27 de marzo de 2023
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FRAY RODIN Y LA CHUMBIMBA

21 de noviembre de 2012

 

Fray RodinHe buscado en diccionarios si existe la palabra,con resultados negativos. Chumbimba, para las gentes de mi pueblo, es y era equivalente a bala. Los cachiporros y los godos se daban bala en Colombia hasta l.958, cuando se estableció el Frente Nacional, para que me entiendan los amigos extranjeros. De ahí en adelante se han dado chumbimba las guerrillas y el Ejército hasta nuestros días y quien sabe hasta cuando, si lo de las conversaciones de La Habana fracasan que es a lo que apuestan los amigos de la chumbimba ventiada. Yo, por mi parte, le tengo aversión a la chumbimba. Y no concibo que esa sea la forma de solucionar las discrepancias políticas, geográficas, sociales, económicas, ideológicas, religiosas o de cualquier índole. Por eso, consecuente con lo que he sostenido en ésta columna, expreso  mi irreductible complacencia con las conversaciones de paz  y con la solución del conflicto armado y la cesación de la chumbimba como argumento de las partes enfrentadas para imponer sus propias razones. La tregua unilateral de la guerrillada la aplaudimos siempre y cuando se cumpla y dejen celebrar en paz la nochebuena y el año nuevo a la policía y al ejército, a los campesinos, los indígenas y la población civil, sin la amenaza de la chumbimba. La vida humana por encima de consideración alguna.

Pero ahora, le nació otra pata al cojo. Hace varios gobiernos, cazamos una pelea o mejor, un pleito jurídico, con Nicaragua, que ha pretendido quedarse con San Andrés, Providencia  y Santa Catalina y los llamados cayos de Quitasueño, Serranilla, Bajo Nuevo, Serrana, Roncador y Albuquerque. Para defender las islas y los cayos de las ambiciones nicas, acudimos al máximo Tribunal de Justicia de la Onu, el de La Haya. Nombramos prestigiosos abogados y asesores,  quienes, según nuestra seductora Canciller María Angela Holguín, presentaron ante sus magistrados las excepciones  preliminares  a la competencia de la Corte, la Contramemoria (? ), la Dúplica ( ? ),  y los alegatos orales, dentro del debido proceso, proceso que infortunadamente resultó en contra de los intereses colombianos. Y quien dijo Troya. Caliente aún la sentencia, sectores de la opinión pública, en caliente y con desbordada pasión,  han comenzado a agitar las banderas bélicas e invitan a desconocer la providencia de la Corte internacional, que reconoció nuestra soberanía sobre las islas y cayos, pero nos cercenó las aguas territoriales, con las consecuencias económicas de todos conocidas y el achicamiento de nuestras fronteras marítimas.

Varias consideraciones se pueden exponer al respecto. La primera, que si es procedente, se agoten los recursos del caso para que se aclaren los puntos oscuros de la sentencia y se fijen pautas prácticas para su ejecución. Si esos recursos no existen en la normación de la justicia internacional, el desacato a los dictados de la Corte sería un craso error del Estado colombiano. Aquí no vamos a incurrir en pedir juicios de responsabilidad personales o políticos. Como en Fuenteovejuna, todos a una  debemos asumir la responsabilidad del fracaso jurídico. Y a lo hecho, pecho. La diplomacia colombiana tiene que entrar en acción. Hay que reconocer los derechos declarados  a favor de  Nicaragua  y acoger con realismo el triunfo de nuestras pretensiones. El Estado se debe volcar en apoyo a San Andrés y los territorios colombianos. Pagarles la vieja deuda que tenemos con sus sacrificios y su estoicismo para mantener izada la bandera tricolor en su territorio y  convertir la demagogia inveterada en realizaciones concretas, sin aprovechar para la política la grave situación de supervivencia de sus habitantes. Y recalcar que somos respetuosos de la institucionalidad internacional. Si queremos institucionalidad interna, no debemos aparecer como matasietes infatuados cuando somos perdedores. Que lección para las generaciones futuras podemos legar cuando exhortamos a desconocer los fallos de una justicia a la que acudimos voluntariamente, nos acogimos a sus procedimientos, ejercimos nuestras prerrogativas litigiales y  nos acogimos a sus mandatos.

Y mucho menos invitar a que acudamos a la chumbimba. ¿Quienes lo hacen, están dispuestos a que sus hijos arranquen para los campos de batalla, expongan sus vidas, defiendan una causa que carece de base y se involucren en una guerra inútil, en aras de una patriotera soberanía? No lo creemos. Es irresponsable querer embarcar a Colombia en una nueva empresa guerrerista, en un camino sin retorno, en nuevos cementerios sembrados de víctimas. Hay que transitar las rutas de la civilización en las que la chumbimba está prescrita.