Sobrecupo en los callejones
En abril del 2008 llamábamos la atención sobre esta crisis que se ha generalizado en los redondeles del país, en las tradicionales ferias que se celebran entre diciembre y febrero.
El debate se ha abierto en Bogotá, donde el día menos pensando, cuando el toro salte la valla y se cuele con su aparatosa cornamenta en el atestado callejón de la histórica plaza La Santamaría, se formará el espantoso tropel y habrá fácilmente (Dios no lo quiera) cuatro o cinco muertos, en medio del pánico colectivo.
El siniestro augurio respalda una cruzada que ha adelantado –hasta ahora sin éxito- desde La W el periodista Julio Sánchez Cristo, a propósito del gentío ajeno al espectáculo taurino que se celebra dominicalmente en el circo de toros del Barrio San Diego, en Bogotá, invadiéndole el espacio a los artistas del ruedo y a las personas que realmente tienen que ver con el desarrollo del espectáculo.
Una voz de alerta para esta y las demás plazas taurinas del país ha dado siempre el maestro Ramón Ospina Marulanda, uno de los colombianos más versados sobre la polémica fiesta brava, en diálogo con El Contraplano.
Denunció el especialista las deficiencias que acusa la organización interna de las corridas en las plazas de toros del país. La advertencia es válida para los cosos taurinos de Bogotá, Medellín, Manizales, Cali, Cartagena, Armenia, Pereira, Sogamoso, Ibagué y Bucaramanga. Los reparos son dirigidos principalmente a la excesiva generosidad de los señores que reparten a manos llenas los apetecidos pases de callejón.
A juicio del señor Ospina, los sobrecupos en los callejones de las plazas pueden motivar una tragedia, tarde o temprano, y juzga que se debe reglamentar cuanto antes la presencia de tanto “invitado o lagarto”.
Insiste en que allí no deben estar sino las personas que directamente tengan que participar en el festejo: mozos de espadas, ayudas, monosabios, apoderados subalternos y matadores. Los fotógrafos, camarógrafos, cronistas y ganaderos deben ir en sus respectivos palcos, sin obstruir la circulación por el callejón.
En Colombia se ha vuelto costumbre que empresarios y ganaderos -que no actúan en una corrida- acudan con sus familias completas a congestionar los callejones, sin tener en cuenta que si un toro salta al angostillo, la inminente tragedia será tardíamente lamentada, cuando la prevención y el orden en el pasadizo debería ser una norma de seguridad constante.
Recordamos que en la corrida de la despedida del maestro César Rincón, en el ruedo de La Santamaría, había tanta gente que era imposible caminar por el callejón. No hubo, por fortuna, ningún toro saltarín en el encierro que se lidió en la tarde del adiós al diestro bogotano.
Hay que instruir a los alguacilillos sobre la labor que les asigna el Reglamento durante la lidia de los toros y que no sean simples “mostradores de caballos”. Con este detalle se gana en orden, en desarrollo de la corrida, y de paso se le respeta y hasta incrementa la categoría a las plazas.
Es una lástima que el mandamás de la Corporación Taurina de Bogotá, Felipe Negret, defienda a capote, muleta y estoque la presencia invasora (tan cuestionada con toda razón por Sánchez Cristo, en La W) del llamado “Atlético Lagarteiro” en el callejón de la Monumental Plaza de Toros Santamaría, de Bogotá, que ha hecho de estos estrechos pasadizos verdaderos callejones que meten miedo.
La apostilla: En España, donde se inventó el toreo, los pases de callejón los expide exclusivamente el jefe de la Guardia Civil encargada del control del orden público en la plaza respectiva, y solo se permite el ingreso de un fotógrafo y de un camarógrafo oficiales que al término del festejo distribuyen material entre sus colegas de todos los medios.
(El Mundo, Medellín. Viernes 4 de febrero 2011)