19 de febrero de 2025

Enfermedad holandesa y desindustrialización: ¿Qué hemos aprendido?

4 de agosto de 2011
4 de agosto de 2011

En el caso de Colombia, se trata de un auge de la última década impulsado por petróleo, carbón y oro. Estos productos han venido a complementar las exportaciones más tradicionales de café, banano y flores.

El cambio ha sido dramático, pues hace una década el conjunto de estas exportaciones “tradicionales” representaban un 52% del total y en años recientes se han incrementado a cerca del 70%, de un total exportado que pronto estará bordeando los US$50,000 millones (un 17% del PIB).
En efecto, durante 2002-2010 las exportaciones minero-petroleras se elevaron de niveles de US$4.500 millones a US$23.500 millones, aumentando su participación del 44% al 70%. Detrás de este auge ha estado la Inversión Extranjera Directa (IED) multiplicándose por cinco y alcanzando cerca de los US$5.000 millones.

Como es bien sabido, este auge minero energético requiere un manejo cuidadoso a nivel macroeconómico para evitar que se convierta en una “maldición” para las exportaciones agro-industriales. Frente a las presiones estructurales de apreciación cambiaria provenientes de esta “enfermedad holandesa”, el mejor antídoto proviene de “sembrar” dicha bonanza. Esto se hace a través de la modernización de nuestra infraestructura productiva, abaratando los costos del transporte y flexibilizando el mercado laboral.  Solo de esta manera podremos ser competitivos en sectores diferentes al de las exportaciones de commodities.

A nivel teórico, existen dos visiones sobre los procesos de desindustrialización.  El primero podemos catalogarlo como el “secular”, resultante del desarrollo natural que postula un lento “marchitamiento” manufacturero a favor del desarrollo del sector terciario de los servicios. Claramente los países desarrollados del G-7 ya han pasado por estas fases y bien saben que su dinamismo económico dependerá de su capacidad para desarrollar tecnologías de punta en ese sector de servicios. Todos los recientes desarrollos cibernéticos son una buena prueba de que lo estaban logrando, absorbiendo buena parte de la mano de obra que desplazaba ese marchitamiento industrial (… hasta que llegó esta dura crisis financiera-fiscal de 2007-2011).

Recientemente, en la revista The Economist, Bhagwati argumentó, con razón, que no podemos caer en el “fetiche” de creer que solo el sector industrial está en capacidad de absorber mano de obra. De hecho, las cifras recientes del G-7 lo que ilustran es que es el sector servicios es el que actualmente genera más de dos terceras partes de los nuevos puestos de trabajo. Siendo así, la liberación del comercio de servicios y las políticas públicas para incrementar la productividad serían las “armas” para enfrentar esta etapa de desarrollo del sector terciario, cubriendo todo el periodo 1990-2020.

Sin embargo, existe un segundo enfoque que argumenta que la historia y trayectoria de los países emergentes puede resultar bien distinta a la del mundo desarrollado del G-7.  Anif ha venido argumentado que el tránsito de la industria al mundo de los servicios podría resultar siendo abrupta y traumática para muchos países emergentes si estos carecen de: a) la infraestructura adecuada que les permita abaratar costos y así enfrentar la apreciación cambiaria proveniente de un auge exportador de commodities; y b) si se “marchita abruptamente” la industria, en momentos en que se carece del “salto tecnológico” que les permitiría hacer un rápido tránsito hacia el sector terciario, como sí lo han logrado los países desarrollados.

Infortunadamente, Colombia está quedando atrapada en este esquema de “marchitamiento temprano” de su industria, por cuenta del auge de commodities y apreciación cambiaria, en momentos en que no contamos con un “salto tecnológico” hacia el sector servicios. En efecto, el gráfico 1 ilustra cómo la producción industrial ha ido perdiendo rápidamente participación dentro del PIB-total, pasando de niveles del 22% a tan solo un 14% en los últimos cuarenta años, saliéndose de lo que hubiera sido una trayectoria “secular”. El grafico 2 señala cómo esto se ha acompañado de una marcada apreciación cambiaria, la cual nos deja actualmente con un “desalineamiento” del 10-15% real, sin que ello pueda ser amortiguado por menores costos de transporte o de mano de obra.

¿Acaso alguien puede creer la historia de que la desindustrialización en Colombia “no luce grave” porque el salario medio de la China se ha incrementado recientemente de US$50 a US$70 mensuales, mientras que en Colombia (en cambio) el salario mínimo legal se ha estabilizado en “solo” US$330 mensuales o en US$490 mensuales cuando incluimos los parafiscales?