Mi Día del Periodista
Dando vueltas por aquí y por allá, al fin localicé en el Ministerio de Educación el bendito documento. Este había sido autorizado en agosto de 1978. Es decir, llevaba 16 años de expedido, sin que el beneficiario lo supiera. En silencio me gradué entonces de periodista, ya con la tarjeta en mi poder y muy bien guardada, para cuya reposición (dado que en el ministerio no apareció el original) tuve que adelantar nuevos trámites para rescatar mi glorioso título. Ya era periodista. ¡Periodista profesional!
Como una paradoja, años más tarde la Corte Constitucional dejó sin vigencia el Estatuto Profesional del Periodista. Es decir, ya no era válido –ni lo es hoy– el título dispuesto por la ley 51 de 1975. De esta manera, mi tarjeta de periodista perdió vigencia sin que yo nunca la hubiera utilizado. Se me convirtió, eso sí, en un bello recuerdo. En una anécdota. Y se regresó a lo obvio, a lo que siempre había regido esta materia: la capacidad del periodista no la da un título universitario ni un documento oficial. Es algo intrínseco que nace de la vocación y la formación individual de la persona. Y está ligada a la libertad de expresión.
Hoy, otro Día del Periodista, yo lo festejo a mi manera. Lo celebro haciendo una evocación de don Guillermo Cano, quien creyó en mi idoneidad para el bello oficio. Con las 1.800 columnas escritas en los 41 años de ejercicio periodístico, ya pasé la prueba. Y fui periodista desde el primer artículo, escrito en 1971, porque el destino y la vocación ya estaban marcados.
En 1994, al rescatar mi tarjeta refundida en los vericuetos del Ministerio de Educación, yo le manifestaba lo siguiente (y lo ratifico ahora) a doña Ana María Busquets de Cano, la viuda de don Guillermo: “Si don Guillermo estuviera vivo, le brindaría la tarjeta. Corrijo: se la brindo hoy con cariño, ya que él fue su gestor. Y sobre todo, mi patrocinador, que me abrió las puertas del periódico y me animó a escribir”.