Liliana, por ejemplo
Por estos días, un gran número de manizaleños abandona nuestra ciudad. Son los que regresan a sus lugares de residencia y trabajo después de la temporada de fin y comienzo de año, tras cumplir unas vacaciones pasadas –por agua– entre sus ancestros, afectos, recuerdos, aromas y de algunas calles del ayer. Así como son diversos sus destinos de retorno, resultan variados los sentimientos que viajan en compañía de estos ciudadanos que han puesto tierra de por medio con su punto de origen, debido a la necesidad de labrarse un futuro mejor mediante la búsqueda de más amplias alternativas laborales y de especialización profesional. Prueba cercana de ello es mi hijo, Alejandro, el joven ingeniero civil que forja a pulso su primera maestría.
Es posible que algunos extrañen con nostalgia la tranquilidad que dejan atrás en el formato amable y los acentos familiares que ofrece su apacible ciudad. Otros sentirán alivio por haber roto el cordón umbilical que les impedía tener una visión panorámica del mundo, para lo que echaron al olvido un romanticismo bello pero inútil, un heroísmo tan pasivo como estéril. Son los desplazados de la esperanza o de la desesperanza, pues ello depende del cristal con que se mire. Los de más allá, quizás los escépticos, tendrán la sensación de dejar en Manizales a ‘la Salamina del futuro’, un conglomerado lleno de pergaminos y blasones, pero desconectado en la práctica del desarrollo global contemporáneo y lejos de las rutas de la dinámica del progreso.
Por supuesto que la diáspora manizaleña no es nueva y, naturalmente, continuará galopando sobre el tiempo, por la sencilla razón de que los sectores productivos carecen de capacidad –¿interés?– para ocupar la creciente oferta que arrojan los centros de capacitación técnica y universitaria. Además, somos una ciudad intermedia donde las alternativas reales de trabajo se concentran en la esfera estatal –escandalosamente politizada– y en las empresas manejadas por algunas élites supérstites, en las que el enganche se hace por los apellidos y el grado de amistad o de consanguinidad. Allí reside una explicación de la inveterada exclusión social que ha prevalecido como una tradición discriminatoria en nuestra bella aldea andina.
Entonces, el éxito de nuestra gente se da a distancia, en otras latitudes del país hacia donde debe desplazarse en la exploración de horizontes más amplios y promisorios. Las referencias se dan a rodos, y Liliana Serna Cock, es uno de los mejores ejemplos. Ella acaba de recibir simultáneamente dos prestigiosos galardones: el Premio Nacional al Mérito Científico y el Premio Santander de Emprendimiento, Ciencia e Innovación 2011. Liliana es una dulce, talentosa y consagrada investigadora, nacida en Chinchiná. Se hizo bacterióloga y laboratorista clínica en la Universidad Católica de Manizales; es especialista en Ciencia y Tecnología de Alimentos de la Universidad Nacional de Colombia y, además, cuenta con un Ph.D en Ingeniería de Alimentos de la Universidad del Valle.
La distinción del Mérito Científico, creada por la Asociación Colombiana para el Avance de la Ciencia (ACAC), fue otorgada en otra ocasión a Manuel Elkin Patarroyo poseedor no sólo de calidades indiscutibles, sino de una eficiente oficina de prensa, motivo por el cual el extraordinario logro de nuestra coterránea apenas obtuvo un registro lánguido en los medios locales. Claro está que si hubiera sido el suceso de algún ‘famoso’ de la farándula, seguramente su resonancia hubiera sido en-sordecedora en todos los medios.
No menos trascendental para la comunidad académica y la región es el reconocimiento del Banco Santander Colombia concedido a Liliana, porque, aparte de subrayar su valioso aporte a la investigación científica, dicha institución entrega una millonaria partida destinada exclusivamente a proyectos universitarios.
En la actualidad, Liliana dirige en la Universidad Nacional de Colombia, sede Palmira, un grupo de científicos que trabaja de manera seria y sostenida en la resolución de problemas nacionales sensibles, como los que afronta, verbigracia, la ganadería colombiana. Los dos premios recibidos destacan, coincidencialmente, ese cúmulo de investigaciones que buscan alternativas naturales al uso de antibióticos en la prevención y tratamiento de la mastitis bovina, enfermedad que afecta al 50% del ganado.
Queda esta parrafada tardía al oído de los nuevos gobernantes de Manizales y Caldas para que se percaten de la renovada urgencia de fortalecer decididamente la iniciativa del Distrito Universitario para nuestra ciudad. El clima mental es exuberante; y el talento, silvestre. Ahí tenemos a Liliana, por ejemplo.