18 de abril de 2024

«Los montañeros de que habla Abad representaban la mejor raza de la estirpe antioqueña»: Prieto

13 de noviembre de 2011
13 de noviembre de 2011


Fiel surtidor de hidalguía

Por: Cartas de los lectores/El Espectador

Hace ocho días, en estas mismas páginas Héctor Abad Faciolince escribió acerca de mi ciudad. Los manizaleños, lejos de ser lo que él dice en su artículo, somos una sociedad culta, que reclama con respeto, se sobrepone al dolor y a la tragedia como la que hoy estamos lamentando por la muerte de 48 de los nuestros.

Nos sentimos muy orgullosos de ser descendientes de montañeros aguerridos y emprendedores que a mediados del siglo XIX fundaron la ciudad. Eso de creernos de sangre azul es un estigma que han querido imponernos debido a que nuestra raza se distingue por sus buenas maneras.

Sí nos sentimos muy orgullosos de la forma como logramos levantarnos después de tantas tragedias que nos han azotado. En la década de 1920 Manizales era una ciudad con una fuerte economía, pero tres incendios consecutivos se encargaron de dejarla en cenizas. La monumental catedral de la época, construida en maderas nobles de la región, ardió acompañada de buena parte del centro de la ciudad. Nuestra vecindad con el macizo volcánico del Nevado del Ruiz es otro dolor de cabeza constante, y las avalanchas y derrumbes han sembrado muerte y desolación. Como alcalde dos veces de mi ciudad me correspondió enfrentar algunas de ellas, siempre con el apoyo y la solidaridad de mis coterráneos y como lo están haciendo hoy el Gobierno y tantas empresas que nos facilitaron sus equipos para atender la emergencia por falta del agua.

Pocas ciudades en el mundo tienen una topografía como la nuestra. Hace cuatro décadas Manizales no soportaba una semana de lluvias porque empezaba a derretirse. La tragedia del barrio Cervantes, cuyas causas están por establecerse por los expertos en geología e hidráulica, nos recuerda dolorosos deslizamientos del pasado.

Manizales, que sigue siendo modelo gracias a la calidad de sus recursos naturales y a unas reforestaciones que son admiradas por expertos mundiales, soportó una absurda suspensión del agua en toda la ciudad. También allí se deberán establecer las responsabilidades, pero el comportamiento de los manizaleños debe ser digno de reconocimiento en un país donde muchos prefieren arreglar los problemas a través de las vías de hecho. Por eso la ciudad podría llamarse Capital del civismo y el buen comportamiento ciudadano. Claro que había rabia y malestar contra las autoridades. El voto en blanco, los nulos y los no marcados sumaron más que los que obtuvo el alcalde electo. Dicen que muchos de los nulos tenían escritos contra los dirigentes públicos y políticos. El nuevo alcalde tendrá 380 mil manizaleños pendientes de su gestión. Manizales es una ciudad pujante, emprendedora y alegre, que semeja un balcón natural desde donde se observa un paisaje espectacular. Pablo Neruda (no nosotros) la bautizó como “una fábrica de paisajes”. No es que nos creamos mejores que los demás, sino que quienes nos visitan salen a hablar de nuestras cualidades: que somos amables, cultos y cálidos en el trato. Claro que, como en todas las ciudades del mundo, en la nuestra también habitan antisociales, corruptos e inmorales. Lo invito mi, admirado Héctor, para que usted y quienes leyeron su artículo nos miren con el respeto y el cariño con que nosotros quisiéramos que nos miráramos todos los colombianos.

Germán Cardona Gutiérrez. Exalcalde de Manizales.

* * *

Un artículo escrito en El Espectador por el columnista Héctor Abad el 6 de noviembre, inspira este escrito.

El señor Abad ha sido y es mi escritor favorito. He leído todos sus libros y la mayoría de sus columnas. Admiro su fluida prosa y la imaginación de sus temas. Méritos que han capturado mi respeto.

Es entendible que al leer su artículo sobre Manizales y Caldas sufriera un inmenso desencanto. No he podido entender que un escritor de su talla escribiera un texto tan ordinario, con calificativos tan desabridos, dejando traslucir un cierto resentimiento social o intelectual.

Dice el connotado escritor que en Medellín no han podido entender cuándo los caldenses se volvieron personas de rancio abolengo, de noble sangre azul, cuando provienen de unos montañeros salidos de Sonsón y Abejorral, descalzos, pobres de solemnidad.

Es bueno que el señor Abad sepa que esos montañeros representaban la mejor raza de la estirpe antioqueña, expulsados por la pobreza, víctimas de la concentración de la riqueza, característica vitalicia de esa región.

Esos montañeros desarrapados fueron los titulares de la odisea más grande e importante de Colombia. Al poco andar empezaron a fundar pueblos y ciudades como Pácora, Aguadas, Salamina, Aranzazu, Neira, Manizales. Quizá la belleza de su infinito horizonte los deslumbró.

Todas ellas le han dado a Colombia personajes y señorones que han lucido las sociedades más estrictas de la nación colombiana. Tres caldenses han honrado la Alcaldía de la capital: Fernando Mazuera, Augusto Ramírez y el suscrito. Tres personajes del Viejo Caldas han ocupado en los últimos años la presidencia de la ANDI, baluarte de la sociedad antioqueña: Carlos Arturo Ángel, Luis Carlos Villegas y otra vez el suscrito. Personajes caldenses en la política, en el Gobierno, en el Parlamento, en las letras, a pesar de su juventud regional, han iluminado con su verbo, desacreditado por nuestro escritor de cabecera, el panorama nacional. Para mencionar dos gigantes de la palabra, de la política, de la literatura: Fernando Londoño y Londoño y Gilberto Alzate Avendaño.

Esos pobres montañeros crearon la más fecunda y organizada empresa agrícola de Colombia, el café en manos de pequeños medianos cultivadores, una cultura que no ha podido ser imitada. La producción cafetera fue durante más de cien años la única fuente de ingresos externos del país. El equipamiento industrial fue durante años adquirido por los dólares cafeteros. Y lo siguen en parte, porque el café continúa presente, alentando la economía nacional y su mercado internacional.

Esos montañeros descalzos y harapientos de Sonsón y Abejorral culminaron como vencedores sin par. Su legado ha llegado hasta nuestros días con el talante y la altivez de una erguida y exclusiva sociedad.

Los caldenses han sufrido por años la más corrupta clase política de Colombia. De acuerdo señor Abad con todo lo que usted dice sobre esta aberrante situación.

Luis Prieto Ocampo. Bogotá.