18 de abril de 2024

La estatua perturbadora

30 de junio de 2011
30 de junio de 2011

Por: Gustavo Páez Escobar
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gustavo paez En el barrio Chicó Norte, donde resido, una bomba rompió la tranquilidad de las 9:20 de la noche, el pasado 16 de junio. Todo el barrio se estremeció con el impacto. Su eco repercutió en toda Colombia.

Informan las autoridades de policía que la bomba era de mediano poder (2,5 kilos de indugel). Pocos días atrás, el primero de junio, fue desactivado en el mismo lugar (la estatua de Laureano Gómez) otro explosivo con 12 kilos, también de indugel. Nadie se explica por qué, si acababa de ocurrir ese indicio sobre un atentado terrorista alrededor de la imagen del líder político, no se dispuso una vigilancia permanente para evitar la repetición de ese hecho.

La onda explosiva causó daños en 13 edificaciones y consiguió su propósito de crear zozobra no solo en el barrio afectado sino en toda la ciudad. La Librería Francesa, situada muy cerca del sitio de la explosión, sufrió la rotura de todos sus ventanales. Lo mismo ocurrió en varios edificios, con la mala suerte de que al día siguiente la señora Cielo Rojas, habitante de un edificio de seis pisos cuyos vidrios habían quedado destrozados, cayera al vacío y pereciera, por salvar a su hijo del peligro en que se hallaba frente a la ventana destruida.

El mismo día de la explosión, el representante Miguel Gómez Martínez, nieto de Laureano Gómez, había abandonado el país por amenazas contra su vida. Oscuras intenciones por frenar la investigación que vuelve a activarse para esclarecer el genocidio de Álvaro Gómez (ocurrido en noviembre de 1995) parecen ser el detonante de esta bomba puesta en la estatua del caudillo conservador, quien va a cumplir 46 años de muerto. 

El mensaje parece ser claro: como dicho monumento fue elaborado con la cabeza en alto relieve del presidente Gómez, se estaría indicando que la cabeza principal del clan, personificada hoy en su nieto –el representante a la Cámara Miguel Gómez–, corría peligro por su empeño en investigar el crimen de su tío Álvaro. Toda una urdimbre que lleva a la triste conclusión de que la violencia es un estigma que se transmite de generación en generación y nunca cesa: es el legado macabro que recibimos de Caín.

Se sabe que la estatua del barrio Chicó fue elaborada en 1994 por el artista Fernando Montañés, quien le imprimió a la cara del personaje su perfecta expresión. Tras la explosión, el bronce salvó por completo la figura del caudillo. Apenas sufrió un destrozo el pedestal. Allí se advierte la mirada de Laureano  como enjuiciando la persecución que se urde contra sus descendientes.

Los vecinos del barrio piden que se retire ese monumento por considerarlo factor de inseguridad. Si fuera a ser reconstruido, pienso que los habitantes lo impedirían. Entre otras cosas, ignoro en razón de qué disposición oficial fue levantada aquí dicha estatua.

Quizá se trate de la ley 25 de 1966, que dispuso, en el gobierno de Guillermo León Valencia, la erección de un monumento en honor del presidente desaparecido, en la intersección de la avenida de las Américas con carrera 30. Allí se construyó la “Glorieta Laureano Gómez”, la cual desapareció al ser transformado el lugar por obra del desarrollo avasallador de la capital.

Es posible que el traslado, con otro diseño artístico, hubiera sido al barrio Chicó, perturbado hoy por este nuevo zarpazo de la violencia, que no respeta siquiera la paz de los sepulcros. Y cobra nuevos muertos. Espero que algún lector suministre la noticia exacta sobre este particular. Y que llegue la paz a los espíritus.