19 de marzo de 2025

Juan Manuel Santos, un presidente desconcertante

25 de diciembre de 2010

Me desconocen

Viviana me ha dicho, no sin dulce ponzoña, que me desconoce en la manera como hoy hablo de Juan Manuel Santos, considerando que precisamente hace unos meses, yo era el mismo que denigraba sin cuartel de los antecedentes y el legado uribista del hoy presidente de Colombia. Incluso, mi estimada amiga ha llegado a incriminarme en el grupo de practicantes del famoso principio santista, "sólo los imbéciles no cambian de opinión cuando cambian las circunstancias".

Y claro que no me considero un imbécil, pero tampoco un santista, y sólo porque aún no tengo suficientemente decantada la diferencia (aunque sé que la hay, me toca escarbar: tenme paciencia mi Vivi, y quizá te sorprenda).

Y no me lo creerán, pero agradezco cada día con más fervor las encerronas que me tiende mi amiga, pues, en su permanente empeño de verme derribado por mis propias contradicciones e inconsecuencias (que son más, muchas más, de las que ella se imagina), me permite ponerme al día conmigo mismo y reflexionar, como hoy, acerca de lo que en el fondo me gusta o inquieta de ciertas personas o ideas.

Sobre decir que con Viviana ese tira y afloje (mucho más el ‘afloje' que el ‘tira', valga decirlo), mantiene viva nuestra relación: esa menuda guerra, esa deliciosa enemistad que bordea nuestro amor.

(Pero entremos en materia, no sea que en Razón Pública se resistan otra vez a publicar mis columnas. O que mi apreciada y disciplinada Martha Espejo acaso me sugiera, muy amablemente, como siempre, que pruebe el envío de mis escritos a TV y Novelas. Y juro que viniendo de ella, antes que considerarlo un agravio,  estimaría su recomendación como un invaluable aporte a la larga búsqueda de mi identidad como… ¿escritor?).

Memorias de Maquiavelo

Me sigue mortificando la infrecuente combinación entre voluntad de poder, oportunismo, literal falacia y, aún así, fijeza interior en las propias convicciones, que ha llevado a Juan Manuel Santos al poder; hasta finalmente revelarnos una cara distinta a la que sus amigos y enemigos suponíamos, y que quizá sólo su almohada conocía.

Si el fin justificase los medios, el presidente Santos sería el mejor ejemplo, en varios kilómetros y años a la redonda, de que es posible vender el alma al diablo y salir ileso del negocio. Una empresa que ni Uribe ni yo hubiésemos consentido, el primero porque al vender su alma lo entregó todo, hasta encaballarse con su comprador, alentado no sólo por el afán de poder o de llenar las arcas de sus familiares y amigos, sino, lo que es peor, por convicción.

Y debo confesarles que, por más que lo intento, tengo dificultades en imaginar la personalidad de quien ha sido capaz de sobrevolar durante dos eternas décadas, la jungla de marrullería y mala educación de nuestra politiquería nacional, sin perder la compostura, incluso logrando mantener la respiración y la sonrisa en medio de una comparsa de peligrosos malhechores, que hasta último momento lo distinguieron como uno de los suyos, aunque con fastidio.

En una dirección inversa, es decir, de arribo al poder con discursos redentores prontamente identificados como personalistas y abusadores, se me ocurren las figuras de Augusto Pinochet, agazapado y servil hasta la traición y la matanza; y la del mismo Álvaro Uribe, quien supo reprimir con ademanes de caudillo sus manchas personales, y también las del colectivo medieval con el que se propuso refundar una patria exclusiva para ellos.

Hasta el momento Juan Manuel Santos parece ser una prueba inusual de olimpismo político, capaz de usufructuar de los abominables recursos del poder y, al mismo tiempo, mantener impolutas sus ideas, su espíritu, y la impávida mirada en la historia, antes que en los propios envanecimientos (y nótese que subrayo aquí el ‘parece', no sea que mi fraternal Viviana más tarde me cobre doblemente mis palabras).

Juego de patriotas

Comencemos por acotar algunas obviedades:

Mientras el niño Álvaro Uribe (presa de sus demonios culturales y privativos, a los que no les negó jamás ninguna solicitud, siempre que lograrán satisfacerle su irracional y patológico impulso, tanto a la tiranía como a darles en la cara a los maricas), tiene claro que sólo siendo Presidente de la República quedarán medianamente satisfechas sus miserias; Juan Manuel Santos, en cambio, tiene claro su natural destino de presidente, pero de El Tiempo. Y se dejará llevar, hasta que el camino se bifurque y tenga que elegir.

Si bien para ese momento Santos ya ha sido distinguido como Designado a la Presidencia de la República y precandidato presidencial, al margen de sus evidentes incompatibilidades con Álvaro Uribe ambos aceptan el encuentro, seguros del juego ganador que tienen en sus manos.

En efecto, Uribe llama a Santos a su gobierno porque, en su perspicaz mentalidad y frente a los cuestionamientos que deberá afrontar su administración por su pasado personal y familiar, tener a su favor la opinión de El Tiempo le resulta indispensable. Y Juan Manuel acepta participar en el encubrimiento, dispuesto a demostrar más temple en su doble propósito: no permitir que se le identifique totalmente con la patraña, pero también capitalizar la necesidad de ocultación de Uribe, lucrándose no sólo de su lugar protagónico en el gobierno, sino del efecto radioactivo que el carácter frenético de Uribe ejerce sobre un pueblo aún genuflexo ante los virreinatos; virtud que no tiene el distante Juan Manuel, y sin la cual no podría llegar al solio de Bolívar.

La baraja está en la mesa, y Uribe juega: detestando a Santos por bogotano y burgués, proyecta a Juan Felipe Arias como su sucesor a la presidencia, pero Noemí gana la consulta interna de los conservadores. Juego para Santos, que desde ahora será la única detestable carta de Uribe, quien profesando la inconfundible bellaquería de los políticos, decide sofocar su malquerencia.

Disimulo que no hubiese tenido, si presintiera las futuras leyes de victimas o de restitución de tierras, mucho menos el cambio de terna de Fiscal o el nulo apoyo de Santos en el desenmascaramiento de chuzadas y escándalos de corrupción. A cambio de presentir, Uribe confió en los informes extendidos por José Obdulio, su espía en la campaña de Santos. Confianza que tampoco hubiese depositado, si conociera la falta de pispicia de su escribano, obsesionado con el irracional proyecto de constituirse en el reemplazo del benemérito Germán Arciniegas, aspiración a todas luces inverosímil, tomando en cuenta la edad y…en fin.

Sumario santista

Superada la fase de campaña y arribando Santos a la Presidencia, se revela un espectro inaudito de su juego, contexto en el que tengo varias aristas que ofrecer: algunas consideraciones personales que, posiblemente, han facilitado la emergencia del carácter político de Juan Manuel Santos; y una combinación de las actitudes y manejos que el presidente ha adoptado en el ejercicio del poder.

En principio, creo que Santos debe gran parte de su capacidad de soportar la tensión del juego, al vigoroso recogimiento que un tartamudo está obligado a cultivar, como parte de sus dispositivos de preservación (retraimiento que conozco bien: yo soy tartamudo).

‘Defecto' que en el caso de Santos, le ha garantizado la concentración y el aislamiento interior suficientes para no dejarse tocar por el entorno político, sin despertar reproches. Entre otras cosas porque la tartamudez proviene de presiones o críticas infantiles insuperables, lo que supone un interés en la persona por la producción permanente de formas de aceptación, y el poder lo es.

En esa medida, Santos, más allá del legado natural que proviene del ámbito  empresarial de su familia, decide despejar las limitaciones y escrúpulos hacinados en su tartamudez, disponiéndose a la disciplina y la obediencia militar. Lo demás se forjaría en la London School of Economics y en Harvard University.

Pero hablemos de la proyección de la personalidad de Santos sobre el manejo del Estado, donde me llaman la atención algunos puntos:

Senadores obreros

Santos promueve a la presidencia del Senado al saltimbanqui Benedetti, que le hace perfectamente la tarea de confrontar sin tapujos a cada congresista, de cara a la opinión pública. Allí donde Uribe siempre garantizó una cómoda penumbra y entradas secretas por los parqueaderos, de vez en cuando Santos pondrá pequeños reflectores, para mantenerlos alineados, por lo menos mientras asegura el paso de las incomodas leyes (y las inevitables piedras de Uribe).

Y para completar el riguroso panorama propuesto para la conducción del pérfido y malcriado legislativo, Santos ha emplazado entre los congresistas al avezado y prepotente Vargas Lleras, que bien les conoce.

Implicando enemigos

Antes que apartar y acribillar a sus contendores, empoderándolos con su antagonismo al estilo Uribe, Santos les ha llamado sin temor a hacer parte de su gobierno, siempre que sean capaces. Con lo cual desvirtúa la otra vez ligera opinión de su primo, el irremediable Pachito, cuya desdichada lógica es: "Nombrar Ministro a Vargas Lleras es meter el ratón a cuidar el queso".

Proyecto de país

Pero Santos no sólo gobierna con sus oponentes como una estrategia de control: a la reciente costumbre de disputas mezquinas y coyunturales, el presidente ha opuesto la conformación de un grupo de personalidades nacionales de reconocida estatura moral y probada capacidad técnica, con el fin de generar alternativas de sucesión distintas al destino mafioso que nos esperaría con los ‘uribitos', ‘josé obdulios', y resto de peligrosos manilargos en el manejo del Estado colombiano.

De esta forma, aunque no resulte reelecto, Santos tendrá en Vargas Lleras, Juan Camilo Restrepo o Rodado Noriega, la garantía de un derrotero lo más alejado posible de la amarga experiencia uribista, que acaso necesitábamos experimentar para conocernos mejor.

Uribe o Hannibal Lecter

A una semana de estar en el poder, y en una sola cita con Hugo Chávez, Santos comenzó a derribar el mito del todopoderoso Uribe, hasta dejarle hoy expuesto a la ley, y marginado a un lugar en el que cada intento de recuperar su influencia, le empequeñecerá progresivamente, hasta la caricatura.

Una difícil elección

Porque en el manchado espejo de Uribe cualquier gesto de Santos brilla como el oro, quizá más de lo que debería o merecería, mejor esperaremos, pacientes, hasta que se desenvuelva la madeja de un personaje siempre inesperado.

Sin embargo, y aunque por lo pronto se me ocurre que la diferencia entre Santos y Uribe es la misma que hay entre los caudillos y los Estadistas, me pregunto: ¿cuándo y de qué forma le cobrará la providencia a Santos, su manera engañosa de conquistar el poder?…

No lo sé. Y acaso nuestra desalentadora conclusión sea que ni la providencia existe, un duro golpe para mí, después de permanecer imperturbable en el empeño de que una ley universal nos redima. Pero entre ésta última posibilidad y que Santos nos siga sorprendiendo, prefiero la primera desilusión. Ya está bien de sorpresitas.

* Arquitecto con estudios doctorales en urbanismo, énfasis en simbólica del habitar. Blog: www.mauronarval.blogspot.com