La Banda Juvenil de Armenia acaba de morir
En la alcaldía de Armenia poco importó el sentido musical de los niños, que atraídos por una de las manifestaciones más edificantes, habían hecho todos los esfuerzos junto con sus padres para aprender con efusiva intención esta expresión del alma y de paso hacer quedar bien a la ciudad.
La banda sinfónica juvenil de Armenia se convirtió en un bien mostrenco que sólo le importaba a unos pocos que supieron valorarla por su atinada calidad.
Validos de un interés supremo sacrificaron de manera permanente todo por hacer quedar bien a su ciudad mientras que la administración daba la espalda y hoy la Banda ha dejado de existir.
Nadie sabe cuánto es el precio de la entrega de estos niños y jóvenes. Es tanta la miopía de la administración pública de la ciudad dizque milagro -milagro de qué- que no han entendido que dejar a la deriva un proceso de tantos años es una muestra de lo bárbaros que son quienes tienen las responsabilidades de la cultura.
Los muchachos le dijeron adiós a su maestro y liaron sus bártulos para irse desencantados. Y lo hicieron en esa pocilga que les habían habilitado como sede en una chatarrería en lo que han convertido un foso en la plaza de toros.
Han dicho que jamás volverán.
Recientemente un visitador del ministerio de cultura se fue airado después de conocer las condiciones infrahumanas en que los estudiantes de la banda hacían sus prácticas. Ni las precarias condiciones fueron óbice para que estos exponentes del arte sacaran la cara por la ciudad en varios encuentros nacionales.
La rentabilidad que se fijan los responsables de la cultura en Armenia se traduce en cumplir con los compromisos politiqueritos. Qué más les podrá importar.
Siempre escrituran la corporación de cultura- así con minúscula- a un feudo electorero porque el almendrón del asunto queda expósito mientras lo que solo interesa son las borracheras de octubre y pare de contar.
Se perdió el esfuerzo del gran maestro Juan José Ramírez, quien por muchos años hizo la fundamentación de los niños, nada quedó del profesor Alejandro Díaz, quien hoy es un virtuoso al servicio de la música en Viterbo y ahora lejos en la fría Bogotá está Armando Ariel Ramírez uno de los grande músicos de la región que prefirió el exilio que la desvergüenza.
Cómo se castran las ilusiones de un puñado de niños armenitas que ya hoy no creen en nada y en nadie. Así es como aquí en este mierdero desdeñan del arte y la cultura.
Los instrumentos han quedado colgados en un sanitario de la Plaza de Toros El Bosque a la espera de que el óxido y el orín los destruya.
Qué pena, qué dolor y qué vergüenza que un pueblito que aspira a ser importante en el concierto nacional del turismo y no sabemos qué otras pendejadas haya dejado expósita su banda insignia de niños fotutos y raizales.
No sé si apenarme o gritar iracundo que me duele como ciudadano de Armenia saber que existen miopes que hayan desmantelado la banda juvenil.
La Banda Sinfónica Juvenil de Armenia ha muerto y con ella las ilusiones de los niños músicos, el amor de los adultos que escogieron la música como algo de su ser, pero también queda debelada la vergüenza extrema de quienes nos manejan desde la administración de la cultura.
Si se calla el cantor…calla la vida…
Tenía razón el maestro… ‘ciudad de cafres’