17 de febrero de 2025

La reelección, una pesadilla para Barack Obama

19 de julio de 2011
19 de julio de 2011

Por: Albeiro Valencia Llano

albeiroLa difícil situación económica y la guerra en Afganistán, se están atravesando en el camino para la reelección de Obama. La oposición pide un nuevo Presidente mientras que el Partido Demócrata pierde puntos. Debemos recordar que Obama llegó a la presidencia de Estados Unidos en una especial coyuntura: el fracaso del gobierno de Bush, por las guerras que se inventó en Irak y Afganistán; además, el atentado del 11 de septiembre de 2001 había sumergido al país en la zozobra del terrorismo, y la crisis económica de Wall Street, el 15 de septiembre de 2008, asestó un golpe contundente a su orgullo. La primera potencia del mundo estaba desprestigiada y se le embolataba el liderazgo.

Los  estadounidenses querían cambios y así se explica la aplastante victoria de los demócratas. Pero al Presidente lo controlan los poderosos monopolios de la industria militar y los grupos  ultraconservadores que manejan los hilos del poder. Mientras Obama hablaba del retiro gradual de las tropas de Irak, los grupos guerreristas, los halcones, presionaban el envío de tropas frescas para apoyar la guerra de Afganistán. En ese momento el general Stanley McChystal, pidió otros 40 mil soldados, para no perder la guerra y el Presidente respondió con un ofrecimiento de 30 mil nuevos soldados (diciembre de 2009). El plan era aparentemente claro: asegurar los centros de población,  hacer retroceder a los talibanes y entrenar nuevas fuerzas, para controlar las 34 provincias. Así, las tropas empezarían el regreso a casa en 2013 y el retiro total sería en 2017.

La tragedia de Afganistán

La guerra en este país es un fracaso; pero los atentados del 11 de septiembre se interpretaron como una declaración de guerra de Al Qaeda y en respuesta el gobierno norteamericano inició los bombardeos contra el régimen talibán, que no quiso entregar a Bin Ladem. Afganistán ha sido una peligrosa trampa para las potencias; basta recordar la ocupación de las fuerzas soviéticas, durante los años 1979-1989. En esa época surgió Osama Bin Laden como un líder de la guerra islámica; fue entrenado, armado y financiado por los servicios secretos norteamericanos, para dirigir acciones terroristas contra los intereses soviéticos en Afganistán. En 1984 estuvo al frente de un comando de 20.000 islámicos y recibió recursos de los servicios de inteligencia de Estados Unidos, Arabia Saudita y Pakistán. Después de crear el grupo fundamentalistas Al-Qaeda, le cerraron algunas puertas en África, pero encontró apoyo y refugio en Afganistán (1996), donde el movimiento Talibán estaba controlando Kabul.

Estados Unidos y algunos países aliados invadieron a Afganistán en la estrategia de la lucha contra el terrorismo, pero no han podido instalar una democracia estable. Hasta ahora sólo han logrado organizar una policía y un ejército que difícilmente controla el crecimiento y las acciones del movimiento Talibán, la producción de opio y a los señores de la guerra, que viven de la corrupción y de los cultivos ilícitos.

La Casa Blanca impuso al presidente Hamid Karzai en 2001 y fue reelegido en unas elecciones muy controvertidas, pues alcanzó menos del 25 por ciento de los votos; es apoyado por grupos de narcotraficantes y conocido como uno de los gobiernos más corruptos de la región. En este ambiente de corrupción, en un país conformado por diferentes tribus, resurgió el movimiento Talibán que en 2008 hacía presencia militar en el 72 por ciento del territorio.
Los Estados Unidos llevan diez años de guerra en Afganistán, en la “lucha contra el terrorismo”, pero se les convirtió en una pesada carga por lo larga y costosa: 102.000 soldados en suelo afgano, 2.500 soldados muertos y un costo de dos mil millones de dólares cada día (El Espectador, 23 de junio de 2011). Por lo anterior sentenció el líder afgano Qari Yusuf Ahmadi que “Obama verá desfilar muchos ataúdes de soldados estadounidenses muertos en Afganistán”.
Una difícil decisión: la economía o la guerra.

El presidente Obama está atravesando por un mal momento: la crisis económica que estalló en 2008, sigue campante y el desempleo no cede. En enero de 2009 el Gobierno aprobó el primer paquete de estímulo económico, pero no se promovió el crecimiento. En el pasado mes de mayo el desempleo se estabilizó en 9,1 por ciento, lo que equivale a 13,7 millones de desempleados (24,6 millones si se suma el subempleo). Ante la crisis los consumidores redujeron los gastos; la gasolina sigue cara; el mercado inmobiliario lleva tres años de postración y continúa el descenso de la venta de automóviles, que es uno de los termómetros para medir la crisis pero, además, es motor de la economía. Todo esto le viene produciendo un fuerte dolor de cabeza a Obama, pues lo eligieron para que saneara la economía,  devolviera la confianza a los estadounidenses y recobrara el liderazgo mundial. Lleva tres años en el Gobierno y la economía no despega, se respira pesimismo y el pueblo está furioso.

Como respuesta cayó la popularidad del Presidente. La muerte de Osama Bin Ladem elevó la confianza al 55 por ciento, pero hoy bajó al 47. ¿Qué hacer? Ante la disyuntiva de la economía o la guerra, Obama se la está jugando por la primera. En esta dirección está siendo presionado por el Congreso. A mediados de junio 27 senadores, demócratas y republicanos, le enviaron un oficio solicitando una retirada más rápida de lo previsto. Sobre el tema dijo el senador demócrata Joe Manchin: “No podemos más. No podemos seguir cortando los servicios y programas en casa e incrementando los impuestos a nuestra gente, para financiar la reconstrucción de Afganistán. La pregunta es: ¿Reconstruimos América o Afganistán?, porque no podemos hacer ambas cosas”. Y, para rematar, el 62 por ciento de la población considera que la guerra en Afganistán es larga, costosa e inútil, y el 74 por ciento está de acuerdo con el retiro total o parcial de las tropas.
El complicado tema de la reelección
Después de la muerte de Bin Ladem y de los éxitos contra Al Qaeda, muchos estadounidenses consideran que ya se cumplió la misión en Afganistán y que terminar esta larga guerra significa economizar 110 mil millones de dólares al año, para un país que atraviesa una profunda crisis económica. Barack Obama entendió esta  situación y por eso le apostó a la campaña electoral, en un momento difícil cuando los demócratas están perdiendo poder ante los republicanos. Fue muy contundente en su último discurso sobre este tema: “Es el momento de concentrarse en la construcción nacional aquí en casa”. Y afirmó que “Estados Unidos se sumará a las iniciativas para la reconciliación del pueblo afgano, incluyendo a los talibanes. Nuestra posición sobre esas conversaciones es clara: tienen que ser conducidas por el Gobierno afgano y los que participen en ellas tienen que romper con Al Qaeda, abandonar la violencia y respetar la Constitución afgana”.

Para hacer más real su propuesta el Presidente planteó la decisión de acelerar el retiro de las tropas de Afganistán: 10 mil soldados en los próximos meses y otros 23 mil antes de noviembre de 2012. Como era de esperar la propuesta no gustó a los altos mandos del Pentágono, interesados en mantener presencia militar, al máximo, hasta 2013. Seguramente no saldrán todos los soldados pues un buen número permanecerá en dicho país para proteger las bases; además seguirá la presencia de los instructores para continuar preparando el ejército de Afganistán.
Lo que sí queda claro es que los países aliados de Europa, que tienen tropas en Afganistán, retirarán hasta el último soldado.

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Ya han muerto varios colombianos en esta guerra ajena; la última víctima fue Niyireth Pineda Marín. Se dice que los inmigrantes latinoamericanos representan el siete por ciento del ejército español: el refugio de las Fuerzas Armadas es una oportunidad para legalizar su situación y garantizar la estabilidad laboral. Pero es triste morir en una guerra ajena, buscando “el sueño europeo”.