El año de Santos
Pero el 25 de febrero y de improviso, la Corte Constitucional decidió que no podía convocarse al referendo que autorizaba la segunda reelección de Álvaro Uribe. Este fue el resultado del principal y casi único error político que había cometido el Presidente: atacar de manera incesante y destemplada a los jueces que años después habrían de decidir su permanencia en el cargo y que también habrían de juzgar a sus amigos –y hasta quizás a él mismo–.
El fallo de la Corte destapó la carrera por quedarse con los votos de Uribe. Fue una extraña carrera de resistencia y de contorsionismo entre sus cuatro posibles herederos. Uribe quería ponernos a Uribito para seguir él al mando, pero la insensatez nacional no daba para tanto. Vargas Lleras era el ‘duro’ más genuino, pero se había cansado de hacer cola y así quedó en el mundo raro de hacer antiuribismo con las ideas de Uribe. Noemí hizo el ridículo porque posaba de uribista pero Uribe en persona lo negaba. Juan Manuel Santos ganó, pues, por descarte, pero también por resistente y por buen contorsionista.
En efecto, Santos jamás fue uribista y se opuso a la primera reelección. Pero la meta de su vida era ser Presidente y entendió que el camino pasaba por Uribe. Así que un día decidió crear el partido ‘de la U’ (mejor dicho, ‘de U’) para ocupar el Ministerio estrella y propinarles duros golpes a las Farc. Aunque tenía vuelo propio (era un Santos, no un Arias) y a diferencia de Vargas y Noemí, Santos pospuso su lanzamiento hasta cuando Uribe quedó inhabilitado.
Y así, paradójicamente, Santos logró quedarse como ‘el hombre de Uribe’ sin ser de veras un hombre de Uribe. Uribe no podía invocar ninguna deslealtad para dejar de apoyarlo, y al final no tenía más remedio que apoyarlo. Pero la opinión y en especial la clase alta percibían que Santos era un Santos y no un incondicional de Álvaro Uribe.
La campaña de Mockus tuvo un gran éxito inicial porque fue una campaña contra Uribe o, más exactamente, contra el ‘todo se vale’ que mucha gente, y en especial los jóvenes de Facebook, asociaban con Uribe. Pero este eslogan no funcionó contra Santos, que pasó de agache, y que además, con J.J., aprovechó la no-campaña de Mockus para acabarlo a base de rumores.
Santos ganó por ser como es: un político pragmático y un jugador de póker excelente. No es un hombre de convicciones ni es un hombre de rabietas como Uribe. Es un hombre cerebral, disciplinado y eficiente. Es un profesional de la política, de la oportunidad y del manejo de los medios. Es dueño de los medios.
Estos primeros meses de gobierno han sido sumamente afortunados. Y el secreto principal de su éxito es bastante sencillo: no caer en las guerras verbales e inútiles de Uribe. Esto bastó para que el país se distensionara. Bastó para acercarse a Chávez, a Correa, a las cortes, a Vargas Lleras y al Partido Liberal en lo que se ha llamado la ‘unidad nacional’. Bastó para desatorar las leyes que Uribe tenía trancadas. Y sobre todo bastó para que la oposición quedara descolocada: Mockus sin la bandera de la corrupción y el Polo sin la de persecución tienen que estarse callados.
La oposición que queda es la de Uribe, y el ya comenzó a ejercerla. Pero Uribe tiene tres dificultades. Primera, no es el dueño de los medios, y los medios le bajaron el volumen: hoy es un señor de un twitter. Segunda, el agua sucia que Santos esquivó le está cayendo a Uribe en los escándalos que los jueces y los medios le han venido destapando. Y tercera, Uribe es la provincia ganadera y emergente, pero Santos es la vieja clase alta: la pelea será dura, pero el ganador es obvio.
De modo pues que por sus propios méritos y por las circunstancias de Colombia, este sin duda fue el año de Juan Manuel Santos.
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