7 de julio de 2025

“Cada riqueza del país ha producido una guerra”: William Ospina

30 de octubre de 2012
30 de octubre de 2012

william ospinaPrecisamente, la que la precedió, El país de la canela, obtuvo el prestigioso Premio Rómulo Gallegos en 2009. Y la primera de las tres, Ursúa, está antecedida, desde 1986, por una prolífica y laureada obra de libros de poesías y ensayos, en la que se encuentran recordados títulos como El país del viento, “Es tarde para el hombre”, “¿Dónde está la franja amarilla?” y “América mestiza”, entre otros.

EL HERALDO conversó con Ospina sobre su nuevo libro, de la Colombia de la Conquista y de la actual, del Caribe, los blogs, la guerra y la paz.

¿Qué es ‘La serpiente sin ojos’?
Es la tercera parte de mi trilogía sobre los primeros viajes de los conquistadores al Amazonas, que he estado escribiendo en los últimos cuatro años y con ella cierro el ciclo de lo que han sido mis investigaciones sobre los tiempos de la Conquista, que son también reflexiones del mundo actual y nuestra relación con la naturaleza.

¿Qué hay en esa época que lo impulsó a hacer tres novelas?
Son tantas las cosas que la Conquista nos dejó y son tan pocas las que conocemos realmente. Es, fundamentalmente, una historia de guerra, de descubrimientos, de asombros recíprocos. Y para mí es una búsqueda de mi propio pasado. No creo que sea posible vivir sin interrogarnos de dónde venimos, cómo se formó esta comunidad, de qué manera pertenecemos al mundo y a la modernidad y algunas de esas preguntas tienen algunas respuestas en la Conquista.

¿Cómo escribir sobre la Colombia y el Amazonas de entonces?
Para mí era importante tratar de imaginar cómo era este territorio hace cinco siglos, porque este país era una sola selva, y descubrir un mundo que ya no existe. Es decir, las orillas del río Magdalena pobladas de vegetación y de fauna silvestre, llenas de caimanes, o la sabana de Bogotá llena de venados. Un mundo donde no habían sido talados los árboles nunca. Poner estos personajes a moverse allí. Porque la historiografía nos simplificó la historia y nos dijo: aquí había dos clases de indígenas, los Caribes y los Chibchas, y uno se pone a ver y en cada región había una nación indígena distinta, cada una con sus culturas, sus rituales y sus lenguajes. Ver cómo avanzaron por todos esos pueblos tan complejos, donde bastaba un ‹raponazo› para apoderarse del oro, y posteriormente, cuando el oro estaba en la tierra y había que trabajar para conseguirlo, ese fue el momento más duro. Robar siempre es más fácil que trabajar.

¿Cómo ve nuestra actual división por regiones con respecto a la de la Conquista?
Ya había un territorio heterogéneo entonces, porque, en el Caribe, usted mira la isla de Cuba y es lo mismo. Venezuela es casi toda la llanura del Orinoco. Y el país de los wayúu no se parece para nada al país de los koguis de la Sierra Nevada y son contiguos. La geografía misma, como pensaba Bolívar, conspiraba para formar regiones distintas: las tres cordilleras, las cuencas. El hecho de que aquí haya tres países: un país de tierra caliente, que va desde el nivel del mar hasta los mil metros de altura, es decir, se parecen mucho Leticia y Magangué o Barranquilla y Cali. Un país de las tierras medias, entre los mil y los 2 mil metros: se parecen mucho Medellín, Armenia y Bucaramanga. Y el país de las tierras altas, como el de Tunja que se parece al de Pasto. Ahora, la región Caribe es difícil de entender si no se la piensa integrada a toda la cultura del Caribe que va desde el delta del Misisipi hasta el delta del Orinoco. Y el mundo central de Colombia se dilata hasta Chile, por ejemplo. Y con los europeos llegaron nuevas complejidades a ese mosaico. Uno suele pensar que un país es solo lo que ha nacido en él, pero a Colombia uno no la puede entender sin los blancos, negros, el español, el catolicismo o sin las instituciones de la democracia de la revolución francesa. Somos en eso una nación moderna. Y los pueblos indígenas llegaron del Asia hace 20 mil años. Ahora, lo que no tenemos es conciencia de esa complejidad y sí movidos por supersticiones históricas, porque la cultura europea llegó a negar lo que había: las lenguas indígenas, religiones o paisajes, entonces había que sembrar eucaliptos y pinos y borrar tanta ‹naturaleza bárbara›, como les parecían a ellos los guayacanes y los yarumos, y teníamos todas las aves del mundo pero las importantes eran los ruiseñores. De ahí viene el culto excesivo a culturas lejanas y cierta vergüenza por lo propio, a considerar poético un poema si habla de Viena y no si habla de Bucaramanga.

¿Le parece que hay pistas del carácter de la Colombia de hoy en esa época?
He buscado pistas de la Colombia actual en todo mi trabajo literario, en El país del viento, y ensayos como “¿Dónde está la franja amarilla?” o “América mestiza”, tratando de encontrar los rasgos característicos de nuestra comunidad. Hemos sido un país de guerras, cada riqueza de nuestro país produjo una guerra, desde los tiempos de las perlas en Manaure, el oro precolombino, la búsqueda del país de la canela, las guerras del país de las esmeraldas, la guerra del café en los años 50, las guerras de la marihuana y de la coca, más recientemente. Interrogar el comienzo de esas guerras ha sido una de las misiones que me he trazado con estas novelas. Ursúa es un recorrido por el territorio de esa Colombia, y dibuja el boceto de un país que no existía. El país de la canela es una interrogación al choque del mundo europeo con la naturaleza americana, ese deseo de encontrar canela, cuando lo que encontraron en realidad fue la selva amazónica: todas las especies imaginables, y la decepción que eso significó para ellos. Y eso es hoy riqueza para nosotros, y se llama biodiversidad. Pero los conquistadores buscaban aquí lo que habían perdido en Europa, y nunca encontraban lo que andaban buscando.

Cuando hace una década escribía poesías y ensayos, ¿quería también ya hacer novelas?
No me lo proponía. Empecé a escribir poesía y luego sentí la necesidad de escribir sobre lo que leía y escribí ensayos sobre temas históricos, sociológicos, políticos, sobre Colombia, América Latina, la lengua, la literatura y sobre la sociedad contemporánea. Y tras escribir mi ensayo sobre Juan de Castellanos y sobre la poesía de los tiempos de la Conquista, se me ocurrió la idea de escribir un relato sobre estos tiempos, pero no me atrevía entonces a decir que eran novelas. La palabra me intimidaba. Pero gradualmente se fueron convirtiendo en novelas y todo lo que yo cuento en ellas ocurrió realmente. Ahora, sobre cómo ocurrió, le compete más contarlo al novelista que al historiador, porque el historiador no puede imaginar.

¿Qué opinión le merecen estos tiempos del Internet y los blogs para la literatura?
Es una época interesante, porque hay un océano de memoria acumulada a la que cualquier persona puede acceder, pero necesitamos criterios y valores para que ese océano sea útil porque puede no ser más que un basurero de información. Ahora, a veces hay ciertos avances de la ciencia y la tecnología que, contrastados con la indigencia ética, la pobreza filosófica y la desesperanza de estos tiempos, no responden a las necesidades básicas del ser humano. Esa industria que pone a vivir a las personas mejor que los emperadores romanos, está socavando el planeta, produciendo el cambio climático y es urgente que la reflexión y la cultura encuentren una manera de equilibrar el avance en unos campos y el retroceso en otros: la pobreza, el hambre. Y hay que ver, por ejemplo en la crisis europea, que esa opulencia reposa sobre columnas muy frágiles. La humanidad necesita filosofía, moral, ética y, como diría Joseph Conrad, también necesita consuelos para la imaginación.

¿Cómo ve el proceso de paz entre el Gobierno y las Farc?
Lo veo con la esperanza con la que tenemos que verlo todos los colombianos. Ha sido una guerra muy larga, y por eso hay muchos rencores, culpas, reproches, y si las guerrillas han ofendido de muchas maneras posibles a la sociedad y al Estado, no dudo que, tratándose de una guerra, el Estado haya ofendido también a la guerrilla. Ya es hora de que tengamos, sobre todo en los sectores humildes, una generación con las piernas completas, los brazos completos, los ojos completos.

Por Tomás Betín del Río
Bogotá
El Heraldo, Barranquilla