Un religioso que trabaja por los más pobres
La comunidad a la que pertenece, Los Paulinos, lo autorizó para quedarse haciéndole compañía a su papá, Alcides Vásquez Giraldo, de 83 años de edad, que sufre trastorno afectivo bipolar. Sobre todo porque, después de la muerte de la esposa, sufre con relativa frecuencia alteraciones en su comportamiento.
La gente sabe que es un hombre preocupado por los demás. Por esta razón lo buscan. En el portón de su casa tocan con insistencia el timbre. Quienes tocan son personas con alguna necesidad que lo buscan para que les regale un colchón, o les ayude con un pequeño mercado, o les consiga una droga que requieren para un familiar. Saben que él encuentra la forma de ayudarlos, así no disponga de dinero para hacerlo. “Es que me duele ver cómo existen familias que a veces no tienen con que hacer una aguapanela”, explica cuando el cronista le pregunta qué lo llevó a trabajar por los desposeídos. Entonces habla con orgullo de la labor social que realiza.
El servicio desinteresado a la comunidad lo heredó de su señora madre. Ella era una mujer caritativa que les enseñó a los hijos cómo se debía compartir con los necesitados un poco de lo que se tiene. Pero su compromiso se afianzó más después de vivir durante 6 años en el Africa. Allí conoció de cerca la miseria. Como le tocó vivir la guerra que se desató en el Zaire entre los años 1992 – 1997, cuando fue derrocado el dictador Mobuto, conoció la pobreza en que vive la población. Fue ahí cuando sintió ese llamado para trabajar por los demás. Estaba en un pueblo cercano a Kinsasa cuando supo que unos niños murieron como consecuencia del hambre. Esa imagen se le quedó, para siempre, en la mente.
El padre Ramiro Vázquez lidera en este momento, en Aranzazu, un grupo de mujeres que comparten con él su interés por ayudar a los menos favorecidos por la fortuna. Son 22 señoras que lo acompañan en su labor social. Ellas atienden una venta de empanadas, el último domingo de cada mes, en la parte baja de la iglesia. Con el dinero que les queda, compran medicamentos que entregan a personas enfermas que no tienen seguridad social. Esas señoras se encargan de atender a los enfermos en el casco urbano mientras él se desplaza en una moto por el sector rural para brindar ayuda a quienes la necesitan. Cada mes entrega un mercado de 100 mil pesos a 15 familias donde las mujeres son cabeza de hogar.
Quienes conocen el trabajo que el padre Ramiro realiza con las familias necesitadas no le niegan su ayuda para sacar adelante su programa de asistencia social. Gracias a esa colaboración entrega a los enfermos no solo las medicinas que requieren, sino también elementos de aseo, cobijas, ropa, colchones y alimentos. Hace poco realizó un mejoramiento de vivienda en una casa ubicada en el camino viejo entre Alegrías y El Crucero, que se encontraba en pésimas condiciones. El arreglo costo 4 millones y medio de pesos. Estos recursos los obtuvo tocando puertas, pidiéndole ayudas a la gente, despertando la solidaridad ciudadana.
El padre Ramiro Vásquez se conmueve con el dolor ajeno. Y hace lo que esté a su alcance para aliviar un poco la angustia de los que nada tienen. En este sentido, cumple un apostolado. Se preocupa tanto por los demás que hace un año adoptó a una pareja de ancianos que vivían en condiciones infrahumanas en la vereda La Moladora. Se los trajo para el pueblo, les alquiló una casita y contrató a una señora para que los cuide. Esos dos ancianos que en el momento de adoptarlos estaban en lamentables condiciones físicas hoy sienten que una mano bondadosa se les extendió para sacarlos de la miseria. Esa mano fue la del padre Ramiro que se conmovió al ver la forma como vivían.
La mayor alegría de este sacerdote que todos los días celebra la Santa Misa en la iglesia de Aranzazu es ver cómo la sonrisa se refleja en el rostro de las personas necesitadas cuando reciben su ayuda. “Me siento realizado cuando veo que puedo hacer algo por la comunidad”, dice mientras a su rostro asoma una sonrisa de satisfacción al saber que su ejemplo lo están siguiendo varios jóvenes del municipio. Es un grupo de muchachos que hacen parte del movimiento Juvar, juventud aranzacita, que lo acompañan en sus desplazamientos por el pueblo para asistir a los enfermos, o para entregar un mercado, o para regalar una cobija. Son jóvenes que miran la necesidad ajena con ojos de solidaridad.
El padre Ramiro Vásquez Morales, que nació en la vereda La Honda en 1964, siente el sacerdocio como una oportunidad para entregarse a los demás sin esperar nada a cambio. Y se alegra cuando siente el compromiso de la gente con su causa. Como cuando varios ciudadanos se unieron para, recogiendo una platica, comprarle un carro para que su desplazamiento por la zona rural fuera meno duro. Cuando sale para las veredas llena el pequeño vehículo de colchones. Y empieza a entregarlos a las familias que de antemano le contaron sus necesidades. Lo hace con una alegría que contagia. Es la alegría de saber que con su esfuerzo está haciendo felices a quienes requieren de una mano amiga para superar sus dificultades.