28 de marzo de 2024

El sicariato moral

30 de enero de 2012

jorge yarceEl “muro de la infamia” es cuestión del pasado. El nuevo muro es Facebook y compañía. Allí están registradas las peores historias y las infamias más atroces. Nadie se les escapa a ellos. Gandhi puede ser un degenerado sexual que sufría de una convulsión pacifista, Juan Pablo II un ególatra que quería ser Dios, y Messi un loco fanático del dinero. Lo que allí pasa, supera toda imaginación. Se vuelven un vehículo de mentiras y odios. Como no tienen que responderle a nadie por lo que dicen, la carrera es por ver quien es más agresivo, más corrosivo, más calumniador. No importa no querer llevar una vida escandalosa, no importa tener derecho a la fama o a la privacidad; lo que cuenta es lo que dice cierta gente convertida en plaga de serpientes venenosas que van devastando todo a su paso.

Los expertos en analizar el contenido de las redes sociales afirman que lo que allí ocurre no tiene precedentes porque es un verdadero tsunami en el terreno de la comunicación humana. Como si se hubieran abierto todas las cantarillas del mundo y cierta gente empezara a caminar por ahí habitualmente. Si el ser humano es capaz de acostumbrarse a todo, es posible que no se dé cuenta de que está siendo parte de una especie de mierdero virtual. El frenesí de los twiteros, por ejemplo, aumenta exponencialmente, pero una parte de lo que ahí se dice es pura basura, fruto de mentes alucinadas con la posibilidad de seguir a otros o de que los sigan a ellos, no importando dónde van, dónde vienen, ni si lo que dicen es verdad o no. Da la impresión que a esa ola gigantesca de confusión no la puede parar nadie, es decir, estamos metidos en la grande porque el instrumento pensado para hacer bien puede tornarse en un arma letal.

Los estudiosos de las redes afirman que en un país como Colombia es notable el nivel de agresividad y de violencia en el lenguaje, la capacidad de insulto y de ofensa. Tal vez por la historia que cargamos marcada profundamente por las huellas de la violencia. La vulgaridad y el lenguaje procaz son frecuentes en los usuarios de este país. Los políticos se insultan entre sí sin límites y sus seguidores hacen lo mismo; llama la atención que los que utilizan estos medios fácilmente se enervan y empiezan a emplear términos y expresiones salidas de madre, fruto de estados emocionales no de razonamientos serenos. Para expresar los desacuerdos se pasa a la vulgaridad y a la procacidad; en segundos el otro es simplemente un hijo de perra; no se esgrimen argumentos sino insultos, como si con ellos se pudiera establecer un diálogo.

Los creadores de esas redes confiesan que con esas prácticas se está desdibujando su finalidad, y se asombran con un fenómeno que va mucho más allá de sus previsiones. Mientras los siquiatras encuentran nuevas patologías, los ciudadanos del común nos preguntamos hasta dónde llegará la creciente amenaza de lo que ciertamente puede denominarse como un nuevo sistema de violencia e impunidad, un verdadero y poderoso sicariato moral.