El cierre de edición de Yepes Lema
Su hermano Oscar Yepes contó que José decidió devolverse para su casa al sentir fuertes dolores en el pecho. Cuando llegó la brigada médica en ambulancia a atender al diabético no había nada que hacer.
Autónomamente, sin achicar la parada, ni consultarlo con nadie, este hijo de Fredonia eligió su propio remoquete tomado en préstamo de un viejo tango (su música predilecta) cantado por la garganta bien timbrada de Oscar Larroca con el respaldo en los atriles de la típica de don Alfredo de Angelis. Amó con locura a su glorioso DIM. Se inventó un púlpito que llamó “El Rincón de Casandra”, en el ya desaparecido diario El Correo, en el que disparaba los lunes inflamadas exaltaciones en homenaje al onceno rojo de Antioquia. Para ningunear en sus columnas al Atlético Nacional se refería, socarronamente, al otro equipo de la ciudad o a “Los clorofilos”.
Yepes tenía un sistema bien particular de mamarles gallo a sus amigos: los saludaba por el segundo apellido para dejarlos e interinidad bautismal. En sus secciones de farándula de El Vespertino le endosaba apodos a la gente. Al autor de estas remembranzas lo puso “El gigantesco” por sus 1.90 de estatura. Para despedirse de sus contertulios, sin que importara la hora, acuñó el “que duermas”.
Con su muerte repentina, se fue para siempre uno de los pioneros del periodismo criollo que escribía con la camiseta puesta de su club, sin que importara el qué dirán. Siempre las apostillaba con su famosísimo estribillo “Oh todopoderoso DIM, homicidame”. “El Rincón” nació en el desaparecido diario liberal de la Plazuela Nutibara, de Medellín, en los tiempos de don Adolfo León Gómez, y murió en El Espectador, en Bogotá, en la era de don Guillermo Cano.
Por las mismas calendas surgió en las páginas deportivas de El Tiempo el joven Roberto Posada García, el nieto del director emérito don Roberto García Peña, que publicaba vehementes alabanzas a Millonarios, su equipo del alma, con el seudónimo de “El Hincha Azul”.
El hinchismo de “D’artagnan´ languideció a medida que maduró como columnista de quilates políticos y el llamado “Ballet Azul” se convirtió a la sazón en una triste parodia cumbiambera de las que actúan para los turistas interioranos en Taganga o Bocagrande .
Una vieja canción de Ricardo Nieto pregunta para qué los libros, para qué, Dios mío? El pasillo antañón se nos vino a la memoria a propósito de la muerte súbita de “El Malevo”. Recordamos que el periodista antioqueño publicó en los años 80 el libro “Yo también fui Espectador”, todo un memorial de agravios de 457 páginas contra la familia Cano Isaza, fundadora y propietaria del diario capitalino en el que el autor molió noticias durante 13 años.
La aparición del libro de inequívoco sabor revanchista le generó muchas enemistades y la pérdida de la amistad de antiguos compañeros de redacción de “El Canódromo” que estaban en desacuerdo con su retaliación. Con el paso del tiempo, unos lo perdonaron; otros no cedieron a la reconciliación y el olvido que él buscó.
Una situación parecida vivió otro periodista antioqueño (el finado Félix Marín), quien tras su salida de El Tiempo, publicó un libro del mismo corte, titulado “El Tío” (en alusión al ex presidente Eduardo Santos Montejo, segundo fundador del ya centenario matutino), en el que sacó a las luz pública muchos episodios que eran, en su mayoría, producto de la chismografía y de la maledicencia bogotana de la época.
Marín, quien murió hace algunos años, en Medellín, se metió de manera bien fea con la vida privada de los directores Roberto García-Peña y Hernando Santos Castillo. El autor perdió muchos amigos de la vieja redacción del influente matutino liberal. De Félix se decía que había salido de “El Santódromo” echando coces por la vía editorial.
La apostilla: Para “El Malevo” Yepes Lema, que en paz descanse, las tres letras DIM que siempre llevó en su corazón no traducían Deportivo Independiente Medellín sino De Infarto Morirás, (Y así fue!)