La alegría de leer
Los juguetes eran algo muy especial, no eran didácticos como los de ahora, porque recuerdo que fueron balones, carros de madera, carros un poco más metálicos y por ende no eran de pilas ni electrónicos, pero yo era feliz con cada uno de eso preciados tesoros de entonces.
¿Y los libros qué?
Al principio me sirvieron para aprender a leer, porque las historias que se contaban eran agradables y aptas para mi edad, y de ahí nacieron muchos de esos amigos invisibles que por lo general nos han acompañado en esa importante etapa de nuestra vida, como es la niñez.
No olvido un jueves de semana santa cuando mi abuelo me entregó hacia el mediodía, después de cumplir él su ritual de familia, que consistía en tomarse una copa de vino, la que compartía con los mayores y tomar un pan grandísimo, que repartía a cada uno de nosotros, recuerdo que decía que ese momento era muy fácil para él y muy feliz, porque recordaba el gran pacto de amor de Dios con los hombres, pero sorprendió ese día al entregarme ante la presencia de mi madre, de mis hermanos, tíos y primos, una historia sagrada, una cartilla Alegría de Leer y lo que más recuerdo fue la cartilla Charry, como me sirvió para leer, aprender a leer y volver a releer.
Se me olvidaba contar que mi madre, quien quedó viuda muy joven (solo contaba con 28 años de edad cuando murió mi padre) había sido de las pocas mujeres que había podido adelantar estudios secundarios y había podido cumplir con algo que para ella se volvió muy importante y fue viajar al viejo continente y a otros lugares del mundo, para conocer de sus culturas y de los cuales siempre llegaba cargada con los últimos libros y las noticias de los avances literarios del momento.
Pero lo importante estaba en que me enseñó a leerme todas las noches párrafos de libros antes de dormir y a la mañana siguiente, me preguntaba hasta donde recordaba y luego en la noche retomábamos la lectura. Eran días tristes cuando esto no podía suceder, porque ella estaba ocupada en las labores de administración de las fincas y de los bienes que mi padre había dejado, pero la felicidad llegaba cuando retomábamos nuestras lecturas.
En mi escuela primaria conté con la señorita Luz Marina Zuluaga, no era la que más tarde llegara a ser Miss Universo, era una mujer sencilla, muy linda y sobre todo muy inteligente, a quien también una de las cosas más importantes que le gustaba hacer era leer y compartir con nosotros, sus estudiantes, cada una de esas cosas bellas que decían los libros.
Pasaron los años y me di cuenta que de verdad entre los libros tenía mis grandes compañeros y cada día más leía, fuera de los trabajos que me pusieran en la escuela, en el colegio o en la universidad y cuando ya fui periodista encontré un grupo de personas sumamente interesantes, entre las que recuerdo a Héctor Moreno, un hombre bonachón, quien fuera el jefe de redacción del diario La Patria de Manizales y allí mismo, le sucedió don Guillermo Lema Salazar, quien había llegado de Anserma, un bello municipio de Caldas y que era de verdad un verdadero libro abierto.
La vida me ha dado cosas muy interesantes, me ha rodeado de gente a la que le he podido aprender mucho y lo mejor es que han sido amantes de los libros como nadie.
Al comienzo me daba miedo entrevistar a los intelectuales, porque creía que eran aburridos, pero cuando fui descubriendo sus mundos, las cosas cambiaron y todo se volvió más agradable y placentero en mi existencia.
Cuando escucho que el Gobierno adelanta campañas para que los estudiantes desde su niñez lean, me pongo muy feliz, a veces triste, porque esas campañas parece que no dieran resultados, pero muchas veces las editoriales me vuelven a dar esos ánimos cuando se ponen de acuerdo para sacar ediciones de bajos costos y que puedan llegar a todos los públicos, porque da pena que vivamos en un país en donde sea tan caro leer, porque conseguir un libro no está por lo general al alcance de todos los bolsillos; pero sé que los amantes de la lectura como yo buscamos las buenas bibliotecas, que tenemos varias en Bogotá y ciudades capitales y que se hacen esfuerzos para que éstas también lleguen a los pueblos y veredas, donde se encuentran los futuros hombres y mujeres del país.
Hoy que agradezco a mi madre por haberme enseñado toda la magia que lleva consigo los libros, hago votos para que se erradique el analfabetismo y se fomente la lectura para que los jóvenes vivan esa misma experiencia que a lo largo de los tiempos me ha hecho tan feliz.
Lo curioso del caso es que después de muchos años de ejercer el periodismo, de leer y de estar en este mundo maravilloso, no me he atrevido a terminar el único libro que tengo en borrador y que dice muchas cosas que están dentro de mí.
BOGOTA, diciembre 24 (RAM)