Banquear, partidario-partidista, asestar, riesgo
Dicen que en Manizales, antes de construir, hay que “hacer el lote”, lo que se realiza mediante el ‘banqueo’ (“desmonte de un terreno en planos escalonados”); es, por tanto, “la acción y el efecto de banquear”, verbo transitivo que aún no está asentado en los diccionarios, pero que debería estarlo, con esta definición: “Desmontar un cerro; derribarlo a golpes de recatón, pala o maquinaria pesada, cuando ésta está disponible”. ¿Será ésa la nueva actividad que se propuso realizar el Banco de Bogotá, cuando, para su actual campaña publicitaria, escogió el verbo ‘banquear’? Por supuesto que no, aunque dice así: “Banqueando comprobamos que todos tenemos sueños y necesidades diferentes”, que bien pudo ser, con algúna pequeña modificación, el lema de los fundadores de nuestra singular ciudad. Sin embargo, para el dicho Banco, ‘banquear’ es “desarrollar las actividades sociales y económicas de manera creciente a través de la banca”, definición que la Academia de la Lengua le da al neologismo ‘bancarizar’, cuya acción se llama ‘bancarización’. Aunque, por los nombres ‘banco’ y ‘banca’, estos ‘creativos’ no están tan despistados, es mejor llamar las cosas por su nombre. ***
Dijo Perogrullo, y todos lo citamos, que “la mano cerrada se llama puño”, y que “la nieve es blanca y húmeda”. Por lo cual, a verdades evidentes como éstas las llamamos “verdades de Perogrullo” o “perogrulladas”, como cuando decimos “una cosa es una cosa y otra cosa es otra cosa”, frase con la que expresamos la diferencia evidente entre dos ideas u objetos, por ejemplo, entre ‘partidario’ y ‘partidista’, diferencia que ignora el columnista Eduardo Posada Carbó, como lo atestiguan estas frases: “…si nos atenemos a las preferencias partidarias expresadas en las encuestas Gallup”; “El que haya más partidos que preferencias partidarias es aún una buena noticia”; “…los sucesos partidarios que se anuncian para diciembre…” (El Tiempo, XII-2-11). Los sucesos y preferencias, señor, podrían ser ‘partidistas’, pero no ‘partidarios’, semánticamente hablando. En efecto, con el adjetivo ‘partidario-a’ sólo se puede calificar a las personas “que, por encontrar bueno algo o a alguien, lo siguen, lo defienden y le ayudan a triunfar”, por ejemplo, “fulano de tal y sus doctrinas tienen muchos partidarios”. Y ‘partidista’, tampoco el calificativo adecuado en las frases del columnista, porque sus sinónimos son ‘parcial, sectario, subjetivo’, se aplica a todo lo que tiene que ver con el ‘partidismo’, que no es otra cosa que la “adhesión o sometimiento a las opiniones de un partido con preferencia a los intereses generales”. En conclusión, el señor Posada Carbó, en lugar de echar mano de adjetivos inapropiados, debió usar el complemento, así: “preferencias o sucesos de partido”, ya que su artículo se refería, no a doctrinas o ideas propiamente dichas, sino a los partidos políticos colombianos, que hoy son más numerosos que las iglesias de garaje. Verdad de Perogrullo. ***
De la introducción del párrafo anterior, algo le toca al columnista de nuestro periódico, Jorge Enrique Pava Quiceno, quien, empleando el verbo ‘asestar’ por ‘causar’ o ‘dar’, de este modo redactó: “…cuyas filas disminuyen por la deserción de sus militantes y por las bajas asestadas por nuestro Ejército” (XII-2-11). Son muy diferentes los verbos ‘asestar’ y ‘causar’: el primero, en su acepción más empleada, significa “descargar contra algo o alguien un proyectil, un golpe de arma o un objeto semejante”; el segundo, con el significado apropiado en la frase glosada, “producir, ocasionar”. Ello es que una ‘baja’, en el argot militar, es la “pérdida o falta de un individuo”, fenómeno que ‘se produce’ por alguna razón, la deserción, digamos; o es ‘causado’ por algo o alguien, por ejemplo, la muerte natural o en combate. Cuando se trata, pues, de bajas en conflictos armados, los verbos adecuados son ‘producir, ocasionar y causar’. ***
Los terremotos, los huracanes, lo rayos, los deslizamientos de tierra, las fallas geológicas y los desbordamientos de los ríos son acontecimientos o manifestaciones de la naturaleza que ponen en ‘peligro’ la vida de los seres humanos y sus propiedades materiales. No se puede decir, por lo tanto, que ellos, en sí mismos, sean un ‘riesgo’, porque éste es “la proximidad de un daño”; la “posibilidad de que ocurra una desgracia o un contratiempo”. Hace algunos años, alguien, no sé quién, estableció su ‘residencia’ en la mitad del río Chinchiná, cerca de Cenicafé, cuando ese río semejaba más bien un camino empedrado. Este personaje, sin duda, estaba ‘arriesgando’ su vida, es decir, poniéndose en ‘riesgo’ o ‘peligro de perderla’, no por culpa del río, sino por su insensatez. El redactor de Al Correr de las Horas escribió: “Cinco viviendas (…) tendrán que ser demolidas ante el riesgo de inestabilidad del terreno…” (LA PATRIA, XII-5-11). La “inestabilidad del terreno” es un fenómeno natural, que no depende del ser humano: de éste depende huir de él, o enfrentarlo, ateniéndose a las consecuencias. La frase, entonces, pudo ser redactada de esta manera: “Cinco viviendas tendrán que ser demolidas por el peligro que para su estabilidad representa la inestabilidad del terreno”. Y no hay que olvidar que “el que ama el peligro en él perece”.