28 de marzo de 2024

De Armenia a París

18 de enero de 2013
18 de enero de 2013

gustavo paezgustavo paezEsta es la historia de Álvaro Pérez Franco, un colombiano residente en París hace 24 años. Cuando yo era gerente del Banco Popular en Armenia, Álvaro ingresó a la institución con el cargo de mensajero, como debían hacerlo los empleados nuevos, quienes además debían ser bachilleres. Se trataba de un muchacho despierto, analítico y con excelente ánimo laboral.  

De entrada demostró idoneidad, y más adelante obtuvo el primer ascenso. Gracias al rendimiento que ofrecía, en poco tiempo llegó a niveles superiores. Un día se salió del montón y ocupó su primera jefatura de sección. Hallándome ya en Bogotá, supe que el eficiente colaborador se había retirado de la entidad, con cerca de 20 años de servicios, y se había vinculado con una empresa de Pereira.

Hace un año vine a conocer su ubicación en París. Él mismo me escribió a raíz de un artículo mío que leyó en El Espectador, y por él supe de la serie de penalidades que había tenido que sufrir para lograr su residencia en Francia. Pienso que el antiguo empleado de la banca habría escalado posiciones mucho más importantes si no le hubiera puesto fin a su carrera. Lo hizo en busca de mejores horizontes. A esto se sumaba su separación conyugal, que le abatió el ánimo.

Se echó al bolsillo algunos ahorros y se embarcó para París. Siempre había soñado con la Ciudad Luz y creyó que llegaba el momento de conocerla y forjarse allí su porvenir. Propósito en extremo atrevido y azaroso, si ignoraba el idioma, carecía de amistades y no tenía ningún vínculo laboral en aquel país. Para ganarse la vida, tuvo que lavar platos en restaurantes latinos, asear oficinas y desempeñar otros oficios menores.  

Esto no lo atemorizó. Lo importante era comenzar. Se decía que algún día triunfaría. Allanó la barrera del idioma con un diccionario de francés debajo del brazo, en incesantes jornadas por las calles parisienses, donde consultaba cuanta palabra leía en los avisos comerciales. Por las noches, se dormía escuchando la radio: así afinó el oído hacia la lengua extraña. Después hizo un curso de francés.

Progresaba a marchas forzadas, pero sus compañeros de labores le decían que no conseguiría un cargo administrativo, ya que estos estaban reservados para los franceses, y le aconsejaban que aprendiera a pintar casas, pegar ladrillos y levantar muros, como fórmula para salir de los oficios humildes que desempeñaba y ganar más dinero. Pero él no había nacido para ser maestro de construcción.

Pasaron los años de la lucha más atroz que había conocido jamás, y un día logró la primera oportunidad para acceder a un cargo administrativo. Alguien se fijó en sus capacidades y le facilitó la llegada a la vida empresarial. Ese día se emocionó con lágrimas de alegría, al saber que su meta iba a realizarse. El círculo de sus amigos había crecido, se había vuelto lector infatigable, escribía artículos para las redes virtuales. Y en secreto elaboraba poemas, que algún día recogerá en un libro.

Mi antiguo colaborador de la banca se desempeña, desde hace diez años, como agente administrativo en el hospital de Montreuil, en la zona metropolitana de París. Historia edificante la suya. Dio el gran salto que pocos dan –de Armenia a París–, y así coronó su sueño ideal. Hoy, a sus 64 años, vive feliz en la urbe fantástica. En poco tiempo saldrá jubilado de la vida laboral francesa. Como cruel ironía, no ha conseguido que el Seguro Social de Colombia le reconozca la pensión de jubilación por más de 20 años trabajados en el país, ya que no aparece ningún registro de sus cotizaciones, la gran mayoría efectuadas por conducto del Banco Popular. Esto no lo entiendo.

“Tuve que buscar la superación –me confiesa–, y gracias a mi sentido de lucha personal he saboreado innumerables satisfacciones”.

Bogotá,08-12-2012.

 

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