La sombra del senador Barco
Recientemente se cumplieron tres años de la muerte del jefe liberal caldense, en el hospital Santa Sofía, de Manizales, a donde fue ingresado el 18 de enero de 2009 tras sufrir un aparatoso accidente en su apartamento de La Dorada, donde tuvo su principal bastión electoral. Aquel día descansó en paz y fue el principio del fin del barquismo.
En su dilatada carrera este acaudalado abogado y economista aguadeño alcanzó todos los honores que quiso. Murió oficiando como senador vitalicio. Declinó la presidencia del Senado y la Primera Designatura cuando se le buscaba sustituto al caucano Víctor Mosquera Cháux. Solo duró 19 días en el ministerio de Justicia (en el “Mandato Claro” de López Michelsen) a causa de un debate que le adelantó en la Cámara su paisano conservador Jesús Jiménez Gómez, de Neira.
Amante de los viajes a los dominios de la Reina Isabel, la soltería, las mujeres jóvenes y bonitas, las buenas lecturas en cinco idiomas, unas haciendas tan grandes que no lindaban con nadie, como la que tenía en Territorio Vásquez, y la ingeniería electoral que consistía en meterle matemáticas a la distribución de las listas de candidatos a los cuerpos colegiados, para quedarse con la mayoría de las curules, y cuando el gobierno de turno veía que tambaleaba la reforma tributaria lo urgía para que se le pusiera al corte al proyecto hasta convertirlo en Ley con la promesa de hacerle pasito a los de abajo.
Marrullero incorregible, le sacaba punta a sus alianzas con el que llamaba “el blancaje” de Manizales, tras proclamarse jefe de la “negramenta” del puerto de la Dorada, donde era amor y señor.
Tres medio hermanas hijas de un mismo padre pero de diferentes madres recibieron, per cápita, unos siete mil millones de pesos de la jamás bien calculada fortuna que dejó su padre.
De nada le sirvió a una venezolana que en Cúcuta se presentó ante un juzgado como heredera de la fortuna del político por ser supuestamente “la esposa legítima”. El jefe rojo de Caldas tuvo propiedades en el vecino país, pero jamás incurrió en matrimonio ni aquí, ni allá. En amenas tertulias en Bogotá, La Dorada y Manizales siempre repitió su famoso chascarrillo que estrenó una noche, en el café “Osiris”: “La mujer que se case conmigo tiene que estar loca y yo con una loca, no me caso”.
Este popurrí barquista es de su sombra reporteril, el acucioso periodista de TNN@, Juan Carlos Martínez: Los acuerdos se hacen en los pasillos y en los recintos del Capitolio… La mejor arma para hundir un proyecto es hacerlo publicar en la gaceta del Congreso… Hay que ser aventureros en la oposición y caballeros con el Partido… Alguna tarde confesó que el gran amor de su vida fue la cónsul Carmenza Jaramillo. Ella lo llamaba como a él le gustaba: Renán, simplemente. La Dulcinea heredó el apartamento donde vivía el senador, cerca de Unicentro, en Bogotá. Menos desordenado que elde La Dorada… También admitió que se arrepentía de no haberse casado y formado una familia, como la mayoría de los mortales… Era un mujeriego que chorreaba la baba por las jovencitas. A pesar de tener fama de tacaño, era generoso con las “sardinas”: Les regalaba motos, automóviles y le prestaba dinero para sus estudios. Tenía fama de abandonarlas cuando llegaban a los 21 años de edad. “Caña tierna para trapiche viejo”, decían los murmuradores de su entorno… Y adoraba el menú de “Las Tías”, restaurante vecino a su hábitat de toda la vida, donde lo extrañan hace 3 años.
La apostilla: Barco siempre le hizo esta advertencia a Martínez, su periodista de confianza: "Usted puede contar todo lo que hemos hablado durante estos 28 años, pero después de que mi Dios me llame a cuadrar cuentas (el senador era muy católico y los domingos era el primero que asistía a la iglesia de La Dorada). Si lo hace antes, no podrá volver a entrar por esa puerta a esta oficina (la del Senado)".