Cronómetro para conferencias
Planeta acaba de re-editar por enésima vez sus “Historias de la Historia”, un opulento anecdotario de chispeantes situaciones amorosas, religiosas y políticas magníficamente destiladas por este catalán que también se destacó en la radio de su país, medio en el que hizo llave admirable con el maestro Luis de Olmo.
Porque siempre tuvo el vicio solitario de incluir en sus textos, con el debido crédito, oraciones ajenas que le parecían inteligentes, Fisas sabía curarse en salud:
“Recojo aquí una serie de anécdotas que he ido poniendo en mis programas radiofónicos. De algunas citaré la fuente, de otras no porque la he olvidado. A Alejandro Dumas lo acusaban de plagiario y él contestó: “Yo, como Shakespeare, tomo lo bueno donde lo encuentro.” Yo hago lo mismo, aunque no pueda repetir como él “El plagio es perdonable a condición de que vaya seguido del asesinato”, indicando con ello que la obra resultante del plagio ha de ser superior a la plagiada. Shakespeare tomó su Romeo y Julieta de una novela de Mateo Bandello, escritor italiano del que pocos se acuerdan. Es un ejemplo que yo no puedo seguir. No hago una obra de creación, sino que, humildemente lo confieso, voy espigando en mis lecturas aquello que creo que puede interesar a mis oyentes, hoy mis lectores”.
Conferenciante de campanillas, le dedicó muchas faenas a este atractivo rubro y antes de irse para el más allá les dejó a sus pares un derrotero para ganarse la vida perorando en todas partes, sin fatigar a los auditorios:
Eugenio d’Ors, relatando una de sus conferencias, dijo:
__Hubo entusiasmo, aunque no indescriptible.
¿Cuánto tienen que durar las conferencias? Creo que lo ideal reside en los cuarenta y cinco minutos. Como decía un célebre obispo catalán a sus predicadores:
__Hablad brevemente. Los sermones cortos mueven el corazón, los sermones largos mueven el culo, con perdón.
Se refería, claro está, al movimiento de los cuerpos en su asiento cuando empiezan a estar cansados.
Según Fisas, las conferencias deben ser como las faldas de las mujeres:
Suficientemente largas paras contener algo y suficientemente cortas para despertar el interés. Y no hay género de duda que una minifalda interesa más que una maxifalda. A no ser que se vea compensada por un generoso escote.
El hijo de la Ciudad Condal solía fundamentar sus exposiciones con anécdotas elegidas con precisión de relojero suizo:
A propósito de escote. Sabido es que la emperatriz Eugenia poseía un bello rostro, pero un busto más bien feo. Su rival en los amores de Napoleón III era la condesa Castiglione, que, aun siendo hermosa de cara, estaba mejor favorecida en cuanto a envases lácteos se refiere.
Un día la condesa se presentó en un baile de corte con un vestido extraordinariamente escotado. La emperatriz se lo hizo notar, a lo que respondió la condesa.
— Majestad, cada uno exhibe su cara allá donde la tiene.
La apostilla: Decía Fisas que una vez dos conferencistas hablaban de sus experiencias:
__Lo terrible es cuando los oyentes miran una y otra vez el reloj.
__Peor es cuando ves que, luego de mirar el reloj, lo llevan al oído creyendo que está parado.