De rodillas en el baño presidencial
EL CAPITULO
1° de junio de 2004. Como todos los días, en un acto que se repite de lunes a domingo, me desperté a las 6 de la mañana. En ese momento sentí un malestar amargo por los tragos de whisky que la noche anterior había tomado en la casa de Clara Pinillos con los congresistas que votarían por el no a la reelección de Álvaro Uribe.
Me senté en el borde de la cama, desconcertada por todo lo que había escuchado de un debate que prometía ser intenso, sin ni siquiera sospechar que yo sería uno de sus protagonistas.
Salí de la cama directo a hacer el café de la mañana, desconociendo por completo lo que estaba pasando en el país y el revuelo que causó la publicación de una fotografía en el diario El Tiempo, donde aparecíamos los integrantes de la Comisión Primera que nos opondríamos a la reelección, lo que sepultaría por 18 votos contra 17 el acto legislativo.
La foto de primera página, venía acompañada de la proposición que también firmamos la noche anterior y que pedía archivar la Reforma Constitucional.
El celular comenzó a sonar repetidas veces, y no le di mayor importancia, pues desconocía el origen de las llamadas y seguía abstraída en mi ritual diario en la cocina: el agua caliente, un poco de panela y luego el café.
No era normal que el celular sonara con tanta insistencia: una, dos, tres veces…. inmediatamente pensé que podría tratarse de algo grave, quizás de mi familia en Barrancabermeja.
Decido contestar y se trata de César Guzmán, mi amigo de toda la vida, y quien en ese momento era mi mano derecha en el Congreso.
-Yidis, dónde se había metido, le estoy marcando hace rato. ¿Usted ya vio El Tiempo? Hay un mierdero por esa foto suya con los congresistas en la casa de Clara Pinillos. Me han llamado desde las 5 de la mañana. Dicen que es de parte de la Presidencia y de Iván Díaz, que quieren hablar urgentemente con usted.
Me contó Iván que el gobierno se encontraba alborotado porque estaban seguros de tener los 18 votos para que les aprobaran la reelección y ellos creían que usted iba a votar por el sí.
-César, pero usted sabe que Iván no manda en mis decisiones y yo no les voy a contestar. Veámonos mejor más tarde.
-Yidis, si están llamando del gobierno es por algo. Contésteles o ¿qué les digo?
-César recójame más tarde, que ahora estoy muy maluca y no tengo cabeza para pensar –le respondí.
Al colgar, me di cuenta que tenía por lo menos 10 llamadas perdidas y varios mensajes de voz en mi celular, entre ellos, uno que rezaba así: “Doctora Yidis habla la secretaria del señor Presidente, al señor Presidente le urge hablar con usted. Por favor regálenos una llamada” y a continuación dejaban el número del conmutador de la Presidencia.
Ese mensaje despertó en mí extraños sentimientos; realmente no entendía por qué tanto revuelo. A partir de ese momento, empecé a inquietarme.
Otro de los mensajes era de Iván Díaz Mateus, el titular de mi curul en el Congreso: “Yidis no puede tirar las llaves de Palacio al mar. Es muy delicado lo que usted está haciendo”. Apagó el celular.
César, cansado por la avalancha de llamadas, me marca esta vez a la casa.
-Yidis ahí siguen llamándome los del gobierno. Va a tocar que conteste. Ahora me marcaron Claudia Salgado y Luis Araújo, asesores del gobierno, que necesitan hablar con usted.
Mientras me arreglaba, impacientada por las llamadas, decido contestarle a Telésforo Pedraza; uno de los congresistas que lideraba el bloque de parlamentarios que querían hundir el proyecto. Telésforo era de los pocos representantes a la Cámara que me habían acogido a mi llegada al Congreso. Éramos prácticamente vecinos de curul, nos separaba Tedolindo Avendaño, quien se hallaba en el medio de los dos. Yo le tenía un gran respeto y sabía de sus largos años como parlamentario, convirtiéndose en una de las “vacas sagradas” del conservatismo. Telésforo me llamó entre las 10 y las 11 de la mañana; ya estaba informado de los mensajes que desde el gobierno querían hacerme llegar. Por eso me sorprendió su llamada.
-Mija, por favor no vaya a echar para atrás, mire que eso se llamaría una dictadura. Usted firmó una proposición, nadie la obligó, lo hizo espontáneamente.
-Tranquilo señor que yo estoy firme con esto.
-Eso esperamos todos Yidis. No nos defraude.
A la una de la tarde, César me recoge para ir al Congreso. Las llamadas no paraban y uno de los mensajes provenía de la oficina del ministro del Interior Sabas Pretelt de la Vega. Era su secretaria Gloria Verdugo, quien me decía a través del celular: “Doctora Yidis el ministro necesita hablar algo urgente con usted”.
Al llegar a mi oficina, la 502 del nuevo edificio del Congreso, Iván estaba esperándome; al verme se levantó de la silla y se dirigió hacia mí visiblemente molesto.
-Yidis ¿usted por qué hizo eso?, tiene el país revolucionado. ¿Cómo le va a parar bolas a Telésforo Pedraza, usted no sabe que él solamente mueve los intereses de Andrés Pastrana? Va a tocar Yidis que me devuelva la curul -sentenció.
Yo sabía que eso era imposible, ya que José Joaquín Vives, otro de los firmantes del no y perteneciente al Partido Liberal, me había explicado que la incapacidad por tres meses que solicitó Iván iba hasta último momento; por lo que no podría reclamármela faltando pocas horas para la votación en Comisión Primera.
Iván comenzó a dar vueltas por la oficina y se acercó a donde estábamos César y yo. Miró fijamente a César, mientras se tomaba la cabeza.
-César ¡por Dios!, ¡por Dios!, usted es el único que puede hacer entrar en razón a esta niña. Dígale a Yidis que no puede tirar al fondo del mar las llaves de Palacio -y me señalaba furioso con su mano derecha.
César, quien es de tez blanca, empezó a ponerse rojo por la tensión que le ocasionaba el reclamo de Iván.
-Tranquilo Iván, le tenemos que encontrar a esto una solución.
Iván ahora me miraba fijamente, yo podía leer en sus ojos la rabia que lo consumía y empezó a cuestionarme:
-Yidis ¿usted por qué no entiende? ¿Por qué firmó esa proposición?
-Iván, usted sabe que no es beneficiosa una reelección del mismo presidente y estamos cogiendo la Constitución como limpión de pared.
-A usted no le importa eso Yidis, lo clave es que el gobierno no nos quite lo que tenemos.
Exasperado porque yo me rehusaba a darle la razón me sugirió por primera vez: “Vamos a Palacio por favor”.
En ese momento, llegaron tres asesores del gobierno. Iván los invitó a seguir a mi despacho. Uno era Lina Arbeláez, quien se presentó como asesora del Ministerio del Interior; los otros, Luis Araújo, quien ya me había llamado al celular y una persona de apellido Arboleda. Me informaron que venían de parte de la Presidencia.
Sin muchos rodeos fueron al grano del asunto: “Doctora usted tiene que colaborarnos para la reelección del Presidente, pues el gobierno la va a ayudar”.
Lina Arbeláez fue mucho más directa: “Doctora mire que esta es una decisión trascendental para el país. Ya Teodolindo está hablando con los ministros de Protección y del Interior, sólo nos falta usted. Recuerde que el gobierno es flexible y le puede dar cosas para su región”.
En ese momento mi secretaria interrumpe la conversación:
-Doctora tiene una llamada de la Casa de Nariño, que el Presidente desea hablar con usted. Que es muy importante, ¿por qué no pasa doctora?
-Dígales que yo voy después, que no se preocupen, que yo paso por allá -le respondí queriendo eludir la insistencia con la que me hablaba.
Al colgar Iván se levanta de la silla y me vuelve a decir:
-Yidis usted no se va de aquí, antes de ir a Palacio.
-Yo termino de hacer lo que tengo que hacer y nos encontramos más tarde en Palacio, no se preocupe.
En ese momento entra una nueva llamada, esta vez de Telésforo Pedraza: “Yidis por favor, manténgase firme, firme, porque tenemos que hundir ese proyecto”. Iván se da cuenta de la llamada.
-Ese hp de Telésforo, como es pastranista.
-Ya Iván, yo me tengo que ir. ¡Nos vamos César!
Iván intercambió algunas palabras con los asesores y los despidió. Luego yo salí con César, pero Iván aceleró el paso, lo alcanzó y le dijo en voz baja: “Esta niña tiene la sartén por el mango”.
La tensión en los pasillos del Congreso aumentaba. Algunos periodistas que me vieron con los asesores del gobierno se me acercaron para preguntarme si iba a cambiar mi decisión y yo muy molesta por la presión a la que estaba siendo sometida no di declaraciones y entré a la Comisión.
En las siguientes horas el teléfono de César y el mío no paraban de sonar. Nuevas llamadas del gobierno y de los opositores se sumaban a la angustia que comenzaba a invadirme.
Ximena Peñafort y Hernando Angarita, ambos asesores del Ministerio del Interior, fueron los siguientes en contactar a César para pedirle que por favor yo hablara con ellos, porque venían de parte del ministro Sabas Pretelt.
El propio ministro dejó un mensaje en mi celular:
-Yidis necesito hablar con usted; el mismo presidente de la República también quiere hablar con usted.
Pero esas mismas llamadas venían también de quienes se oponían acérrimamente al proyecto como Hernando Hernández, dirigente de la Unión Sindical Obrera USO; “El Cura” Bernardo Hoyos; Horacio Serpa; Ramón Ballesteros, quien después se convertiría en mi abogado y hasta de la oficina del ex presidente Andrés Pastrana, todos pidiendo hablar conmigo o solicitándome que no fuera a votar favorablemente el acto legislativo.
Sobre las 4 de la tarde el ministro del Interior llamó a César y le pidió que me comunicara. El tapó la bocina del teléfono y me susurró:
-Yidis, es el ministro Sabas que quiere hablar con usted.
-No, yo no voy a pasar –le respondí y comencé a agitar las manos haciéndole señas de que no iba a hablar con él.
-No ministro, qué pena pero no está a mi lado. Llámela después.
A las 5 de la tarde, Iván llamó al celular de César para pedirme que habláramos personalmente, que era muy importante. Accedí a verme con él en el barrio La Esmeralda, en una casa de un familiar de César. Al llegar, Iván estaba un poco más tranquilo y conciliador.
-Yidis no vaya a tirar las llaves de Palacio al mar, pida lo que quiera que el gobierno se lo da. No le haga caso a esos hps de Telésforo, Clara y JJ Vives. Vamos a la Casa de Nariño.
-No me joda más la vida por hoy. Vamos mañana a Palacio pero déjeme descansar ¡ya! –le dije.
Al regresar a mi casa, aturdida y cansada, contesté una llamada de “El Cura” Hoyos. Con él me unía una amistad de varios años, desde que en una oportunidad intenté lanzarme a la Alcaldía de Barrancabermeja y me dio el aval de su partido.
En un tono airado, tal como el país lo conoce, me gritó por el teléfono:
-¿Qué es lo que usted va a hacer?, que el país se estrelle contra el mundo. Ese presidente hp es malo, muy malo. Usted va a dañar los principios constitucionales del país.
-Tranquilo padre que no voy a hacer nada de lo que me arrepienta.
-Yidis, voy a estar muy pendiente de usted para que no vaya a hacer una “huevonada”.
El 2 de junio a las 7 de la mañana me llama Iván, y me pide que nos encontremos en la Casa de Nariño. Sin darle mucha importancia, le respondí que más tarde llegaría. César me recogió en mi casa y llegamos hasta el Congreso donde debía revisar algunos asuntos. Mi secretaria Mary fue la primera en recordármelo:
-Doctora no se le olvide que tiene cita en la Presidencia, el doctor Iván llamó para decir que la está esperando allá.
Tedolindo Avendaño, con quien también había hecho amistad en el Congreso por ser de provincia y vecino de curul, me llamó al celular antes de salir hacia la Casa de Nariño.
“Mijita estamos metidos en un problema grande. Eso hay que mirar y revisar. Yo soy muy uribista, yo firmé eso (haciendo referencia a la proposición firmada en la casa de Clara Pinillos) pero hay que mirarlo con pinzas. El gobierno es bueno, ellos nos pueden ayudar con muchas cositas”.
A la salida, caminando con César por la carrera sexta, en dirección a la Casa de Nariño, cruzamos sin mayores dificultades el primer retén de seguridad hasta llegar a la recepción. De inmediato los periodistas que permanecen allí se percataron de mi presencia. Me sorprendió que los policías al ingreso me dijeron: “Doctora siga que ya la están esperando”. Ni siquiera me requisaron y me dejaron pasar con mi celular. César debió aguardar en una sala del primer piso, mientras que un soldado de la Guardia Presidencial me acompañó al ascensor de color dorado y subimos al segundo piso. Caminamos a través de un largo pasillo y pude ver la oficina de la Primera Dama, luego la del Secretario General, hasta nos cruzamos con una de las secretarias del presidente, a la que yo no conocía y quien salió de su oficina diciendo: “Bienvenida doctora”. Yo parecía la cuchara de todos y continué caminando rápidamente unos metros más hasta toparme con el despacho del presidente, justo en el salón del frente, en el ala derecha, era la reunión.
Al llegar, el guardia avisó a quien se encontraba custodiando la puerta: “Es la doctora Yidis”; lo que encontré es de morirse, cuando se abrió la puerta los congresistas que estaban apoyando el sí, de inmediato se pusieron de pie y comenzaron a aplaudir. Yo sin saber de qué se trataba me acerqué lentamente y le estreché la mano a cada uno. Algunos estaban dispuestos en sus sillas alrededor de la gran mesa ovalada, mientras que otros conversaban animadamente entre sí. Rápidamente reconocí entre mis colegas a Iván Díaz, Gina Parodi, Nancy Patricia Gutiérrez, Óscar Arboleda, Milton Rodríguez, Germán Varón, Roberto Camacho, Jaime Alejandro Amín, Armando Benedetti, William Vélez, Hernando Torres, Myriam Paredes, Enrique Jaimes, Eduardo Enríquez Maya, Ramiro Devia, Roberto Camacho y Sandra Ceballos. Algunos me decían: “Cómo está compañera, qué bueno que haya venido”. Benedetti se me acerca con una expresión de júbilo, me abraza y lanza estas palabras: “Bienvenida, se va arreglando la cosa”. No terminé de saludarlos cuando en ese instante se abre la puerta del salón e ingresa Tedolindo Avendaño, con su pinta de Quijote turuleto y andar cansino. El protocolo se repitió con él: aplausos estridentes y los saludos con sonrisa socarrona.
El presidente, quien encabezaba la mesa, estaba acompañado a su derecha por el ministro del Interior, Sabas Pretelt de la Vega, y a su izquierda por el secretario privado, Alberto Velásquez. Cuando me acerqué a él, me tomó de los hombros muy cordialmente, me dio un beso en la mejilla y sonrió. Se le veía feliz, como en pocas oportunidades lo había visto en televisión.
-Ya vamos hablar, yo la he llamado para acordar algunas cosas -me dijo en tono bajo.
En ese momento comencé a recibir mensajes de texto a mi celular de Telésforo Pedraza y José Joaquín Vives, donde me advertían: “Por favor sea fuerte compañera”. Pero yo ya estaba allí, sentía que no estaba haciendo lo que quería, pero al mismo tiempo experimentaba el halago de mis compañeros y del propio presidente, y empezó a embargarme la seguridad que da el poder.
Mi primera sorpresa fue ver allí al congresista José Luis Flórez conversando en un rincón del salón con el presidente Álvaro Uribe. Flórez era de Norte de Santander y pertenecía al movimiento Apertura Liberal. Él había estado en la casa de Clara Pinillos la noche en la que se acordó firmar la proposición para archivar el proyecto de reelección. Pensé: “Este es otro de los infiltrados” y escuché que mencionaban a la DIAN de Cúcuta.
Tedolindo me toma del brazo, me hace hacia un lado y muy enfático afirma: “Mija querida, tenemos que ayudar a este hombre para salvar a la Patria”. Roberto Camacho entra en la conversación y nos dice:
-Ustedes tienen que colaborar porque que este es un hombre magnánimo –y nos señala hacia donde estaba el presidente. Mejor dicho, todos los caminos conducían a Roma.
Y con tono de reproche, pero cariñosamente agrega:
– Mijita, ¿por qué fue a esa reunión a firmar? Refiriéndose a la reunión en la casa de Clara Pinillos.
-Ustedes hablaban entre sí sobre la reelección. Yo no sabía nada y me enteré por la encuesta que hizo Daniel Coronel en Noticias Uno que mi voto era decisivo.
– No importa mijita, el presidente la va a atender.
Mientras Camacho seguía hablando, yo le presté atención a la conversación entre Flórez y el presidente. Agitando las manos Uribe le decía:
-La DIAN no. Lo que es Ecopetrol y la DIAN no. Yo le doy otra cosa de Norte de Santander.
-Bueno, yo no tengo nada que hacer acá, hasta luego señor Presidente. O es la DIAN o es nada.
El presidente se veía rabioso, sin embargo en cuestión de segundos se llevó el dedo índice a sus gafas, se las acomodó y el aspecto de su rostro cambió radicalmente cuando se acercó hacia mí.
Nos paramos en un punto intermedio del salón y Uribe me invita a seguir a su oficina privada. Iván Díaz lo interrumpe: “Si quiere yo hablo con ella a solas”.
-No señor, soy yo el que hablo y hago los acuerdos con ella.
El presidente mira de frente hacia el salón y le dice a los congresistas: “Ya vengo” y le ordena a Sabas Pretelt “socializar los temas”.
Cruzamos el salón y entramos a su despacho privado. Era la primera y sería la única vez que yo ingresaría a la oficina de Álvaro Uribe. Observé fijamente dos cuadros de Bolívar y Santander que sobresalían en el panorama.
En un extremo vi un cómodo sofá verde oscuro. Uribe me invita a sentarme. Me sigue, se acomoda el saco de su vestido negro a rayas, me toma de mi pierna izquierda y dice mirándome fijamente a los ojos: “Vamos a hablar de los temas que nos conciernen”; luego me pregunta con un gesto paternal: “¿Cómo está Barranca?”, hecho que debo admitir, me doblegó.
Iván, quien venía detrás de nosotros entre las sombras, intenta nuevamente detener el diálogo:
-Presidente, déjeme que yo hable con Yidis. Déjeme que yo haga la negociación.
Uribe le habla fuerte y lo reprende:
-Iván ya le dije que no. Si quiere espérenos aquí.
En ese momento entró una secretaria y dejó sobre el escritorio unos papeles. El presidente me toma del brazo izquierdo y me dice: “Vamos a hablar los dos solos, porque esto es algo trascendental”.
Entonces me lleva hacia su baño privado. Es un área grande con un espejo ovalado que cubre la pared. Al entrar hay una antesala y en un costado la puerta que lleva al sanitario. Todo estaba perfectamente dispuesto y pulcro: toallas, jabón de mano, el tapete y un olor a fragancias que hacía al sitio aún más agradable. Entramos los dos por la puerta grande de madera; el Presidente baja la tapa del inodoro y me pide: “Siéntese aquí”.
Entonces se inclina y coloca su rodilla derecha contra el piso y la izquierda flexionada. Y me mira detenidamente.
-Yo necesito que usted haga patria, que salve la patria. Yo quiero ser reelegido nuevamente. Mija querida, ayúdeme, si usted me ayuda, yo le ayudo en todos y cada uno de los puestos que tenemos allá en Barranca.
-Muchas gracias señor presidente -le respondí atónita por el gesto que acababa de hacer. No podía creer que el presidente, al que conocíamos como un hombre fuerte, de discurso encendido, me estuviera hablando en semejante tono y menos arrodillado como un ferviente sacristán de pueblo.
Luego me pregunta sobre mi vida.
“Yo soy madre cabeza de familia, tengo tres hijos…” y le hago un recuento desde que comencé en Barranca sirviendo tintos y barriendo las calles. Uribe, en ese momento, cambió la posición de su pierna y ahora tenía inclinada la izquierda. Siguió mirándome directo a los ojos y comenzó a sudar un poco, lo noté en su frente cetrina. Estaba ansioso, pero mantenía la calma.
-Mija, ayúdeme, mire que su voto es decisivo y es importante. Le voy a decir a Alberto Velásquez que le quite esos cargos a Serpa y se los demos a usted.
A mí me sorprendió que el presidente conociera que esos puestos eran manejados por Horacio Serpa y prosiguió:
-Y lo hago con el mayor gusto, usted es madre cabeza de familia. Yo soy un hombre que valora y apoya mucho a las mujeres.
En ese instante me desarmó por completo. Ver al Presidente de la República en esa actitud, me quebró. Mientras Uribe seguía hablando, yo me extravié por unos segundos, mi cuerpo seguía ahí en el baño presidencial, pero mi mente se desplazó hacia Barranca. Pensé que yo terminaría mi “palomita” en el Congreso en pocos días y que con el apoyo de Uribe podría consolidar mi movimiento político en Santander. Ambicioné los cargos de Barrancabermeja y creí que se los podía dar a quienes me habían ayudado haciendo política allá.
Me toma de las manos y nuevamente me hace regresar.
-Vamos construyendo el uribismo allá –dijo.
Uribe seguía en la misma posición estoica. Me contó que faltaban las conexiones para la entrada del puente Yondó-Barrancabermeja.
-Eso lo inauguramos juntos para que vean que usted hizo esa gestión y la fortalecemos políticamente. Yidis, yo estoy para ayudarle a usted y a sus hijos, para que sean alguien en la vida y tengan un futuro. Otra cosa que podemos mirar es lo de un consulado para usted o a quien quiera poner ahí.
Volviendo en mí, y tratando de ser lo más sensata y honesta posible, a pesar de la situación, intento explicarle:
-Presidente yo le agradezco su ayuda, pero yo cometí un error, me tomé una foto y había decidido votar en contra de la reelección, incluso firmé una proposición y eso me tiene pensativa.
-Ya todo eso lo revisamos jurídicamente. Usted no votó por haber firmado eso en la casa de Clara Pinillos, ni cometió ningún delito.
Y para terminar de persuadirme y tranquilizarme anotó:
-Usted sería la primera persona que permita la reelección y nosotros le ofrecemos la asesoría jurídica. No se preocupe.
El presidente se levanta, nuevamente me toma del brazo y dice: “Vamos mija”. Al salir, Iván, quien seguía en el despacho privado pregunta ansiosamente:
-Presidente ¿qué pasó?
-Tranquilo todo está bien. Vamos a concretar el negocio.
El presidente levanta su teléfono privado y marca la extensión de la sala en donde estaban los congresistas y llama a Alberto Velásquez. En segundos llega.
-Dígame, señor Presidente.
-¿Qué hay allá en Barranca que sea de Serpa? Busque en el computador, porque la orden es que lo de Serpa se lo demos a Yidis Medina.
Alberto sale y regresa nuevamente con un computador portátil, lo pone sobre un lado del despacho del presidente y comienza a pormenorizar.
-Presidente está el Sena, el Seguro Social de Barranca, la Red de Solidaridad, Etesa y la Notaría Segunda.
El presidente me invita a sentarme nuevamente en el sofá y dice: “Mija todo eso se lo autorizo”.
Sabas Pretelt entró también en ese instante a la oficina. Iván corre una de las sillas de invitados del despacho presidencial y la pone de frente al sofá.
El ministro le pregunta a Uribe: “¿Qué ordena señor presidente?”.
El presidente Uribe le indica a Sabas que me ayude con lo de la Notaría y complementa:
-Hay que llamar al ministro de Protección Social para lo de la Clínica Primero de Mayo, pónganse de acuerdo.
Sabas sonríe y me mira:
-Qué bien que se haya puesto de acuerdo “chinita”.
El presidente se dirige a Iván.
-Iván usted tranquilo, ya Yidis va a responder. ¿Cierto Yidis que va a firmar el pacto?
-Sí, señor presidente -y asiento con la cabeza, pasmada y silenciosa, sintiendo dentro de mí una mezcla incierta entre incredulidad y euforia, que no soy capaz de expresar.
El presidente me abraza y se despide de nosotros; antes de que llegue a la puerta reacciono y caigo en cuenta de que debo aprovechar la oportunidad para pedirle algo que necesito con urgencia y lo tomo del hombro derecho:
-Presidente se me olvidó una cosa. Yo tengo un conocido mío a quien le digo tío político y se llama Eduardo Esquivel, es ginecólogo y se le acabó el contrato con el Seguro acá en Bogotá.
Como hablo duro algunos escuchan el diálogo, entre ellos Armando Benedetti, quien interrumpe rápidamente:
-Ajá, eso es de Faruk Urrutia. Yo lo llamo.
Faruk Urrutia, era el director de la ESE Luis Carlos Galán que manejaba las clínicas del centro del país, incluida Bogotá.
Uribe se vuelve hacia Sabas Pretelt:
-Ministro tiene que estar pendiente de Yidis, oriéntela en la parte jurídica para no cometer errores.
El presidente sale de su oficina y Benedetti coge el teléfono privado para llamar a Urrutia.
-Oye Faruk, es que hay un señor que es ginecólogo, al que se le acabó el contrato en la ESE. Necesitamos que nos ayudes.
Benedetti me pregunta el número de la cédula y yo llamo a César Guzmán, ya que Esquivel es tío de él. Me da los datos y se los paso por escrito en un papel a Benedetti.
-En unos minutos manda el fax con el nombramiento.
Iván se me acerca y me habla susurrando, procurando que no lo escuchen:
-Si ve Yidis lo que le decía: usted cómo va a tirar las llaves del Palacio, además hay una cosa, usted puede aparecer muerta por ahí. Este gobierno es jodido.
Pasaron 20 minutos y llegó el fax a la oficina del presidente. Benedetti lo recibe y me lo entrega diciendo:
-Aja, si ve que el gobierno sí cumple, este es un gobierno serio.