19 de abril de 2024

De la parroquia al planeta

13 de junio de 2012

Pero llegó el siglo XX y con ella el siglo, no del oro amarillo, sino del oro verde representado por el café. Y estas tierras, dotadas por la naturaleza de una fertilidad sin límites para el cultivo de dicho grano, comenzaron a crecer de una manera desmesurada, a tal punto que ciudades que fueron capitales de provincia como Cartago, se fueron quedando rezagadas ante el impulso de la exportación del café, y las vías para transportarlo y las industrias que fueron floreciendo para satisfacer una demanda creciente de una población que aumentaba si parar.

Y tanta fue la bonanza cafetera que todas las diferencias culturales entre caldenses, risaraldenesen y quindianos, fueron aflorando para montar rancho aparte, con burocracia propia y con peleas propias de la parroquia. No es el caso entrar a analizar cuáles eran las diferencias sino las razones por las cuales no hubo en su momento un lenguaje que incluyera, que acercara sino que distanciara, que dividiera.

Lamentablemente heredamos del siglo XIX, como elemento más cercano, la idea de que todo lo que sea diferente a nosotros, debe adaptarse a nuestro punto de vista o desaparecer. Quisimos desaparecer al indígena, al afro y no se diga en lo que tenía que ver con el enfrentamiento entre caucanos, tolimenses, antioqueños e incluso boyacenses.

Se propugnó entonces por crear entidades territoriales homogéneas, como si el pre-requisito de convivencia estuviese en el pensamiento homogéneo. Pues no, es bien claro, de acuerdo con la escuela norteamericana en cuanto al estudio de ciudades, que si algún requisito comporta la ciudad es la heterogeneidad, aquello que los téoricos llaman “urbe”, que es sinónimo de diferencia, de diversidad. Muy distinto a la “polis” que al fin y al cabo es la búsqueda de unos objetivos comunes, en medio de dicha diversidad.

Hoy, cuando el tiempo y el espacio de reducen y hablamos un lenguaje permeado por la globalización, ya no es posible seguir asumiendo posiciones anacrónicas, parroquiales, locales, que nos ponen es desventaja en lo que tiene que ver con la oferta industrial, turística, en donde podemos, basados en la diversidad, ofertar al planeta y a sus visitantes, productos múltiples, resultado de macroproyectos regionales y no de esfuerzos aislados y menos como resultado de una lucha estéril  entre los tres departamentos que en lo fundamental conforman el Eje Cafetero.

La integración económica, vial y cultural es una necesidad imperiosa que debe sobreponerse a intereses localistas y a enfermedades del regionalismo hirsuto y pasado de moda.