De la concertación al desconcierto
Con muy contadas excepciones, la concertación entre empresarios, trabajadores y Gobierno termina siempre en el desconcierto de los trabajadores, tanto por lo tacaño de los empleadores como por lo magro del aumento que termina decretando el Gobierno a falta del consenso requerido entre las partes. En la última década sólo en tres oportunidades (2000, 2003 y 2005) fue posible consensuar el aumento del salario mínimo para el año subsiguiente.
Este año no ha sido la excepción; la propuesta de los trabajadores y los empresarios estaban muy distantes la una de la otra, mientras los primeros aspiraban al 12% de aumento, que después bajaron al 7%, los segundos se mantuvieron en sus trece y el 3% para ellos se convirtió en inamovible, una diferencia cifrada en $20.600. ANIF fue mucho más cicatero al plantear un alza en el salario mínimo de un irrisorio 2.5%, de $13.000 (¡!), aduciendo que “el factor referido a la productividad nos está arrojando un valor negativo para la productividad laboral (- 2.4%)”.
Por fortuna, la Corte Constitucional se encargó de establecerle un piso al reajuste que debe hacerse año a año al salario mínimo, el cual no puede ser inferior a la inflación causada que en este caso se estima no supere el 2.8% para 2010.
Al agotársele el término legal el pasado 15 de diciembre para llegar al consenso requerido al Ministro de Protección Social, Mauricio Santamaría, no le quedó otro camino que decretar el alza del salario mínimo luego del fracaso de los repetidos intentos de allanar el camino a un entendimiento. Ello no deja de ser una frustración para el Gobierno de Unidad Nacional, aunque el Presidente Santos ha dejado en claro que no se puede confundir concertación con consenso. Como siempre la posición del Gobierno está más cerca de las aspiraciones de los empresarios que de la demanda de los sindicatos, porque erroneamente se cree que un aumento mayor del salario mínimo generaría más desempleo e informalidad, cuando la realidad es que puede más bien estimular la demanda efectiva y por esta vía impulsar el crecimiento y el empleo, como lo ha venido haciendo Brasil. En este sentido, la conclusión de la famosa Misión de Empleo que coordinó el profesor Chenery a finales de los años 80 no pudo ser más categórica: “el empleo crece sólo si la demanda aumenta”. En cuanto a la posibilidad de que el mismo pueda presionar al alza la inflación, dos estudios recientes del Banco Emisor lo descartan: según Francisco Lasso y Christian Posso un incremento del salario mínimo del 10% sólo incidiría 0.61% y 1.44% anual respectivamente, lo cual sería realmente despreciable.
Es de anotar que en Colombia sólo perciben el salario mínimo 4 millones de trabajadores, aproximadamente, mientras que según el Banco de la República un número que supera los 7 millones devengan un ingreso por debajo del mínimo. En ello influye, desde luego, la enormidad del problema de la informalidad laboral en el país que ya supera el 58% y de contera el salario mínimo apenas sí alcanza a cubrir el 50% del costo de la Canasta familiar. Este es el mismo salario mínimo que el ex ministro de Hacienda Alberto Carrasquilla considera “ridículamente alto”. Vea pues!