Gran tragedia y gran oportunidad
En un mes escaso se produjeron tantas víctimas y daños como los causados por los enfrentamientos de los últimos años del conflicto armado. La cantidad de damnificados, de familias que perdieron su hogar y sus pocos bienes, de población desplazada, son similares. Las aulas y los puestos de salud perdidos, las carreteras interrumpidas, las viviendas destruidas superan en número el total de lo sucedido durante nuestra guerra. Solo las muertes no alcanzan las mismas cifras (según la Fiscalía, en Justicia y
Paz los paramilitares han confesado ¡¡más de 45.000 homicidios¡!) pero es previsible que la morbilidad y la mortandad consecuente acerque el número de decesos a esos niveles. Excepto por la cantidad de muertes inmediatas, en términos internacionales se considera un caso comparable o peor al de Katrina, Haití, o el terremoto de Chile.
Se ha destacado una responsabilidad en las Corporaciones Autónomas, pero no el punto en común de las víctimas del conflicto y de las lluvias, a saber, la violencia social, ya no de la reacción de los pobres contra los ricos, sino de los ricos ante los pobres. La inmensa mayoría de los damnificados lo son por haber sido forzados a vivir en las zonas de riesgo y por la poca atención que se les presta.
Otra de las características de esta catástrofe es que quienes la sufren ni siquiera existen en los registros: el par de vaquitas, o la hectárea de pancoger que pierden no se incluyen porque prácticamente no participan de la economía nacional (siendo 350.000 las familias afectadas, el Banco Agrario condona los créditos por 6.000 millones, o sea si acaso 500 familias, porque no hay más). Pero esa capacidad productiva o de autosuficiencia sí se notará como presión en la demanda cuando no haya suficiente abastecimiento para esas personas.
Porque más mérito que los que entregan ayudas humanitarias al Gobierno o a la Cruz Roja tienen quienes los reciben, ya que a su turno se convierten en copartícipes de la tragedia, pues sobre sus escasos recursos se dobla la población necesitada. Así, no siendo los privilegiados de la sociedad los afectados sino los más marginados, la brecha tenderá a aumentar.
La destrucción institucional y política bajo el gobierno Uribe, y la económica y física por el diluvio ponen sobre los hombros del primer mandatario la terrible responsabilidad de manejar la situación; pero también la oportunidad de enderezar en algo el horror de país y sobre todo de sociedad que hemos creado. Tiene el poder para hacerlo porque nadie va a hablar de las promesas o de la preparación del Presidente ya que nada de lo que le tocará manejar podía estar previsto. Todo, por necesidad, será improvisación; pero lo que sí puede y está obligado a aportar es una nueva orientación a esta Colombia: más en armonía social que en desarrollo económico; más en luchar contra la violencia en sus causas –el hambre, la pobreza y la desigualdad– que en sus efectos –narcotráfico y ‘terrorismo’–; más en la inclusión de quienes son desconocidos por el Estado que en el apoyo a quienes se han apoderado de él; aspirar más a conseguir la paz que a ganar la guerra.El Heraldo.