20 de marzo de 2023
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Juan Sebastián Giraldo Gutiérrez
Ximena Giraldo Quintero

Evocaciones Navideñas

24 de diciembre de 2012
24 de diciembre de 2012

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Escena de la Natividad que puede verse a la entrada de la Iglesia de la Natividad en Belén, donde tuvo lugar el nacimiento de Jesús de Nazaret
Foto El Mundo, Madrid
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El musgo de los potreros, helechos, líquenes y flores silvestres, con que adornábamos los pesebres, junto con el árbol de navidad, hacen parte de esos bellos recuerdos, de las ya lejanas navidades, en la ciudad nativa de Aranzazu, que continúan impolutas en los atardeceres de nuestra existencia.

No hay que olvidar para esa época, al vecino tacaño, que para no compartir la carne del cerdo con sus allegados, madrugaba a sacrificarlo a las cuatro de la mañana, y para evitar que sus chillidos lo delataran, le amarraba al pobre porcino la trompa con un cordel de fique. Con tan mala suerte que al empezar a chamuscarlo con helecho sarro el olor se percibía varias cuadras a la redonda, y los vecinos empezaban a azuzarlo para que invitara a los chicharrones. Finalmente se prendía el fogón en el patio, se colocaba la sartén y empezábamos a freírlos. Como vajilla, utilizábamos cascaras de plátano, y nos servíamos severo chicharrón con arepa y patacón de plátano verde.   

Esas bellas e inolvidables navidades, las vivíamos intensamente en los hogares con nuestros allegados, y los bellos ejemplos de nuestros padres, que forjaron  nuestra personalidad con dos grandes tesoros, soportes invaluables en nuestra personalidad: Principios y Valores, son dos pergaminos, con los cuales los Aranzacitas, nos identificamos con orgullo en todos los confines del Universo.

Todo comenzaba en el mes de noviembre con la salida a las vacaciones y el desplazamiento a las fincas. Allí empezábamos a vivir los primeros vientos navideños, matizados con la tranquilidad de la naturaleza, y el recorrido de los arroyuelos cristalinos, que en sus causes parecían entonar los primeros villancicos, amenizados con el trinar de las hermosas aves de diversos colores, que revoleteaban por todos los confines de la  comarca.

Fueron famosos los pesebres que se elaboraban a la vera del camino, para rezar la novena de aguinaldos en comunidad. A partir del 16 de diciembre, nos reuníamos a su alrededor, y nos inventábamos rústicos instrumentos, que eran ejecutados con cierta maestría por chicos y mayores.

La noche del 24 de diciembre era algo espectacular, nos acostábamos a las 8pm, con mucha sumisión y obediencia, puesto que a cualquier síntoma de rebeldía el aguinaldo del niño Dios, empezaba a perder valor. Alrededor del pesebre se colocaban los sombreros para que, depositara nuestros aguinaldos. A las doce, nuestros padres nos levantaban porque había nacido el Mecías. Nos lanzábamos al pesebre a rescatar los aguinaldos, no sin antes rezar el rosario, cantar villancicos y dar gracias a la Divina Providencia por tan magno acontecimiento.

¿Qué diferencia las Navidades de Antaño a las de ahora?, son muchos los hogares llenos de cicatrices por la pérdida de uno o varios de sus seres queridos, por hechos de violencia o drogadicción. El maltrato a nuestras mujeres y a nuestros niños son el pan de cada día, en una sociedad que todos los días se cree prepotente ante los facilismos de las ilicitudes.   

Cuanto diéramos por regresar a esos remansos de paz de antaño. Cuando los ocasos de las tardes vuelvan a renacer en la tranquilidad de nuestras conciencias, empezaremos a escribir una bella historia, que nunca fue escrita en la plenitud del profundo respecto por nuestros semejantes, la conservación de nuestros recursos naturales, y sobre todo, el respeto a la vida y la tolerancia.

Por eso, al romper las fronteras de nuestra patria chica, vemos en el horizonte la imagen majestuosa de los patriarcas, que escribieron la historia altruista y pacífica de nuestro Pueblo, con sentido de desarrollo y senderos de progreso. Ante la majestad de sus monumentos, debemos inclinarnos con respecto, admiración y reverencia, porque olvidarlos sería el pecado más grande de la ingratitud. Pueblo que olvida su pasado, pierde los cimientos de su existencia, y corre el riesgo de navegar en las tinieblas y caer en las fauces del olvido.
¡Feliz Navidad, y próspero año 2013, queridos Aranzacitas!