25 de abril de 2025

Un vueltón por la Amazonia (2)

14 de enero de 2012
14 de enero de 2012

amazonas

Después de dos horas de recorrido desde Leticia, llegamos a la reserva natural peruana de Marasha. Y nos internamos selva adentro,previa indicación de que debemos pedirle autorización a la madre tierra para ingresar a sus dominios, mediante meditación filial y promesa de que no le haremos daño y respetaremos su habitat y entornos.Dos horas y media de caminata, con  pantalón y camisa de manga larga, botas pantaneras, sombrero y abundancia de repelentes  y protectores solares, con explicaciones del guía alrededor de  sus animales y vegetales y con la apreciación de sus sonidos y silencios, nos permite llegar al lugar de nuestro alojamiento, donde habríamos de pernoctar.Una edificación en madera, semejante a una maloka pero con habitaciones, duchas y servicios higiénicos, con camas y toldillos que nos protegen  de mosquitos , zancudos y otros bichos, nos permite el descanso y el reparador sueño. Pero antes de que llegara la noche, en las horas de la tarde, algunos  reciben una vara con un anzuelo y  unas carnadas y se le miden a la pesca artesanal, con un éxito casi inmediato.Peces de varios tamaños aparecen ensartados, y hasta pirañas, que son conducidos con rapidez a las sartenes, para deleite de quienes obtuvieron el trofeo. Otros se van a pasear en canoa , a abrazar  y a tomarse fotografías con la ceiba más grande del mundo.Después de la cena, los más osados retoman las canoas y se van por los lagos cercanos en busca de caimanes negros y animales nocturnos, con sendas linternas que les permiten  una visión diferente  de la apabullante vegetación y de los extraños habitantes de la amazonia. Al amanecer del día siguiente y  después de haber tenido a la mano una danta, dos chigüiros,un tucán, varias pavas,  loros y guacamayas, ya domesticados, emprendemos nuestro regreso al río, para dirigirnos a Puerto Nariño. Intenso el recorrido. Arrimamos, en el Perú, a Puerto Alegría.Una aldea indígena típica, de amables moradores, cuya atracción consiste en que sus niños conviven con mascotas llegadas de la selva. Micos, culebras, caimancitos, iguanas, perezosos , aves , son contemplados afectuosamente por los pequeños indígenas . Mi nietecito Felipe, de cinco años, quería quedarse en ese sitio. Sus nuevos amigos lo dejaron solazarse  con sus juguetes vivos. Con seguridad que en su cabeza le quedará el recuerdo de su interacción con la vida animal y con sus congéneres distintos.Y llegamos a Macedonia, una comunidad tikuna. Parada marashaobligatoria. Nos dan la bienvenida con frutas de la región y nos invitan  a participar en el baile ritual  de ingreso de las mujeres a la pubertad.Los evangélicos se han encargado de meterlos en lo que llamamos la civilización cristiana.Bailamos con ellos.Fraternalmente. Y no falta la polémica. Que debieron dejarlos a su aire, decían algunos. Otros, que el confort y el "progreso" (electricidad,comercio, motores fuera de borda, televisión, neveras, etc) se le deben facilitar a todo el mundo. Los artesanos indígenas, nos convidan a comprarles.Mochilas,collares,manillas y tallas en palo de sangre, son adquiridas como recuerdo.Ninguna rebaja su precio de unos cinco dólares. Los indígenas se ven sonrientes y satisfechos.Como su Pastor, que exhibe una sonrisa de oreja a oreja. Y llegamos a Puerto Nariño.Son apenas dos horas para almorzar y recorrerlo. Opinan que es como un pesebre. Y sus calles peatonales-no hay vehículos ni motos ni nada que se les parezca- respíran tranquilidad, bienandanza, sosiego e invitación a deshacer maletas y quedarse.Puerto Nariño tiene un algo indefinible, que le hace pensar a uno que hay que regresar algún día. Salimos en búsqueda  de los delfines grises y rosados en los lagos de Tarapoto. Infructuoso. Nada que se asomaron.Entonces,dijo el guía, vámonos para el Parque Nacional Amacayacu, hoy administrado por los Decameron, pero obligado  al libre acceso de turistas y residentes. Un sendero de ochocientos metros  nos familiarizó de nuevo con la selva.

La isla de los micos ,invento de un griego que le sirvió para esconder sus actividades como narcotraficante, nos abrió sus puertas hacia el atardecer. Su población de titís y otras especies,  que carecen del  mínimo miedo  a los humanos,es el deleite de niños y de grandes. Estos animalitos  son inquietos y necios pero alegres y zumbones. Por unos diez dólares, se permite que los alimenten. En el ingreso van incluidos los bananos  y  cinco, ocho monos se encaraman, literalmente, sobre las personas, para arrebatárselos. Singular experiencia. Al anochecer,llegamos a Leticia para reposar y celebrar el Año Nuevo. Estupenda cena, con pitos,gorros y confetis. Y caipiriña a rodos,,fina atención de la casa, el hotel Waira.

benjamin constantBien dormido el guayabo o la resaca, nuestro último día lo emprendimos hacia Benjamin Constant,en el Brasil, a unos cuarenta minutos de Leticia.Viaje que para sorpresa de todos, nos permitió observar a los delfines rosados y grises, que por aquí los llaman bufeos.De un momento a otro rodearon nuestra embarcación en un muestreo rápido pero emocionante.Algo extraño produce su aparición, que obliga a apagar motores y permanecer en absoluto silencio. Pero mas sorpresa, fue haber conocido, en la ruta y en territorio peruano, a Islandia, un asentamiento palafítico, o sea construido sobre estacas , para no anegarse con las crecidas del río en época invernal,que es casi siempre. Recordemos que en la amazonia llueven doscientos treinta días al año. Y se convive con el fenómeno. Los cahacos debieran darse una pasadita para estudiar como se defienden sus moradores de las aguas.En Benjamin Constant, su máximo atractivo que eran las ventas de piedras brasileñas , cosméticos y zapatos,resultó fallida.Las tiendas cerraron por Año Nuevo. Sin embargo, disfrutamos la noche en el centro de la población,cuyo ambiente nos transportó a las novelas y telenovelas brasileñas,  de excelente calidad.El hotel,bastante regular,tirando a malo.Pero el cansancio físico, es el mejor soporífero.

El quinto día, regreso a Leticia, un par de horas para compras y al abordaje del avión que nos trajo a Bogotá. Y el recuerdo de una estupenda experiencia por una parte de nuestra Colombia, pacífica, acogedora, extraña ,  absorvente y ensoñadora.Ojalá nuestros nietos puedan algun día visitarla para que vivan y sientan lo que es la paz, y la armonía con nuestra madre tierra,nuestra Pachamama.

leticia