Guillermo Cano y su dolor de patria
La obra, que lleva por título Guillermo Cano, el periodista y su libreta, se suma a otros libros que Donadío ha publicado como resultado de su exploración de cruciales temas de la vida colombiana, como estos: Banqueros en el banquillo, ¿Por qué cayó Jaime Michelsen?, El uñilargo, la corrupción en el régimen de Rojas Pinilla. Tenemos, pues, en los profundos análisis de este periodismo investigativo de la mejor estirpe, todo un itinerario de desgracias nacionales acaecidas en los últimos cincuenta años.
El narcotráfico había irrumpido en Colombia en los primeros años de la década del setenta. Hasta tal punto invadió la atmósfera del país, que todo giraba bajo su dominio. Grandes capos, como Pablo Escobar, los Rodríguez Orejuela y Carlos Lehder, para no hablar de otras figuras de inferior jerarquía –todas devastadoras–, establecieron el mando del dinero corrupto que, sin cortapisas, todo lo compraba y todo lo dislocaba, tanto en el campo de la política y de la administración pública, como de la vida ciudadana.
En los ochenta, el país había caído en los peores grados de corrupción bajo el imperio de los narcóticos y las artimañas de algunos institutos bancarios contra miles de pequeños ahorradores. Se llegó a la peor época de inseguridad y miedo: por un lado estaba la guerra desatada por Pablo Escobar que bañó de sangre al país, y por el otro, el pánico financiero que llevó a la ruina a mucha gente y menoscabó la confianza pública.
Mientras el capo mayor sembraba el terror con sus bandas asesinas, siniestros personajes de cuello blanco, como Jaime Michelsen Uribe, cometían audaces tropelías para incrementar sus fortunas personales apoderándose de los dineros desprevenidos. Hasta que en el panorama del país surgió una voz clamorosa que entró a combatir a los mafiosos de las drogas, desenmascarar a los piratas de la banca y defender a la población desvalida y atemorizada.
Era la voz de Guillermo Cano que desde los editoriales de El Espectador y su Libreta de Apuntes puso en la picota pública a los matones y a los timadores del pueblo. Donadío rescata, de los años 1982 a 1986, estos documentos ejemplares que pusieron a tambalear a los capos y a los explotadores de la banca.
Lo que El Espectador llamó “la tenaza económica” era una patética realidad: al ser retiradas del periódico, como arma vengativa, las pautas publicitarias de las sociedades que manejaba el Grupo Grancolombiano, el periódico sufrió un grave impacto. Pero ni aun así cesó en su campaña moralizadora. Maltrecho en sus cifras, conservó la dignidad. Más adelante, el Grupo fue intervenido (hasta llegar a su disolución legal), y su presidente huyó del país.
Guillermo Cano se quedó solo en estas cruzadas. Los otros periódicos callaban, mientras él no retrocedía en sus denuncias. En El Tiempo –cosa inaudita–, Enrique Santos Calderón, que había fundado con Donadío la Unidad Investigativa del periódico, llegó a manifestar, en un artículo de 1983, que la campaña de El Espectador había sido “personalista”, había tenido “tono de sensacionalismo gritón” y había “exagerado la nota”.
Guillermo Cano fue el gran abanderado de la moral pública. El insomne fiscal de la nación. Es difícil que vuelva a haber un periodista de su talla, de sus convicciones, de su carácter independiente y su acendrado amor por Colombia. Le dolía Colombia: este acopio de artículos que recoge el libro de Donadío es el mejor testimonio de sus luchas y de su espíritu social. Lo mataron las balas del narcotráfico, pero sus ideas y su figuración histórica son imperecederas.
Bogotá, 16-III-2012.