Los carruseles de la infamia
¡Insólita noticia! Los colombianos estallamos de la risa que en un país culto y lejano, le den valor sacramental a conductas que valoramos como nimias en este democrático rincón del mundo. Cómo extrañarnos, si hemos soportado presidentes confianzudos que han saltado por entre los espacios blancos del Código Penal; con parlamentarios asesinos y además cacos del erario público; con gobernadores expertos en la comisión de taimados latrocinios; con bandidos encaramados en las altas posiciones del Estado. Cómo asombrarnos, si nosotros manejamos organismos oficiales purulentos; si el cerebro de muchos altos funcionarios solo titila en torno del delito; si los escenarios de quienes acampan en los toldos oficiales son lóbregos y nocturnos, y todo aquí, de arriba abajo, se organiza como una empresa criminal.
En Inglaterra un ministro se “cae” por una mentira. Excusa bobalicona, diríamos nosotros. Aquí, como felinos danzando por zarzos resbalosos, se organizan grupos de empleados pandilleros para robar a sorbos amazónicos la Dian; notarios y registradores facilitan el despojo de tierras a campesinos; convierten en un monigote el falso interés para amparar a los pobres como ocurrió con Agro Ingreso Seguro; como murciélagos malditos desangran los presupuestos de la salud y la educación; a tarascazos se echan al bolsillo los dineros de las contrataciones oficiales; trasforman los organismos que hacen las pesquisas en bestias carniceras para pulverizar el honor ajeno; persiguen entre bambalinas y con cámaras ocultas a los administradores de justicia; tratan de provocar una insurrección contra los jueces, y, finalmente, se atornillan en las posiciones que han asaltado. A esos canallas hay que retirarlos con grúa de los cargos públicos.
Allá se le da de baja a un encopetado burócrata que va a ser investigado por exceso de velocidad en la conducción de un automóvil. La justicia de Colombia es indolente, ciega y sorda. Solo analicemos el caso sombrío de dos cínicos ministros, Sabas Pretelt y Diego Palacios, ambos autores reflexivos del delito de cohecho, a quienes la Honorable Corte Suprema de Justicia ya señaló como criminales. El uno, después del voluntario y consciente quebranto de la ley, fue recompensado con una Embajada, y el otro, contra viento y marea, permaneció en el cargo hasta el final del cuatrenio del Virrey. ¡Qué diferencia de conductas! El inglés es retirado por unos indicios que lo vinculan en una violación del Reglamento de Tránsito de su país. En cambio en Colombia, asesinos de copete son nombrados embajadores y cónsules, y a la perversa directora de una Gestapo, ante la evidencia de sus ilicitudes, y burlando en materia grave nuestro ordenamiento jurídico, le consiguen asilo en Panamá en procura de una irritante impunidad. En cambio, tres legisladores que fueron utilizados por los bribones, aquí mencionados, ya recibieron el merecido castigo legal. Los culpables de cuello blanco siguen libres y quienes fueron desintegrados en carne de cañón, están pagando sus condenas.Los exministros andam en jugarretas procesales buscando la prescripción.
Es nauseabundo el caso de Bogotá. Dos nietos del General Rojas Pinilla, Samuel e Iván Moreno Rojas, coronaron su carrera política como delincuentes. Es hedionda la recámara en donde se fraguaron los ilícitos, dándole solaz a sus agallas para montar un imperio árabe con las coimas, arañadas de los dineros que irónicamente ellos custodiaban. Fabricaron una malla diabólica entre alcaldes, contralores, asesores jurídicos, contratistas y abogados litigantes para robar a dentelladas los fondos económicos de la capital. Todos ellos integraron los carruseles de la infamia.En Inglaterra el solo anuncio de una pesquisa por la velocidad de un automotor, derrumba de su cargo a un Ministro. Aquí en Colombia, los pinguinos que maltratan la ley y la moral, en un ajedrez impúdico, se hacen nombrar en los mas altos cargos diplomáticos, o cuando la justicia trata de morderlos, se esconden en legislaciones soberanas aunque alcahuetas de otras naciones, o utilizan maromas artificiosas para ganar la impunidad en el agotamiento de los procedimientos penales.
Esta es la Colombia que nos tocó vivir. No ciertamente la de Galán, Lleras, Ospina o Pastrana. Estamos navegando en una colada pestilente de una astuta delincuencia, fabricadora de estrategias perversas. Este ha sido nuestro sino.