Entre la sed y el dolor
El alud constituye la tragedia más dura que haya sufrido la capital caldense en años recientes. Si bien las continuas precipitaciones precedieron al suceso natural, las causas exactas del hecho aún están por determinarse. La tierra se habría venido abajo por el rompimiento de un tubo de agua, agravado por los aguaceros de los últimos días, y arrasó con viviendas, enseres y personas.
Pero, al igual que en la crisis del acueducto, la naturaleza no es la responsable exclusiva de la situación. En su visita a la zona de desastre, el presidente Juan Manuel Santos advirtió que "la alerta roja estaba decretada desde la semana pasada. No sabemos qué pasó, eso hay que investigarlo". Según el Gobierno Nacional, los protocolos para áreas de alto riesgo no fueron desplegados en Manizales.
No obstante, las autoridades locales, en cabeza del propio alcalde Juan Manuel Llano, replicaron que para el sitio específico de la tragedia no estaba en pie ningún procedimiento de evacuación. Frente al tratamiento de la alerta roja, es perentorio que se haga claridad sobre quién falló. El alto precio que se pagó -las vidas de decenas de habitantes del barrio Cervantes- así lo amerita.
Como se afirmó en un editorial pasado, estas tragedias demuestran la condición de vulnerabilidad urbana de Manizales.
Más allá del clima y de las condiciones del terreno, al gobierno de la ciudad hidalga le ha faltado liderazgo en medio de ambas crisis. Problemas de información, rumores, incumplimiento de anuncios, imprevisión financiera y hasta uso politiquero del agua desnudaron una clase dirigente oportunista e insensible al dolor de los ciudadanos.
Los errores en Caldas deberían servir de ejemplo a otras localidades frágiles. Esta segunda ola invernal apenas comienza y ya se reportan 77 muertos y 289.000 personas afectadas.
Esperemos que los terribles golpes sufridos por los manizalitas no
se repitan en otras partes del país.