22 de abril de 2025

El nuevo brindis del bohemio

12 de marzo de 2011

Se necesita mucho valor civil para ponerle a un libro de versos hechos a las pedradas el título “Nuevo Brindis del bohemio” porque se piensa instantáneamente en la segunda parte del famoso poema del mejicano Guillermo Aguirre y Fierro que declamaban con fruición los bardos caldenses en la noche de San Silvestre, en los  viejos cafetines del centro manizaleño.

El hombre –que no siente el menor respeto por los olvidados signos de puntuación, la sintaxis y la sindéresis— se gastó menos de cuarenta palabras, en la solapa de su obra, para traernos su propia presentación:

¿“Qué podría decirse de este príncipe de las letras que no sonara a campaña de experto en mercadotecnia?

Sólo tres cosas, a saber: 1) No es aburrido. 2) Habla a menudo con su sombra. 3) Guarda un secreto del Pastorcito Mentiroso”.

Antes de entrar en materia, destaquemos que el poeta es tan buen hijo que ordenó, amorosamente, la inserción de la fotografía, sin retoques, de doña Guillermina González, su difunta progenitora, en la portada del libro, y que el único verso medio emparentado con el de Aguirre es del siguiente tenor: “Brindis del bohemio sobrio… No brindo por la mujer/ No brindo por el hombre/ No brindo por la poesía…  Brindo por la mala uva (cosecha de 1953)/ que me anima a disimular el sentimentalismo”.

Doctores tiene la lírica terrígena para que nos diga, por favor,  si esto y lo que sigue es poesía o si es, más bien, una manera socarrona de llevarles la contraria y burlarse de los vates del pasado.

De entrada trae, a su manera, la que llama una “Postal de Troya” en la que confiesa sus abulias personales: “A fines de la década de los setenta/ cuando apenas tenía veinticinco años/ yo no quería hacer nada… Qué pereza ser abogado/ qué pereza ser poeta/ Yo sólo quería matar el tiempo por ahí… Y me fui a vagabundear por los mundos/ que mitifican los poetas y las agencias de viajes/ Paris, Londres, Grecia”.

Cuando pasa a ocuparse de su retorno a la casa materna, Vélez no se refiere directamente a Medellín sino a la ciudad de la gente que no se vara, ateniéndose a la mitología parroquial.

Saca tiempo, espacio y verso para evocar la vieja máquina de coser “Singer” que en otra época era tan importante como el radio o la nevera del hogar. Se queja porque mamá ya no le pega los botones, no le reforma los cuellos, no le hace los dobladillos, ni le zurce las medias, y le hace este reconocimiento: “Mamá-Singer: usted hacía milagros con los trapos/ Yo no he podido hacer ni uno con las palabras. ¿Será que lo mío es la baja costura”?

Sacude su árbol genealógico en busca del origen del nombre de Salgar, el pueblo de sus mayores, que está en el suroeste cafetero antioqueño, y se despacha con esta parrafada:

”Lo dice mi Pequeño Larousse: Eustorgio Salgar protegió los intereses de la burguesía/ ¿Se trata de un cumplido o de una imputación”.

Se mete por las calles del centro de la urbe para elaborar el que llama un paseo recién inaugurado:

¿”Sabías que Medellín/ cuenta con una nueva calle peatonal? Se llama Carabobo/ Cuentas, entonces, con un nuevo destino: Carabobiar”. (Es el hermano menor del viejo verbo juniniar).

La apostilla: Este versificador sin futuro cuenta que una noche, en una fiesta de cínicos, le salió al paso una metáfora y en una celebración de  un 31 de diciembre comprobó que el pavo sabe a lo que le echen. Y apuntó que eso de llevar nombre de poeta (Rubén) a veces impone la obligación de hacer silencios de antología.