¡Cano, Cano! Póngase las botas que lo voy a sacar
Ocho días antes "la marrana" sobrevoló el área. Así llaman los guerrilleros a una avioneta de la Fuerza Aérea que está equipada para detectar el movimiento de personas. Los guerrilleros le temen mucho y dan la orden de apagar los radios cuando la oyen.
Salimos de ese campamento y durante muchos días de marcha acampamos en un alto donde allí se presentó un caso que me conmovió profundamente, como el de un joven llamado Alex de 16 años, había estudiado, donde yo terminé el bachillerato. Era un muchacho alegre, que aunque, nunca habló conmigo, extrañamente quería mi libertad.
Ese día, como siempre, me quedé parado en el monte, emparamado y tiritando de frío, esperando que al fin me armaran la caleta. Estaba tan cansado que ni siquiera pedí autorización para bañarme, así que me dormí temprano.
Ya había entrado en un sueño profundo cuando, a eso de las ocho de la noche, sentí que me jalaban.
-¡Cano, Cano! Póngase las botas que lo voy a sacar de aquí? Me dijo alguien que en medio del sobresalto, no pude identificar.
-¿Quién es usted?
-Yo soy Alex, el guardia. Muévase que no tenemos tiempo. Entré en pánico. No sabía qué hacer.
-Muévase, -Acosó de nuevo. -Hágale tranquilo que me robé los fusiles de Rafael y de Chuky. Además, tengo una granada.
Me puse a temblar, pues no lograba entender lo que sucedía.
-Vea. -Dijo, tratando de convencerme, -por aquí están los chulos -así denominan a los miembros del Ejército-. Hágale, que yo lo llevo hasta donde ellos, pues no le va a pasar nada.
En ese momento pensé que podía ser una trampa que Jofre había montado, para justificar mi fusilamiento, pues él venía tratándome muy mal.
-No, a mí me da miedo. -Respondí-
-Pero, Cano, es que yo lo voy a sacar. -Replicó.
-No. Ya le dije que no. Sea lo que sea, no me voy con usted.
Alex se marchó y por fin me dejó solo. Me preguntaba si acaso había perdido la posibilidad de quedar en libertad. Luego supe, al día siguiente, que en efecto Alex se había escapado.
Reanudamos la marcha. Bajamos la montaña y nos encontramos con un río muy caudaloso llamado Tamaná.
-¿Sabe Qué? Cogieron a ese traidor del Alex. Ojalá le rajen esa barriga y le saquen las tripas. Dijo Jofre, en tono de exclamación y alegría.
No le respondí nada, me dio mucha tristeza por la suerte de este muchacho paisano mío, igual, pero con mejor suerte lo hizo otro riosuceño que me salvó la vida: ISAZA, que hoy se encuentra en París disfrutando con su compañera la Navidad.
Supe luego de que me negara a acompañarlo en su fuga que Alex siguió la misma ruta que habíamos recorrido. Caminó diez horas y, cuando estaba por llegar a la cumbre de una montaña, donde había una base militar, lo capturaron dos guerrilleros; es decir, a 300 metros casi logra su libertad. Lo llevaron amarrado hasta donde el comandante del frente que me tenía secuestrado, Rubín, comandante del frente, quien finalmente ordenó que lo mataran, lo asesinaron sus propios compañeros, Pelusa y Katherine, a cuchilladas, pues el Ejército estaba a dos kilómetros de distancia, ya que no podían hacer ruido.