Vuelven la barbarie y la carnicería
Es lo que ocurre con la llamada temporada taurina, cuyos promotores, organizadores y realizadores se parapetan en un supuesto beneficio para el hospital universitario San Vicente de Paul, entidad hacia la cual derivan los recursos – muchos o pocos – que deja el sanguinario espectáculo de los toros.
Desde el próximo sábado, entonces, la plaza de La Macarena volverá a ser el epicentro de la barbarie, el salvajismo y la carnicería que unos pocos, para el inexplicable gozo de otros pocos, realiza en los meses de enero y febrero.
Volverán a verse en el albero macareno, como con tanta cursilería describen los periodistas interesados el entorno del sangriento lance, a damas y damiselas de primera, de segunda y de tercera, emperifolladas hasta el exceso, no para acudir a la muerte miserable del astado, sino para despertar – según ellas en su fuero interno – las supuestas admiración o envidia de sus paisanas.
Todas en tropel lucirán la camiseta de moda y de marca; lo mismo el pantalón o la falda que grita el último aullido de lo que llaman moda; el sombrero ultra moderno y más pintoresco para resguardar esa enorme inteligencia que las impulsa a disfrutar con la sangre y el dolor, y no podrán faltar las botas, botines o zapatos que también le hagan ver a sus congéneres que sus portadoras se encuentran un tantico más allá de lo que está en boga.
Y qué decir de los varones, también arribistas venidos a más, emergentes con suerte pasajera o los tradicionales ejecutivos que lucen como gran presea una barrera o contrabarrera de la que se precian como gran conquista.
Estos también desentierran y desempolvan calzados especiales y vistosos; de pronto chaquetas de cabritilla o de gamuza que solo ven la luz del sol cada doce meses; camisas de último corte y moda, lo mismo que aparatosos sombreros u otros adminículos diversos para la testa.
Eso sí, todas y todos ansiosos de ser captados por la lente de cualquier fotógrafo, sea de algún medio de comunicación o de avivato negociante anual de la fotografía, preferiblemente si es del primero, porque luego aparecerá su imagen acompañada de cualquier insulso comentario en la que reciben el calificativo de “gente bella” o “churro” o “señorial dama”.
A eso se reducen el salvajismo y la carnicería montados cada doce meses para que veinte o treinta veteranos defiendan lo indefensable, y con su verborrea y dialéctica mandada a recoger, engatusen y consigan que unos cientos de neófitos en la materia, como irracionales amaestrados, les sigan la corriente, eso sí, con tal de poder estar en la mascarada anual.