23 de abril de 2025

Toda la Feria es un río…

15 de enero de 2011
15 de enero de 2011

Nadie puede negar el subfondo popular del festejo, como para privar al pueblo raso de la posibilidad de salir a ‘callejiar’ –hasta con el perro y el gato– o de arrimarse, obviamente gratis, a uno que otro tablado o escenario a oír a cantapisteros, trovadores, (des)animadores estridentes, sonsonetes retumbantes, o de padecer culebreros que llegan de fuera a engatusar a los ingenuos lugareños con sus novelerías terapéuticas, o de moda, o de piratería o de cocina. La gente del común espera todo el año esta palomita con el alto propósito de darle cuerpo y alma a la feria de la Ch: Chorizo, chicharrón, chócolo o choclo, chuzo o pincho, chunchurria o chunchullo, chicha, chirimía o cholao; pero, como ya no hay chiva, aún queda Chipre para lucir, dentro de auténticas churretas humanas, la cachucha, las chanclas y el poncho; y, para redondear el menú, no olvidemos mencionar la chucha y la chanda, hondas manifestaciones democráticas que resultan connaturales a este ambiente abierto y promiscuo de integración festiva. En resumen, desfilan la familia Castañeda y los Miranda Pelayo con todos sus arreos, además de nuestras ‘cuchibarbies’ criollas que desem-polvan, junto con sus sonrisas postizas, los sugestivos atuendos para seducir a propios y a extraños, como cacarean los poco recursivos comentaristas  radiales.
Metámonos, entonces, en camisa de onces varas, con la idea de condensar algunas inquietudes que pueden contribuir a la subsistencia digna de una fiesta que se ha vuelto un retazo caótico de eventos desarticulados.
Para destacar: Salsa en el parque y Delirio. Dos extraordinarios espectáculos, el primero, abierto y espontáneo; el otro, privado y suntuoso. Ambos de formidable factura en su respectivo formato alrededor del rítmico son tropical.
Para reubicar: Las fondas de arriería. ¿No valdría la pena pensar en un espacio más generoso y más integrado al entorno rural para darle mayor contenido paisajístico y más amplio significado autóctono? Este programa deliciosamente ancestral resiste mejoramiento, e, incluso, ensamblarle el cuerpo de la cabalgata con tal de despejar la ciudad de ese tumulto bestial, con sobrecupo de fantochería y sobredosis de trago.
Para reconsiderar: El bello e improductivo embeleco del Reinado Internacional del Café. Su altísimo costo contrasta con sus bajísimos réditos en beneficio de la imagen, del mercadeo y del prestigio de nuestro producto universalmente estelar. Partamos de la base de que en nuestros barrios populares y en las veredas circunvecinas, para no ir muy lejos, hallamos, con certeza absoluta, muchachas más despejadas, bellas y representativas de la tierra del grano aromático, quienes, en idioma nativo, pueden ser mejores embajadoras del aroma, del consumo y del paisaje cafetero y, por qué no, representantes del Departamento en el certamen nacional del café, que, según entiendo, se encuentra en Calarcá a título de comodato o de préstamo precario.
Para llorar: El atrio y el entorno inmediato de la legendaria iglesia de La Inmaculada, transformado por la magia del magno evento en una deplorable garita de juego. No hay derecho. No se trata sólo del contexto religioso, sino del valor arquitectónico y urbano del hermoso monumento.
Para lamentar: Nuestra gloriosa carrera 23. En un abrir y cerrar de ojos se transforma, con total detri-mento del comercio aledaño, en la calle real del colesterol, en el bulevar de la grasa, en la vía del desaseo, en la arteria de la mugre y del desorden. Es inconcebible la embestida de fritangas –muchas foráneas– que invaden el centro histórico con un resultado deplorable para propios y extraños como reiteran sin convicción los comunicadores.
Para evaluar: La temporada taurina. Los conocedores del tema explicaron que la tímida asistencia no obedece tanto a la intensa campaña antitaurina, como a los altos precios de las entradas. Alguno afirmó que cuesta más un billete aquí, que en la plaza de Las Ventas de Madrid.
Para revisar: Ciertas competencias deportivas que bloquean las vías neurálgicas de nuestra aldea, que son pocas e indispensables para el desplazamiento de quienes deben trabajar o simplemente movilizarse.
Para tener en cuenta: Incluir, al lado de los carritos de balineras, carreras de encostalados y varas de premio en la agenda del músculo para la Feria venidera, a ver si regresamos a la prehistoria pueblerina de nuestra hidalga ciudad.
Ahí queda la inquietud. Nos vemos en la próxima feria, la Feria de Manizales… y ¡olé!