Aventurerismo y suicidio político
Para empezar, su carta ganadora a la Alcaldía de Bogotá
–aspiración que el propio Uribe descartó de plano la semana pasada– terminó por dividir a uno de los pocos partidos que se había mantenido unido en el país, y que en las pasadas elecciones dio muestras de disciplina política y de coherencia en sus programas.
En efecto, al “bendecir” la candidatura de Enrique Peñalosa a la Alcaldía de Bogotá, Uribe despertó la ira santa de Antanas Mockus y hasta la del presidente del Partido, Lucho Garzón, quienes saltaron de inmediato para advertirle al exalcalde que son muy pocos los puntos de encuentro existentes entre los verdes y el uribismo.
El asunto se puso tan espeso que Mockus no descartó, inclusive, la llegada de Gustavo Petro –uno de los grandes enemigos de Peñalosa– a las huestes verdes. Garzón, por su parte, sacó del cubilete una de sus frases ingeniosas, según la cual no es que los verdes se hayan vuelto uribistas, sino que los uribistas se volvieron verdes.
Sea como sea, lo cierto es que la declaración de Uribe puso a tambalear la que es considerada una de las candidaturas ganadoras a la hora de pensar en el sucesor de Samuel Moreno.
Por el lado del conservatismo –el mayor aliado de Uribe durante sus ocho años de gobierno– la invitación del expresidente para que se sumen a sus fuerzas electorales para escoger candidatos a alcaldías, gobernaciones, concejos y asambleas en octubre fue respondida con la lacónica frase según la cual “el Partido Conservador tiene su propia agenda electoral”.
La respuesta de los azules es una carta a Santander para que la entienda Bolívar. En otras palabras, no era tanto para Uribe como para el presidente Juan Manuel Santos, quien, aunque ha dicho que no intervendrá en asuntos electorales, todo el mundo sabe que no habrá candidatos oficiales a ninguna corporación sin que cuenten con el visto bueno del inquilino de la Casa de Nariño. Es evidente que, en esta oportunidad, los herederos de Caro y Ospina prefieren un guiño presidencial a uno expresidencial.
Mientras las cosas con los verdes y los azules siguen sin cuajar, otra de sus pupilas, la exsenadora Gina Parody, quien será aspirante a la Alcaldía de Bogotá, tampoco muestra un panorama despejado. La Parody prefirió apostarle a la recolección de firmas en lugar de buscar la foto con Uribe, algo impensado hasta hace algunos años.
La falta de cuadros políticos, que Uribe aspira a descubrir en los llamados ‘Talleres democráticos’, lo tiene a él y a los uribistas atravesando un difícil momento, pues el exmandatario sabe muy bien que su futuro y la vigencia de sus postulados dependen de la llegada al escenario regional de dirigentes capaces de mantener actuales sus banderas. “Aquí lo que está quedando demostrado es que el uribismo era Uribe”, me dijo recientemente un antiguo uribista pura-sangre. O para decirlo en otras palabras, el uribismo es un ejército con un solo general y con muy pocos coroneles.
De manera que quienes le aconsejan a Uribe que se aparte de Santos y que lo confronte abiertamente debieran replantear su estrategia, porque por ese camino casi que se podría vaticinar el fin del llamado uribismo.
El expresidente lo que tendría que hacer –y esa fue la verdadera razón del encuentro de ambos en Rionegro, Antioquia– es tender cuanto antes puentes de entendimiento con el Jefe del Estado, que les garantice no solo una relación armónica, sino la continuidad de los famosos tres huevitos –seguridad democrática, cohesión social y confianza inversionista– los mismos que Santos ha cuidado con esmero, aunque su estilo para ‘empollarlos’ sea muy distinto. Ahí está la clave del éxito de Uribe. Lo demás es simple aventurerismo político, cuyas probabilidades de fracaso son muy altas. ¿Es ese el camino que quiere recorrer Uribe? Sinceramente, pienso que no. Él es lo suficientemente inteligente como para no incurrir, a estas alturas del partido, después de haber gobernado ocho años, en suicidios políticos. El Heraldo.