5 de diciembre de 2024

Desagravio al doctor Fernando Londoño

23 de enero de 2011

Hasta esto hemos llegado. La justicia es ahora pútrida baratija. Qué infame es Colombia con sus más excelsos hijos. Después de que fueron ungidos por el Creador como Sus Instrumentos para salvarnos del precipicio al que ciegos, como Tiresias, nos dirigíamos, los bastiones del uribismo se ven acosados por la más paupérrima de las justicias del Hombre. Persiguen a la íntegra y rolliza doctora María del Pilar Hurtado, que siempre ha estado a la altura de su apellido; persiguen al acendrado doctor Sabas Pretelt de la Vega, celebérrimo autodidacta en estudios botánicos y urológicos, a quien las mezquinas autoridades de Costa Rica dejáronlo con la tanga empacada en la maleta. Y vienen ahora por el doctor Londoño.

Piadoso hijo de dios, en don Fernando se amalgama el reposado intelectual y el intrépido hombre de acción. Y no de una, sino de millones de acciones, que él, lazarillo visionario, vendió a un banco en Panamá por si -lo entendemos ahora- la doctora Hurtado las necesitaba: eso es solidaridad.

Presto siempre a compartir su conocimiento, en su pasada columna en El Tiempo, legó un magno tratado sobre la corrupción en el cual brillaba esta frase, firme como el mármol: "Todos sabemos que en Colombia no hay obrita sin serruchito".

Mal paga la patria a sus libertadores. Pero esta vez no dejaremos que se metan con él.

Convocamos, por eso, desde esta tribuna que siempre ha sido suya, un clamoroso homenaje de desagravio. No sonarán esta vez los negros heraldos de la injusticia. Han dejado al doctor Londoño sin esa platica. Pero sepan que no está solo.

Enlácense, pues, la emisora de Pachito con el programa radial de don Fernando, para que sea un acto multitudinario. Citen a la gleba a un club social, en el que, salvo el doctor Londoño, nadie pueda ingresar si no tiene acción. Y recojan donaciones para reestablecer el capital de este prócer de la Patria Nueva, que ha dado la vida por hacer de la colombiana una sociedad libre de gente de baja ralea moral, como los homosexuales y los indios y demás comunistas, y en cuyo ministerio no hubo una sola mata de coca.

Conviden a Rito Alejo, y que cercene el pavo. Sirvan faisán fino. Y sacrifiquen una marrana por si se hace presente William Calderón.

Porque sepan que el uribismo todavía mueve masas. Y si no el uribismo, al menos el doctor William Calderón, barquero inmaculado, comunicador veraz, que será el jefe de ceremonias del evento, y que, como prueba de su seriedad, irase disfrazado de peluquero mientras corta, ficticiamente, el pelo de alias 'la Mechuda': he ahí un periodista de verdad que los torpes directivos de Univisión no quisieron ver.

Que asistan las juventudes, en cabeza de ese tierno efebo, pulcro y regordete, que es Ernesto Yamhure, gendarme de las buenas maneras, hijo de la honradez intelectual, que, no por ser un muchacho adusto que viste de corbatín y tirantas a sus 35 años, ha dejado de lado el espíritu jovial de las personas propias de su edad y se entrega a pasatiempos de ingenua dispersión, como el tiro al blanco. Invito a las juventudes a que sigan su ejemplo, a que hagan deporte: ora la equitación, ora el tiro al blanco, aun con objetivos no humanos, no importa. Por algo se empieza.

Y que sea, también, una velada de alto brillo intelectual, en la cual intervenga, con vibrante oratoria, el doctor José Obdulio, filósofo de frente ovípara, báculo inmarcesible del uribismo que derramara la luz del conocimiento sobre las bases populares. Porque pueden hoy, los terroristas disfrazados de civil, atacar la doctrina que forjamos entre todos, pero jamás harán mella en ella. No, señor. El uribismo ayudó a sectores humildes de la población, como la familia Dávila Abondano; protegió la prensa de tal modo que otorgole subsidio agrícola a la directora del periódico El Colombiano; y, con gran sentido de la prevención, atacó a los terroristas aun en su fase previa de pobres, antes incluso de que delinquieran.

Va de suyo que no permitiremos que mancillen el honor del doctor Londoño, como ahora es costumbre en Colombia con todos los prohombres que han enderezado la patria: los militares del Palacio de Justicia, los generales de los 'falsos positivos'.

Por eso, digamos con Ortega y Gasset y con Séneca -qué diablos, con los tres- que el gran hombre no debe elegir entre el Mal y el Bien, sino entre el mejor de dos bienes, que es, justamente, lo que le gusta al doctor Londoño: tener muchos bienes. Así de bueno es.

¡Oh, coloso de Caldas!; ¡oh, centauro generoso que con la compra de estas acciones enriqueciste al Estado! Reivindiquemos, pues, a este cancerbero de la moral que cuenta con las herramientas necesarias para reconstruir las ruinas de la patria que dejará el ciclón santista: el fuerte martillo, el duro cincel. Y el serruchito.