uno de los terrenos en los que es posible constatar más nubarrones es, precisamente, en las regiones. Allí es donde, infortunadamente, con más frecuencia aparecen obstáculos.

Estos son de diverso cariz. Van desde la intimidación de los grupos armados, muchas veces en asocio con redes cuyos tentáculos penetran sectores formales, hasta maniobras de funcionarios que, incómodos por valerosos trabajos periodísticos, deciden cerrarles espacios a sus autores. Para esto recurren a criterios poco transparentes a la hora de manejar la pauta oficial o simplemente socavan su credibilidad a través de acciones legales sin mayor sustento.

Centrar la atención en estas esferas es fundamental, y de ahí la importancia de lo firmado ayer. Y es que la salud de una democracia se mide no tanto por el diagnóstico del centro, sino de la periferia. Y esta será más precaria cuanto más asfixiada esté la prensa en tales lugares.

Por ello, la adhesión a la ‘Declaración de Chapultepec’ debe ser entendida como una reafirmación bienvenida y necesaria de los mandatarios regionales de su compromiso con la defensa de un derecho cuyo ejercicio puede incomodarlos, a veces, pero cuya existencia es síntoma de una democracia fortalecida. La rúbrica es, al mismo tiempo, un poderoso antídoto contra las tentaciones de ejercer un control por fuera de los marcos ya fijados.

Y así como los firmantes quedaron comprometidos con no entrometerse en la labor periodística, tal libertad conlleva, por supuesto, serias responsabilidades para quienes ejercemos el oficio. Estas se desprenden de los principios éticos que lo rigen: ecuanimidad, transparencia, rigor, veracidad, entre muchos otros. Se trata de una relación de doble vía con la que se cimientan las libertades.

El Tiempo/Editorial