Las catorce vidas del Chupo
El pajinaje y el precio del libro (50 mil pesitos), son, en principio, los principales enemigos íntimos de la obra que no aparece en los primeros lugares de ventas. Pero no fue escrito para agotar existencias. Con dejar constancia de que no vino a hacer turismo en esta encarnación, el autor, locutor de voz orgásmica, se dará por bien servido.
A quienes empezamos a leerlo un tanto escépticos, el libro no nos ha hecho perder el tiempo, ni mucho menos. (A propósito: ¿Quién devuelve el tiempo perdido en malos libros si el tiempo dizque es oro?).
No es el caso de la criatura de este bogotano de Chocontá que ha tenido el mundo por hábitat. Porque donde la mano del Chupo ha puesto el pie, ha sido para exprimir la vida hasta el tuétano. Pasar de incógnito no ha sido su fuerte.
Si me acosan, guardadas las proporciones de los géneros en que han sido escritos, “Ser alguien” es la versión en crónica periodística de “La pelota de letras”, de Andrés López. El paralelo no ofende a ninguna de las partes.
A quienes tenemos la nostalgia por cárcel, “Ser alguien” tiene cierto tufillo autobiográfico. Escribiendo sobre su vida y milagros, nos ha biografiado a sus casi contemporáneos. Más aún si hemos compartido oficio con él. Amén de que está escrito en clave de humor. O de su pariente rico, el mamagallismo.
Dicho en plata blanca, el Chupo – el alias desplazó el nombre de pila bautismal- se ha impuesto la tarea de retratar una época. Y un oficio. O los oficios que ha ejecutado este todero de los medios de comunicación. Incluido el cine, una de sus debilidades.
Lo ha escrito con el léxico adecuado. En sus páginas, los redactores de diccionarios encontrarán material para alimentar futuras ediciones. Es uno de los hallazgos que le he pescado al libro, escrito para obedecerle a doña Rosa Helena, su fallecida mamá, que lo instaba a “ser alguien en la vida”.
Con generosidad que lo hace quedar bien, el Chupo le da todos los créditos a quien fue su asesor periodístico y literario: Ignacio Ramírez, director de la agencia cultural-virtual Cronopios (ya no nos acompaña el Nacho).
Una memoria de una manada de elefantes enriquece la obra. Sin querer queriendo, su “ópera prima” puede leerse a la manera de un libro de autoayuda: cuenta cómo lo ha hecho, cuántas veces y cómo ha fracasado en prensa, radio, televisión. De esta forma, quienes vienen empujando podrán ahorrarse equivocaciones. O aprovecharlas.
Ha fracasado tanto que ha convertido los reveses en obra de arte. En el Chupo se ha hecho realidad la doctrina que la adjudican a Maturana pero que él dice que tomó de alguien: perder es ganar. Y echar pa’delante.
No se presenta como un triunfador hecho en el laboratorio. Sino como la persona nacida para la fatiga. Más que llegar triunfal a Ítaca, se ha divertido haciendo el camino.
Su parto periodístico, tiene mucho de mea culpa. Varias veces se arrepiente de haber invertido prioridades, poniendo su trabajo por encima de su familia, por ejemplo. Un error-horror que nos hermana por lo bajo a miles de bípedos implumes.
No le da pena admitir que habría preferido cambiar más pañales, preparado más teteros de sus hijos Juanita, Marián Catalina y Christian Armando. O mimado y mirado más los ojos de sus mujeres. Pero la engañera fama, el ego, lo tentaba desde la sombra y cayó en el juego.
Describe con pelos y señales los golpes recibidos de “amigos” y colegas. Pero no pasa cuentas de cobro. Lo narra a manera de constancia, como una catarsis. Perdona y casi olvida. El del Chupo es un libro en busca de lectores.