2 de diciembre de 2024

“La distancia entre los dos…»

2 de enero de 2011

Además, lo que éstos saben, como historia, filosofía, arte, geografía y otras materias de esas que los estudiantes actuales consideran de “costurero”, no interesan en colegios y universidades, en los que se forma gente para el trabajo y éste requiere de elementos tecnológicos, más que de discursos humanísticos. Después de los 60 años, a duras penas se puede sostener una conversación con hijos y nietos sobre fútbol u otro cualquiera de los deportes, porque ni siquiera en música o cine es posible encontrar coincidencias.

Por decir algo, la astronomía que saben los viejos está desactualizada, porque se han descubierto hasta planetas nuevos, lo que ha obligado a recomponer el horóscopo; y el cosmos es tan dinámico e inconmensurable que el que nos enseñaron que había creado Dios, y el que estudiaron Copérnico y Galileo, por cuyas teorías casi les mete candela la Inquisición, es una brizna, según afirma Stephen Hawking, el más respetable científico moderno, quien ha planteado que Dios no creó el mundo, lo que significa que no existe, para armar otro rifirrafe con las religiones monoteístas más influyentes. Menos mal que al sabio británico casi nadie le entiende, por lo que podemos seguir cómodamente en la fe del carbonero, con el compromiso de portarnos bien para alcanzar el cielo prometido. “No tienes que me dar porque te quiera; /pues aunque cuanto espero no esperara, /lo mismo que te quiero te quisiera.”, dice el clásico anónimo español, quien comienza su famoso soneto afirmando: “No me mueve, mi Dios, para quererte /el cielo que me tienes prometido…”, aunque la verdad es que detrás de eso vamos los creyentes.

Esto último también tiene sin cuidado a la juventud tecnificada, a la que le importa más lo que descubra la sorprendente tecnología en computadoras y celulares, aparatos para oír música y portales de Internet, que aparecen todos los días, cada vez más eficientes, más pequeños y más baratos, que el discurso piadoso de la misa dominical, al que poco le paran bolas por estar cacharreando con el celular, enviando mensajes de texto o escuchando música a través de unos audífonos metidos en los oídos.
No está lejano el día en que la comunicación entre jóvenes y viejos sea un diálogo de sordos, porque las articulaciones de los mayores no dan para seguirle el trote a la tecnología, mientras que los niños parece que nacieran con ella incorporada, como si en vez de células tuvieran chips, que en términos científicos son equivalentes.

No obstante, ahí vamos echándole años a la vida y, mientras tanto, deseándoles a los queridos lectores de esta columna felicidades y mucha paz en este Año Nuevo. Y que el Dios de los viejos los proteja y les dé salud y mucha inteligencia, ágil y despierta, para seguirle el paso a la tecnología y entender a los jóvenes.